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Ya son siete años desde que en España se aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo. Más de 22 mil parejas de gais y lesbianas han contraído matrimonio en España desde que la ley existe, y aún así las familias siguen existiendo y la sociedad no se ha desmoronado.

El apocalipsis social que pronosticaban curas y políticos de derechas sigue siendo el espantabobos de siempre, el mismo que usaban cuando se permitieron las uniones entre personas de diferente raza en Estados Unidos, o cuando se instauró el divorcio.

Como otras medidas a las que normalmente se oponen los sectores más conservadores de la sociedad, el «matrimonio igualitario» sólo pretende ampliar los derechos de ciertas comunidades que siempre han existido, pero que han sido perseguidas y rechazadas por sus gustos o creencias.

Aunque muchos pretendan enterrar la cabeza en la arena y negar lo evidente, los homosexuales han sido siempre parte de la sociedad. Han sido padres, hermanos, hijos, esposos y madres. Han sido ingenieros, boxeadores, médicos, poetas, futbolistas, sacerdotes, policías, albañiles, economistas y hasta miembros del Congreso. Incluso presidentes.

Lo triste es que han tenido que esconder su condición por culpa de una sociedad basada en una religión y una moral estancada en el Medioevo. Cientos de miles de personas a lo largo de la historia reciente han ocultado su homosexualidad por miedo a ser marginados, rechazados o incluso encarcelados.

La normalización de una situación degradante que tachaba a gais y lesbianas de enfermos y delincuentes ha ido pasando a la historia de las estupideces humanas, aunque todavía queda mucho camino por recorrer en países dominados por la religión y el oscurantismo.

Los colombianos han intentado dar ahora el gran paso a nivel legislativo de reconocer el derecho a casarse y formar una familia, un derecho que no debería negarse a ninguna persona, y menos aún por sus gustos de pareja.

Sin embargo, Colombia es un país donde las iniciativas legales suelen ser mejores que los políticos y ciudadanos que deberían aprobarlas. Por eso estoy seguro de que a esta sociedad conservadora y reaccionaria por naturaleza le costará todavía muchos años acostumbrarse a desmontar las mentiras sembradas por la Iglesia y ciertos poderes sociales.

Aún así, los tiempos han cambiado y quienes se resisten a aceptarlo quedarán pronto enterrados por los avances éticos de una realidad social menos farisea y mucho más humana.

 

 

 

 

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