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Por A. Moñino

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Es al menos paradójico que, como lo han denunciado varios medios en los últimos días, el “defensor del pueblo”, ese figurín engominado que se supone debe velar por el cumplimento de los derechos humanos del “pueblo colombiano”, esté envuelto en graves acusaciones de maltrato a sus empleados y, según lo que cuenta su exsecretaria privada, también una abierta y desvergonzada misoginia. ¿Quién lo creyera, con esa cara de Armando Mazanero, que en vez de dedicar boleros, dedica humillaciones?

 

Es que cuando uno lee los insultos que profería a las mujeres como “¿llegó en volqueta, que está tan despeinada?”, se siente como leyendo un libreto de Betty la Fea con las exageraciones propias de un personaje de ficción. Una sarta de maltratos, que de no ser porque son ciertos y reales, fácilmente podrían hacer parte de una comedia negra o del Chapulín Colorado.

 

Este caso icónico, por tener como protagonista al reconocido energúmeno, podría no estar muy lejos de muchas otras situaciones cotidianas que nunca son conocidas masivamente, pero no por ello inexistentes. Sin embargo, historias de histerias oficinistas son las que abundan y frente a las cuales muchas veces es poco lo que un empleado promedio puede hacer distinto a renunciar, con todo lo que conlleva en un país como Colombia quedarse sin empleo. Ya sabemos cómo le va acá al pobre diablo cuando emprende una denuncia.

 

Es que el respeto empieza con un trato considerado por parte de los jefes, quienes con frecuencia descargan sus frustraciones e inseguridades con los empleados -habitualmente los más vulnerables-. Pero además de esto, el cumplimiento de los pagos a tiempo, el reconocimiento de las prestaciones que por ley está obligado a pagar un empleador, el cumplimiento de los horarios laborales legalmente establecidos, las remuneraciones por trabajos en horas adicionales, festivos o fines de semana, la aprobación de las vacaciones que la ley brinda al trabajador sin que esto sea como un favor, entre muchas otras cosas que a veces parecen una utopía de algún país escandinavo, también hacen parte de las condiciones mínimas que debería tener todo empleado.

 

Y ya vendrán los “emprendedores” o los charlatanes del negocio multinivel con su superioridad moral del “sea su propio jefe” a aconsejar muy olímpicamente a cualquiera que renuncie, pero ojalá esa fuera una opción válida para todo el mundo o al menos una alternativa que todos desearan. Yo, en mi caso, lo digo sin un ápice de vergüenza: soy un empleado y por ahora vivo tranquilo con eso, obviamente porque mi empresa y compañeros me dan todas las condiciones de respeto que espero, pero en Colombia eso parece un golpe de suerte comparable a ganarse un Baloto.

 

Pero no es así en la mayoría de los casos, las empresas e incluso las personas mismas ven como un favor que les den un empleo, como si la función que allí cumplieran no fuera fundamental para que la empresa misma pueda funcionar. Es frecuente también que otros empleados con alguna pizca de poder se crean dueños del negocio y se dediquen a maltratar a diestra y siniestra para garantizar un poder no conseguido por respeto profesional o admiración, sino por una ramplona estrategia de miedo a la cual muchos se ven sometidos.

 

Infortunadamente en Colombia no es fácil quedarse sin empleo, para una persona con responsabilidades por cumplir estar sin trabajo es casi una tragedia porque las cuentas no dan espera, Datacrédito es implacable y el estómago propio o de los hijos peor, por eso son muchos los que se ven obligados a someterse a demoras en pagos, incumplimientos contractuales y maltrato diario, que sólo es compensado, si acaso, con una fiesta de fin de año llena de trago que sirve de contentillo para los más resignados. Para muchos el maltrato laboral y los incumplimientos parece ser algo ya natural y normal.

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