Un día de este septiembre, que se presenta desde hace rato vestido de negro y debería habernos hecho reflexionar y actuar, la míseramente famosa Petra László nos evidencia como especie desde una orilla. Luego, a poco tiempo y mucha distancia, la contraparte: una mujer venezolana nos volvió a reflejar esta vez desde el otro lado. Lo anterior matizó lo que pasaba con los colombianos en Venezuela y como al final, todo termina en política, los cirqueros de siempre llegaron entre las crisis de los indefensos y vimos como estos últimos eran usados.
Para rematar, por qué no decirlo, siendo abusados por nosotros, tomamos a los victimarios como chivos expiatorios y los lapidamos sin contemplaciones y entretanto adoptamos una actitud condescendiente e ineficaz con las víctimas. Estas mujeres y la procesión de compatriotas devolviéndose al país del cual muchos han sido expulsados. Revisen las tasas de desplazados por el conflicto en Colombia, son situaciones donde se dejan decantar un par de asuntos para pensarnos, para definirnos y para ver si logramos entender un poco más lo que le puede pasar al otro aunque algunas veces sea inentendible. ¿En qué lugar nos hacemos nosotros?, ¿quiénes somos en estas crisis? Y la pregunta de marras, ¿somos parte de la solución o del problema?
Internet, el Gran Hermano que Orwell no vio ni en sus mejores viajes de LSD, es la ventana que nos gusta dejar sin cortina para mostrarnos a los demás: hoy en el afán del mundo selfie, egocentrista y hedonista lo que pensamos y hacemos está a la vista de todos. Para nuestro pesar vamos de banalidad en banalidad y donde hablamos de la Justicia, utópica en cuanto siempre mejorable, mostramos el ahínco con el que supuestamente la buscamos dando ejemplos de injusticias y cátedra de cómo se debería hacer para solucionarlas. Comentarios donde los únicos comunistas buenos son los muertos o donde se defiende la verdadera democracia que hay Venezuela pululan. Esto sin darnos por enterados que lo que buscamos al nombrar a la Justicia es apenas la interpretación del Derecho al que nos hemos sometido.
En esa misma vitrina y no en pocos aspectos, damos muestras de lo peor que tenemos en el interior: se nos cae el escaparate. Tuiteamos sobre los refugiados sirios mientras en la esquina subimos el vidrio del carro al ‘desechable’ que muchas veces es un migrante interno, como le dicen otros; el rolo que no quiere al costeño y el cachaco recibe su dosis del costeño y así con cada extraño, o extranjero que se nos atraviesa. El miedo a lo desconocido hace que nuestros odios queden expuestos y, pues, el gran anhelo de justicia queda reducido apenas a la ley el Talión; la que buscamos cuando algo no está bien con nuestro clan. Porque tenemos claro que el otro es siempre el mal hablado, el mal vestido, el marica, el ladrón, el raro, la puta, y nosotros sus jueces implacables, que sin más ni más nos pronunciamos sobre esa alteridad sin saber casi nada de ella.
No hablo de relativismo, sino de contextualizar las realidades. Estamos llenos de buenas excusas y somos buenísimos en el arte de escurrir el bulto, mas no tan buenos en el de reflexionar y entender el porqué de las injusticias y el cómo estas van naciendo en nuestra propia intimidad hasta llegar a hacerse la manera en la que la sociedad entera procede. El teólogo protestante Martin Niemöller en su atizante poema ‘Cuando los nazis vinieron por los comunistas’, ya nos lo había dicho y como si nada así seguimos haciendo caso a los payasos de siempre, autojustificando nuestro accionar sin entender que alguna mala vez nos tocará ponernos ese sombrero.
Ve, y a esperar a marzo.
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