Parece mágico, cada vez que llega una temporada de vacaciones en la que la mayoría salen de viaje, la odiada y gris ciudad, esa de la que todos viven despotricando día y noche por los siglos de los siglos pero a la que siempre regresan, se vuelve un lugar apacible al cual hasta cobija un sol radiante y casi tan sonriente como el de los Teletubbies, que parece calentar el ánimo de quienes se quedan en Bogotá y hasta los lleva a decir con una sonrisa y gran convicción: “Es el mejor momento de Bogotá. Que los que se fueron no regresen”.
Esa frase categórica debería ser suficiente para identificar en dónde están gran parte de los problemas que aquejan a la ciudad: en los habitantes mismos de la capital. Es que se ha vuelto ya más que frecuente andar echándole la culpa a Petro, o al alcalde de turno, de cualquier desgracia que aquí pueda pasar. Que si lo pisaron en Transmilenio: culpa de Petro. Que perdió Millonarios: culpa de Petro. Que un aguacero inundó la autopista: culpa de Petro. Que Rock al parque fue muy malo: culpa de Petro, y así.
Y por supuesto no defenderé a ningún político, mucho menos al demagogo del Palacio de Liévano, porque para eso anda diligentemente creando mitos a su favor en Twitter, que su cúmulo de feligreses cree ciegamente y luego repite sin procesar. Pero lo que también es cierto es que acá nos mereceríamos un buen premio, de esos que tanto gustan en rankings de positivismo, felicidad y cualquier otra cosa etérea, por ser la ciudad en la que sus habitantes más se lavan las manos. Empezando porque no somos capaces ni de elegir bien, pero luego sí todos están listos a sacar el garrote.
Porque sin duda, ese personaje que anda maldiciendo a los trancones de la capital es el mismo que para comprar la leche a media cuadra va en el carro solo, preguntándose cuál podría ser la causa del trancón, sin pensar que cientos de miles están igual que él armando filas interminables (por obligación porque acá a nadie le gusta hacer fila) de carros sobre las cuales es imposible que fluya nada. Luego, ese mismo personaje no tiene reparo en parquear sobre la vía, o dejar su carro sobre un andén, hacerse el “gringo” con alguna multa, pero volver a ser muy bogotano para decir “es que la izquierda nos tiene jodidos”.
En vacaciones hasta el odiado Transmilenio se vuelve más amable. Obviamente porque las hordas de australopitecos que lo usan a diario se encuentran chapoteando en alguna piscina, a la que seguramente no se colaron y no se quedan parados justo en la escalera de salida como sí lo hacen en el sistema articulado, y han dejado el camino libre para que los humanos puedan salir de cada bus de Transmilenio y a su vez entrar con facilidad, haciendo un poco menos agresiva la experiencia del transporte.
Lo mismo pasa con esos seres que están por encima del bien y del mal que son los ciclistas urbanos, quienes andan pregonando su superioridad moral por contribuir a la movilidad, pero no se sonrojan con montarse a los andenes, ir por el carril de la izquierda o irrespetar alguna cebra en la cicloruta, entre otras cosas. Aunque a su favor habría que decir que acá las ciclorutas se volvieron lugares ideales para que el transeúnte camine, pues, a su vez, el caminante citadino fue desplazado de los andenes por unos mercados persas en los que es imposible andar, a menos de que vaya a comprar, pues comprando es como se garantiza que el ciclo de incoherencia quede completo y todo el mundo tenga que meterse por donde no debe, garantizando que pone en peligro a otros más vulnerables en la vía como en una cadena alimenticia o simplemente haciendo lo que sea para llegar rápido a su destino.
No es una sorpresa que Bogotá sea mejor cuando todos se van, pero lo cierto es que al menos 11 meses del año estamos todos acá y, a menos de que ocurra un apocalipsis zombie, la única opción que nos queda es hacer algo mejor con la ciudad para que, a pesar de los políticos, algo pueda funcionar medianamente bien, si es que los bogotanos así lo queremos.
Sería ideal que a la pregunta ¿por qué sólo nos gusta Bogotá en vacaciones? La respuesta dejara de ser “porque sus habitantes nos vamos”.
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