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Por A. Moñino

Medios agrandando enanos

Así como he rebajado el consumo de grasas y Doritos porque seguro son perjudiciales para la salud, por la misma razón limité al máximo el consumo de canales privados de televisión nacional. A pesar de ello, el pasado domingo en la noche caí en la trampa del canal Caracol, que, así como el molusco, parece que cada vez se arrastra más en su propia baba.

El reportaje en cuestión, entre sonrisas de la periodista, mostraba al líder del movimiento machista casanareño, un tipo cualquiera, pintoresco, idiota como pocos, con ideas del siglo XVIII y que tal vez aglutine a cuatro gatos igual de desubicados que él. Que el machismo es una realidad, no sólo en Colombia sino en el mundo, es un hecho que nadie puede negar, pero darle protagonismo a un homo erectus como este simplemente le hace juego a su mezquindad y le da fama a quien no la tenía, ni la debería tener. Poco ayuda esta caricaturización a hablar de un tema real en la cotidianidad y de una problemática palpable.

Ver esta exposición de la tontería en prime time me hizo recordar lo que días atrás pasó con las supuestas expectativas no cumplidas de “nuestro” Nairo Quintana (porque aunque pocos le ayudaron, muchos se le suben a la bicicleta de la victoria). Tengo la percepción de que un par de ignorantes, tuiteando bajo las cobijas, se le fueron encima al ciclista por no ganar el Tour de Francia, como si fuera tan fácil como escupir un hashtag. Parte de la controversia fue generada por un grupo de tuiteros mexicanos, tal vez adolescentes, organizados y con nombre que los identifica, quienes se dedican sistemáticamente a llamar la atención con polémicas sobre temas que indignan a uno que otro ingenuo, escudados en el conocimiento tramposo de cómo funcionan las “tendencias” en redes sociales.

Esta vez suplantaron cuentas de famosos para promover una etiqueta contra el ciclista colombiano. Incautos, algunos medios y periodistas con la intención de defender a Nairo, aunque él montado en su bicicleta se defienda solo, lo que hicieron fue darle protagonismo a quien no lo merece y rasgarse las vestiduras  fundamentados en ese patrioterismo que emerge cuando un deportista del país gana algún premio. Me atrevería a decir que en este caso hubo más indignación por las críticas a Nairo que verdaderas críticas a Nairo.

Por otro lado, en estos días una diputada en Santander, hasta ahora conocida tal vez por sus votantes y familiares, figuró en los medios de comunicación de alcance nacional por oponerse con argumentos de niño de prekinder a la ley 1620 que busca crear el “Sistema Nacional de Convivencia Escolar y Formación para el ejercicio de los derechos humanos, sexuales y reproductivos y la prevención y mitigación de la violencia escolar” o la polémica consecuente sobre los baños mixtos en colegios. Seguramente esta diputada aprovechará su cuarto de hora y en unas próximas elecciones duplicará su votación, gracias a la exposición ganada a pesar de su escasa calidad argumentativa y las preocupantes cifras de violencia escolar, intolerancia, vulneración de derechos, entre otras cosas, que precisamente buscaría proteger esta ley.

Y si bien los anteriores casos son colombianos, el más aterrador y que puede tener un nefasto impacto global es el de uno de los candidatos a la presidencia, nada más y nada menos, que de Estados Unidos. Probablemente lo que en principio tuvo el objetivo de exhibir la ridiculez de un discurso casi de caricatura, terminó convirtiéndose en una aterradora realidad que encontró resonancia entre los de pensamiento más elemental, miserable o ignorante, o todas las anteriores. El boomerang que lanzaron los medios para vender ejemplares, ganar audiencia y obtener tráfico en sitios web, se devolvió con la escabrosa posibilidad de que un villano de ficción termine apoderado de uno de los mayores arsenales nucleares del mundo, este sufrido planeta que ya no puede contar una masacre o crimen de odio más.

Valdría la pena que los medios se preguntaran qué merece ser visibilizado bajo sus páginas o cámaras y hasta qué punto el afán por ganar tráfico, lectores o televidentes terminan dándole un peligroso protagonismo a cuasi anónimos que envalentonados con la fama construida por accidente encuentran el terreno abonado para ejercer sus propósitos con la venia de aquellos que no le temen a sentarse a ver noticias de gente asesinada por odio o de suicidas convencidos y embarcados en guerras que son de otros.

 

* Los nombres de los protagonistas se han omitido a propósito.

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