Era lunes, el día iniciaba con una fuerte lluvia y las nubes oscuras predecían que así sería el resto del día. Carlos, un pequeño aventurero de 15 años de edad, con pelo chuto, nariz alargada y ojos marrones, miraba desde la ventana de su casa el momento en el que el cielo se despejaría para poder salir a jugar con sus amigos.
–Déjate de ilusiones, hoy lloverá todo el día y no podrás salir- dijo su mamá. Él continuó esperando, como si no le hubiesen dicho nada. Las horas pasaban sin que el clima diera indicios de algún cambio. –Hoy será un día fenomenal- se repetía a sí mismo, confiado en que pronto estaría jugando con los amigos de su cuadra.
Carlos en un momento creyó que había dejado de llover. Tomó su balón de futbol y salió deprisa al parque, que estaba ubicado a siete cuadras de su casa. No había nadie, pero supuso que sus amigos ya estarían por llegar. Alcanzó a jugar cerca de 10 minutos, cuando en instantes una lluvia torrencial volvió a caer. -¡No lo puedo creer!- se dijo. Sin remedio alguno tenía que volver a su casa, pero al salir del parque se encontró con una sorpresa. El agua en cuestión de segundos había transformado su barrio. Ahora las calles de cemento eran arroyos, los bolardos eran piedras apenas visibles, los paraderos de buses se habían convertido en barcas. La escena no podía ser más increíble, y para Carlos eso que veía ante sus ojos era la oportunidad para disfrutar y jugar.
El contexto no podía ser más dramático, pero eso no impidió que Carlos siguiera con la determinación de volver a casa. El primer obstáculo con el que se cruzó fueron cientos de abarrotes en madera que se desprendieron de un gran supermercado del sector. Con su ingenio y creatividad logró construir una pequeña chalana, que sería su medio de transporte para volver a casa. Las aguas al pasar los segundos se hacían cada vez más fuertes. No veía a nadie en su alrededor, el panorama era desolador pero no para Carlos, que al igual que la intensidad del agua, su deseo de aventura se hacía cada vez mayor. –Esto es mejor que el Príncipe de Persia- dijo. Cuando se lanzó a la corriente de agua, se alejó de su casa. El ímpetu del arroyo era inmanejable. Un amigo de repente apareció. ¡Era Andrés!, estaba en una de los paraderos, agarrado con fuerza para que el agua no se lo llevara.
-¡Carlos!- gritó Andrés.
–Agarrase con fuerza que ya voy por usted- le respondió Carlos.
Motivado por su deseo de ayuda consiguió con pequeños pedazos de palo acercarse al paradero en donde estaba Andrés, quien dijo:
-¡Gracias, realmente no sabía qué hacer!
-Creo que apareció en un buen momento, -dijo Carlos- mi casa está cerca, vengase conmigo y aprovechamos para más tarde seguir jugando.
Se lo tomaron jocosamente, luego determinaron que por la orientación que estaba tomando la corriente de agua sería más fácil llegar si daban la vuelta a la cuadra. El granizo comenzó a caer, cientos de elementos hacían más compleja la navegación, la chalana empezaba a desmoronarse, el agua estaba filtrándose y el panorama seguía siendo desolador. Ellos parecían inmutados a la situación, de hecho la disfrutaban. Era como si estuvieran jugando futbol, sus sonrisas seguían iluminando sus rostros. Cada obstáculo que pasaban era para ellos un nivel superado. Creían estar dentro de un videojuego, que tenía como premio la casa de Carlos. Pasaron cerca de 20 minutos y estaban a dos cuadras de llegar.
-¡No lo puedo creer! -dijo Andrés- ya vamos a llegar.
-Esto fue mejor que jugar futbol- respondió Carlos.
Cuando la barca estuvo a punto de quedar completamente destruida, estaban a escasos metros de su casa. Se lanzaron al agua y nadaron hasta la entrada. Golpearon con fuerza pero nadie respondía; trataron de abrir la puerta sin resultado alguno. Decidieron entrar por la ventana y para sorpresa de ellos nadie estaba en la casa.
-Qué raro -se dijo Carlos- hace más de una hora mi mamá estaba en casa, de seguro ya debe estar por llegar.
No se inquietaron, por lo que decidieron ir a la cocina y preparar algo de comer. Tomaron tostadas y las rellenaron de mermelada. Se sirvieron jugo de lulo y cocinaron maíz pira. Jugaron un rato y luego vieron una película. Carlos, sin embargo comenzó a sentir preocupación y dijo:
-¿Sabe algo Andrés? Ya estoy preocupado porque mi mamá no ha llegado, ¿Será que le pasó algo?
– No se preocupe –respondió él- de seguro ya debe estar por llegar.
El tiempo siguió transcurriendo y el cansancio los llevó a un sueño profundo. Carlos despertó y no vio a Andrés por ningún lado. Corrió deprisa hasta la cocina de su casa. Su mamá estaba allí cocinando y él le preguntó:
-¡Mamá mamá! ¿Dónde está Andrés? ¿A qué horas se fue? Y tú, mamá ¿A qué horas llegaste?
Ella se quedó mirándolo de forma extraña y respondió:
-No sé de qué hablas hijo, hoy tu amigo Andrés no ha venido. Además, hoy estuviste todo el día durmiendo, más bien prepárese para acompañarme al supermercado.
Carlos quedó desconcertado, corrió hasta la ventana de su casa. El panorama era otro, el cielo estaba despejado y los rayos de sol entraban por todos los espacios de la casa. En ese momento entendió que su mayor aventura la vivió gracias a su imaginación.
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