En la vida uno tiene dos opciones: ser víctima de las circunstancias o asumir las riendas. No seamos de los primeros.

Nos acostumbramos a quejarnos todo el tiempo, a culpar de lo que nos sucede a los demás, a ser víctimas una y otra vez. Pero la verdadera valentía está en tomar el timón de nuestra propia vida y dejar al drama en un segundo lugar.

Siempre he pensado que en cualquier situación negativa uno tiene solo dos opciones: renunciar a ella o aceptarla sin cuestionar.

Sin embargo, hay quienes prefieren quedarse inmersos en un círculo de quejas y disgustos constantes que tomar decisiones radicales para cambiar la situación y recuperar su tranquilidad.

Un claro ejemplo son las relaciones de pareja. He conocido personas para las que su relación es sinónimo de sufrimiento todo el tiempo. Pero en vez de salirse de círculos tóxicos emocionales, siguen allí como esperando mediocremente que ese vínculo que ya está roto se arregle por arte de magia. A que su pareja, que siempre les ha sido un foco de desdichas, de repente se convierta en el hombre o la mujer de sus sueños.

En los trabajos pasa lo mismo. Hay quienes se levantan todos los días sin la pasión que solo se siente al hacer lo que uno verdaderamente ama.

El trabajo ya no es solo un aspecto de su vida, sino su existencia completa.

Son tan infelices que hasta su cuerpo ha empezado a gritar lo que su alma calla. Están enfermos emocionalmente.

Levantarse todos los lunes se les ha convertido en un martirio, pero al preguntarles porque no buscan otra opción de empleo, aseguran que prefieren quedarse en un trabajo que conocen. «Mejor malo conocido que bueno por conocer» reiteran.

Pero  casualmente no hay día en que sus compañeros no tengan que aguantar alguna de sus quejas. Ellos se han autodeclarado víctimas de las circunstancias.

No obstante, hay quienes han decidido que su felicidad y tranquilidad es lo más importante. Y por eso, pese a las circunstancias, han decidido encontrar afuera su felicidad.

Le tienen miedo a lo desconocido pero prefieren explorar nuevos caminos que quedarse en uno lleno de frustraciones. Ellos han decidido asumir la responsabilidad de su vida.

Yo, en algún momento fui el primer personaje, pero la vida me enseñó que quien no toma la responsabilidad de lo que le sucede está destinado al fracaso. Y por eso mismo quise compartirlo con ustedes.

Un día la vida me quitó lo que yo pensaba que era mi felicidad. Y, si bien, al principio me resistí, sufrí, lloré y me pregunté por qué esto me estaba sucediendo a mí; un día, después de un buen tiempo, me levanté de la cama y decidí que ya no quería ser ese tipo de persona.

Hacerme la víctima también era una opción, pero no para mí. Por eso decidí asumir cada situación con madurez y en vez de cuestionarme el porqué de las circunstancias, decidí empezar a actuar y a cambiar pensamientos que poco me aportaban.

Dejar de desear y empezar a hacer. Empecé a reconstruirme. Y así el camino comenzó a verse más claro. No se trataba de quejarse, sino de buscar soluciones. Aprendí que ser la víctima es muy fácil pero reinventarse no tanto.

Uno puede tomar el camino sencillo y decirles a los demás que son los culpables, pero el verdadero reto está en uno mismo.

No obstante, la primera vía es la que normalmente solemos tomar, incluso partiendo de la sociedad en la que vivimos.

Culpamos al servicio de transporte público en la ciudad, pero no cuestionamos de ningún modo nuestra falta de cultura ciudadana y tampoco hemos buscado otras alternativas para movilizarnos.

Cuestionamos la corrupción en las altas esferas pero ignoramos que esta empieza por los pequeños actos.

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Nos quejamos de nuestro trabajo, pero nos gana la pereza de tomarnos el tiempo para construir nuestra propia marca personal.

Le decimos a los demás que renuncien a sus sueños porque nosotros no fuimos capaces de cumplirlos, solo por no salir de nuestra zona de comodidad.

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Nos lamentamos porque hay poca oferta y mucha demanda en el campo laboral, pero no nos preocupamos por actualizar nuestros conocimientos, aprender algo nuevo cada día y reforzar lo que ya sabemos.

Hemos adaptado la queja y la crítica a nuestras vidas como parte de nuestras charlas cotidianas, porque definitivamente decidimos seguir el sendero con menos obstáculos.

Qué diferente sería donde cada uno se tomara el trabajo de hacer una introspección y mirar más allá de las culpas. Si cada uno decidiera hacer el trabajo sucio desde adentro y lograr entender que los demás no son nuestros basureros emocionales.

En otras palabras, aprender a desaprender, así sea de a poquitos.

En Twitter @AnaLuRey