Viajar, sea por el motivo que sea, siempre es chévere porque te abre la cabeza proveyéndote de otras miradas que permiten ver la redondez el mundo, que de otra manera seguiría siendo plano para vos. Viajar es una puerta, una que va abriendo paso a otras. Hoy otra vez en el camino a Berlín. El motivo, ir a la Berlinale que es uno de los cuatro Grand Slam —Toronto, Cannes, Venecia, los otros— que dominan la agenda cinéfila.
Algunos podrán decir que este festival es el menos glamuroso, o el del peor clima. No mienten. Los máximos cuatro grados que se esperan no ayudan a que se vea tanta piel —o sí, pero no la que nos gusta—. En todo caso, si vos conocés Berlín sabés que sin temor podría decirse que no le importa esa carencia. Esta ciudad es otra cosa y ella lo sabe muy bien, tanto que hasta se da el lujo de jugar con ello. Acordate que fue acá en donde los hermanos Max y Emil Skladanowsky inventaron el bioscopio.
Las garras de este Oso vienen de allí. Este festival pues, tiene el carácter de la ciudad que lo parió. Madre e hijo son una combinación poderosa. La Berlinale, a diferencia de los otros grandes festivales europeos, se apoya en la ciudad para complementar la oferta que sus visitantes puedan buscar. La Berlinale vive aún con su mamá, y sería impensable sin ella, pero cada vez más, debido a sus pocas pretensiones, va ganando terreno (Boyhood y The Grand Budapest Hotel salieron de acá el año pasado) y este año también se esperan un par de gratas sorpresas. Acá de seguro que hay glamour, mas Berlín hace rato que superó esa etapa, y ahora pasa por su mejor momento lejos de cosas que solo deslumbran.
Ir a este festival es un sueño materializado gracias a un par de personas que estuvieron allí para hacer que el capricho se hiciera trabajo. Dudalo vos, pero no voy de paseo, voy a trabajar. Claro que espero meterme un par de fiestas, pero esencialmente vivir el festival y escribir sobre él. Así que, h-eme aquí como cuando un avión va a despegar, que sin estar nervioso, logro sentir como salen gotas de los poros de las manos: ansioso, ilusionado y esperando empezar a aprender, como dijo uno de nuestros grandes filósofos: el Bolillo Gómez antes de un Mundial. Seguro que por algunas primiparadas pasaré, eso sí, espero que no llegue a hacer el Oso, sino divertirme con él.
Además de que van por el Oso de oro, tengo expectativas por algunas latinas —Violencia, Maldad, 600 millas, Ixcanul—; asiáticas —Taxi, Gone with the bullets—; europeas —Ausensia, Elser—; junto con las propuestas que llegan a nuevas fronteras cinematográficas que los curadores de la línea Panorama van a mostrar, y las más atrevida que irán por Forum. Lo anterior, sumado a las ruedas de prensa diarias junto al trabajo de escribir y, claro, lo demás de Berlín, harán que el tiempo pase volando.
En fin, un festival de cine es la oportunidad de abrir muchas puertas al tiempo, este en especial con múltiples viajes interiores llenos de nuevos sabores, colores, experiencias y conocimientos en tanto que el cine nos muestra, trata de enseñarnos y hasta como dice un profesor mío, podría ser el lenguaje que necesita la filosofía para exponerse a los demás. Por ahora yo espero que se me abra la puerta de la fiesta en donde estará Christan Bale y Natalie Portman.
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