Fue en Madrid donde supe que era xenófilo.
Es algo impensable en mi país. Hay que reconocer que no es el destino más apetecido por los turistas. Tal vez tener esas cífras récord de asesinatos, secuestros y guerras civiles que duran décadas no sean los mejores alicientes para los visitantes. Aún así, Colombia recibe al año cerca de un millón y medio de visitantes extranjeros. Increíble.
De todas maneras, es una cifra que no se acerca en lo más mínimo a los 53 millones de turistas que llegan a España cada año. Sin contar a los estudiantes y profesionales extranjeros que vienen por temporadas o a quedarse definitivamente. En general, España es un lugar donde abunda la gente de otros países.
Poco a poco me fui dando cuenta de que me sentía atraído por tanta diversidad. En especial la parte femenina de ese grupo que representa los extranjeros en tierra ajena. Francesas, alemanas, italianas, inglesas, holandesas, canadienses, australianas… todas despertaban en mí un interés particular por el sólo hecho de venir de lejos.
Me di cuenta de eso cierto día en el que me presentaron a una muchacha en un bar. No tenía nada de especial: pelo oscuro, piel clara, labios delgados, no muy alta y sin muchas curvas. Hablaba un español con acento raro y cuando le pregunté de dónde era, me respondió que era moldava. Y de repente, los puntos de atractivo se empezaron a multiplicar, aunque no supiera ubicar Moldavia en un mapa ni jugándome con eso el éxito de aquella noche.
Al final no hicieron falta los test de geografía, pero en mi mente se quedó esa inquietud. ¿Qué había pasado para que una mujer que no me llamaba la atención pasara a ser interesante y atractiva en cuestión de segundos? Alcohol hubo poco, la aspirina no cuenta como droga, y desde hace mucho que no tengo alucinaciones. Tenía que ser algo más. Y lo descubrí: es la xenofilia.
Así como la xenofobia es el «odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros» (del griego xénos, que significa extranjero; y fobía, que significa temor), la xenofilia (del griego philía que significa , amor) viene a ser todo lo contrario: es el gusto por que despiertan las personas por el hecho de ser extranjeras.
La xenofilia es maravillosa porque permite el acercamiento cultural, el aprendizaje de idiomas diferentes, el intercambio de experiencias cotidianas y la oportunidad de conocer nuevos horizontes. Más de una vez he podido viajar a conocer los países de los que me han hablado esas simpáticas muchachas foráneas que visitan Madrid durante unos pocos días, y a quienes he tenido la suerte de encontrarme.
No obstante, tras varias experiencias y reflexiones he podido descubrir que la xenofilia no es aplicable en todos los casos. Intentaré explicarlo de la siguiente manera: si tomamos una gráfica de coordenadas cartesianas donde el eje X es la distancia cultural y geográfica de la otra persona, y el eje Y es la atracción que siento hacia ella, pasa lo siguiente:
En cuanto la distancia geográfica y cultural va aumentando, el interés en la otra persona lo va haciendo de la misma manera, hasta llegar a un punto límite en donde está lo más exótico e interesante que puedes conocer. En mi caso, una mujer de Eslovenia. Está bastante lejos de mi país de origen y su cultura, aunque es occidental, tiene muchas características particulares que la hacen atractiva. Y las belleza balcánica tiene un no sé qué…
Pero cuando la distancia se incrementa, la atracción tiende a disminuir. Si en vez de ser de un país mediterráneo, estamos hablando de alguien de Kazajistán, la cosa empieza a ponerse complicada. ¿Alfabeto cirílico? ¿Islamismo suní de la escuela hanafi? ¿Antepasados tártaros? ¡Mujer, necesito tener la Wikipedia al lado sólo para poder saber de qué me estás hablando!
Y así, hasta llegar a un punto en donde puedes conocer a una mujer de un país tremendamente exótico, pero que no genera ningún tipo de interés ni atractivo. Como si viene de Bután. (Otra vez la Wikipedia a salvarnos ¿dónde está eso?) Cero intereses en común, fenotipo racial muy extraño, costumbres desconocidas y un choque cultural en ciernes. No, gracias.
Desde luego, esto no es una verdad universal. Cada xenófilo tiene sus propios estándares. Lo sé porque desde que supe cuál era mi situación, he ido comentándola en varios círculos, descubriendo con agrado que somos muchos los que compartimos estas características, sin importar el género o las tendencias sexuales. Unos con más gustos por ciertos continentes, otros con tendencia a acercarse a diferentes razas, pero todos con ese gusto común por los extranjeros. Abunda la xenofilia en el mundo, y me gusta.
Porque habiendo descubierto esta particularidad, espero que al salir de Madrid y visitar nuevos continentes pueda encontrar algunas de esas muchachas que se sienten xenófilas, y así compartir con gusto tan loable y fantástica afición.
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Los colombianos en general somos «xenófilos». Tal vez por haber sido un país tan aislado del resto del mundo, con escasas vías de comunicación incluso dentro del propio territorio y por ello con una vida en general tan provinciana, y sobre todo con una inmigración de extranjeros tan escasa en comparación incluso con nuestros vecinos, lo foráneo siempre ha tenido una fascinación especial para nosotros. Nada más hay que ver cómo se comporta aún hoy un colombiano promedio frente a un extranjero (lo veo mucho en Bogotá), como si fuera un ser superior y fascinante cuya aprobación y simpatía busca lograr a toda costa. A muchos europeos les encanta esa actitud servil; se sienten bien atendidos.
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