Un nuevo mundo después de la enfermedad. La supervivencia inspirando la transformación. El año de la reinvención. El amor y la empatía posicionándose en los corazones de los hombres y mujeres del siglo XXI. Cuántas frases de aliento. Cuántas conclusiones inmaculadas. Cuántas palabras que, como sabemos, no transitan otra vía que la dirigida por el viento hacia el olvido.
Durante el aislamiento me prometí no escribir sobre la pandemia. Todos los días escuchaba y leía sobre ella; enfermedad por allí, muerte por acá, crisis insuperable por un lado, victorias por el otro. Mientras unos afirmaban que había pasado lo peor, otros sentenciaban que lo más duro estaría por venir y otros, aún más audaces, afirmaban que solo conoceríamos lo peor hasta después de haberlo superado. Tanta incertidumbre y tantos presagios me desesperaron y decidí aislarme de ultimátums y noticias. Por primera vez en años di su lugar a la futilidad de los debates coyunturales, ignoré noticieros y dejé que los periódicos se apilaran.
Siempre nos han hablado de la importancia de mantenernos informados para adquirir conocimientos sobre las cuestiones públicas y enriquecer nuestras deliberaciones. Sin embargo, nunca han señalado, ni siquiera a modo de autocrítica, que los espacios de información y discusión están regidos por la bajeza y la mediocridad. A través de las redes sociales, medios de comunicación y declaraciones proselitistas, han venido inculcando en el inconsciente colectivo la idea de que los ciudadanos no alineados son indeseables y de que por eso debemos posicionarnos según los postulados y planes ideados por sus líderes. Demagogos intransigentes y sus rebaños captan adeptos presionando a la gente, servidos de cuestionamientos morales y presagios apocalípticos, para alcanzar la fuerza electoral que les permita la consecución del poder que anhelan. Así, a quienes no cabemos en su sueño de una masa dedicada a glorificar su figura e iluminación, nos señalan y nos persiguen. El exterminio de la mesura es su objetivo, no caben dudas en sus planes de salvación.
Armados de discursillos binarios han procurado dividirnos entre ciudadanos de bien y los demás, entre guerreristas y pacifistas, entre santos y pecadores, entre ricos y pobres, entre tradicionales y «alternativos», entre heterosexuales y homosexuales y entre hombres y mujeres. ¡Que la polarización solo ha afectado a la política contemporánea! Por favor, la polarización siempre ha estado ahí, solo que ahora es usada como herramienta retórica para acabar con la diferencia. Para acabar con el pluralismo. Quieren una sociedad homogeneizada. Qué fácil permitimos que las masas nos dijeran cómo vivir y que nos condenaran por no encajar en sus arquetipos. Qué pronto nos resignamos a que nuestras democracias se convirtieran en demagogias.
Afirmar que la democracia y su regla de las mayorías es una fórmula infalible para dirigir el destino de las comunidades políticas es un engaño. La negativa de las mayorías hacia el desarrollo, hacia el reconocimiento de derechos y libertades, por ejemplo, ha sido una constante histórica. El colectivismo labra caminos en contra del sentido común para su beneficio. Es irónico leerlos en redes insultándose y exigiéndose rigurosidad y profundidad a pesar de que no hay nada más ligero y superficial que sus discursos. Probablemente no debimos esperar tanto, la democracia hace que sus paradigmas y su materialización dependan de sus posibilidades de masificación. El atizamiento y la instrumentalización de las emociones y pasiones del colectivo, el aprovechamiento de la precariedad intelectual y cultural de la comunidad y la desindividualización del hombre son medios para hacerse del poder. El quehacer político no busca generar consensos, por el contrario, pretende imponer generalizaciones valiéndose de las muchedumbres y su simplicidad.
¿Acuerdos sobre lo fundamental? ¿En un país en el que todo se necesita con urgencia quién define qué es lo fundamental? Se rebelaron contra el dogma religioso para terminar deslumbrados con un poco de carisma y complacencia. Vaya avance. Llevamos más de trescientos años inmersos en las mismas discusiones. ¿Somos libres? ¿Somos iguales? ¿Podemos escoger nuestro camino o estamos al servicio del que el colectivo y el Estado escojan para nosotros? Estamos cautivos en un círculo vicioso, en una realidad política que se repite ad infinitum que nos encadena y deshumaniza. Hablan de ciudadanías libres sin considerar que la peor de todas las prisiones es su vida militante.
«Estoy solo en medio de estas voces alegres y razonables. Todos estos tipos se pasan el tiempo explicándose, reconociendo con felicidad que comparten las mismas opiniones. ¡Qué importancia conceden, Dios mío, al hecho de pensar todos juntos las mismas cosas!»
De nuestra democracia desconfío, de la política y sus políticos también. Dudo de las mayorías, cuestiono su legitimidad y su valor. Aquella premisa que establece a lo político como clave para el progreso de la especie me parece resultado de sobrevaloraciones y apasionamientos. Un delirio. Nuestro próximo gran paso será existencial y no estará precedido por mítines, marchas o elecciones, mucho menos por la resignación, será propiciado por la designificación del colectivo originada en la elevación y emancipación del individuo. No necesitamos de líderes que nos guíen. Hombres y mujeres conscientes, serenos y libres, inmunes a la manipulación, desengañados, serán el verdadero combustible del cambio.
@GabrielCasadiego
obvio ya tenemos que cambiar ese sistema
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