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Como venía diciendo en la entrada anterior. Hay muchas cosas en las que nos reflejamos y no puedo cubrirlas todas acá sin volverme jarto y cansón. Así que para no agotarlos, remato con este par de categorías.

Espejo dos: la comida

Muchos dicen que uno es lo que come. Pues nosotros somos una bandeja paisa, o un tamal, rematado por un bocadillo veleño. Calculen pues. Por andar de visita, al menos una vez a la semana me comí una bandeja paisa, un ajiaco, un mondongo y así, de manjar en manjar, llegué a subir al menos tres kilos de peso. Se notan en la barriga, dónde más con estas delicatessen.  Seguro que no se ven chéveres. No soy ningún antropólogo de la gastronomía nacional, pero me queda fácil ver que en la bandeja paisa estamos calcados. Un plato lleno de vainas que no casan la una con la otra y a pesar de ello sabe delicioso, siempre servido a rebosar y sin la más mínima idea de estética en la manera de presentarlo: lo importante es que se vea bastante y que llene el ojo de entrada. Sí, como las niñas del video de Mr. Black.

Pero esa deben ser ideas mías, porque no faltó el día o, peor, la noche en que no viera a mis queridos y atentos compatriotas vestidos como si no nos viéramos al espejo en nuestras casas. Hombres y mujeres no tiene ningún empacho en forrar sus grasas en trapos de tres tallas menos como una morcilla, como un tamal mal envuelto. Queda grande entender la burla que nos sale contra los ecuatorianos o peruanos por su aspecto físico. Porque bien feos sí que somos. Yo sé que ustedes también tienen en mente a un par de personas. Dando un consejo que no me han pedido: de caridá, mirate al espejo sin engañarte; somos inteligentes y sabemos si la ropita nos queda apretada. ¿Sí o qué?

Espejo tres: los otros

También los demás hace de nuestro espejo. Yo sé que la culpa de que el país esté como esté y de que funcione como mal funciona es mía, compartida con la de otros 45 millones de bellezas que habitan esa maravillosa esquina de Suramérica. Pero de verdad que somos muy queridos, atentos, formales. Somos especiales. Esas personas que nos quieren, que nos complacen con sus atenciones. Atenciones que son tan colombianas, los que te recogen, los que te llevan a la casa, los que te invitan a la casa, los que llaman apenados en tanto que no te pueden ver, los que buscan la manera de encontrarse con vos.

He hablado con algunos extranjeros que han pasado por allá y puedo decir que los que —se atreven— van a Colombia, más que de los paisajes, el clima, la cultura, de las arepas y los buñuelos, de las sopas de papa, del arroz con huevo, más que de las cosas que pueden apreciar, de lo que se quedan prendados es de nosotros. Con todo y aunque algunos no se sepan la clave del Wi Fi, o se les olvide traer lo que pedimos, o tengan el «le llegué unos minuticos tarde», o «que pena con usté, no manejamos ese producto».

Sí,  así somos los colombianos, buena gente, y siempre apenados, agradecidos y serviciales —que no serviles—. 

Han pasado ya un par de días de mi partida y el guayabo que me quedó no se va. Este guayabo da peor que el del güaro, a lo bien.

Ve, ¿y la mecha?

Pase con confianza: Espejito, espejitoLos otros e Historias cotidianas

Relatos en: El Galeón Fracaso

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