En tiempos en los que la exaltación del individualismo y la seguridad son regla de las cenizas del pensamiento renacen propuestas que materializan clamores y proyecciones del pasado. Buscan la reconstitución de Estados omnipotentes y omnipresentes que guíen —como un padre a sus hijos— a la sociedad hacia una prosperidad sin precedentes. Un equívoco, ya que este tipo de superestructuras niegan los principios del mundo contemporáneo representados en la globalización.
Es evidente la falta de idoneidad que caracteriza a los presupuestos impulsados por estas movilizaciones ideológicas. En la modernidad líquida, concepto creado por el filósofo y sociólogo polaco Zygmunt Bauman, atravesamos por un momento particular en el que el poder se encuentra desligado de la política. El poder nacional, entendido como el político y no político, ha perdido injerencia y capacidad de expresión en las relaciones globales, se desvanece en el plano internacional y queda condicionado por los intereses de los realmente poderosos que asumieron su lugar.
Esta dificultad comunicativa ha desencadenado una batalla sin tregua en contra de la apertura. En Europa, organizaciones políticas promueven y atizan el creciente euroescepticismo fundadas en un supuesto desconocimiento de los elementos naturales del estado, la soberanía y el principio de libre autodeterminación, por parte de la Unión Europea. Una interpretación oportunista y ultranacionalista de su papel en el continente en búsqueda de la disolución de dicha institución. Y no solo ocurre allí, en EE.UU el presidente persiste en consolidar un superestado, basado en aquella consigna de otra época, “américa para los americanos”, y se cierra al mercado ejecutando medidas en extremo proteccionistas que contrarían la realidad económica.
Así las cosas, en búsqueda de una estabilidad efímera, basados en un vago recuerdo del pasado, los electores vienen optando por las viejas fórmulas que tanto daño han causado. La única forma de hacer frente a esa normalidad anormal que tratan de imponer los nostálgicos es la reafirmación e interiorización de los valores humanistas que dieron lugar a este tiempo y, junto a ello, dar paso al fortalecimiento de una multilateralidad más que necesaria.
Tenemos que asumir los retos de la globalización, de un nuevo mundo, y replantear principios en favor de la consecución de bienestar real. Las instituciones de la actualidad ya no cumplen con los requerimientos de la vida que llevamos, algo lógico ya que fueron concebidas para atender las necesidades del siglo XX. Por ello, es comprensible la baja credibilidad de la que padecen, siendo una crisis justificada y generalizada. El problema se origina en una discordancia entre los intereses de la población, su insistencia en soluciones de fondo para sus necesidades insatisfechas y la incapacidad de los gobernantes para interpretarlos y llevar a cabo acciones dirigidas a atenderlas. Como mencionaba al inicio, cuando se adelantan medidas en favor de su realización, los estados se ven inmersos en el desvanecimiento de sus posibilidades. Algunas de las empresas y conglomerados financieros más grandes no acatan regulaciones, mucho menos escuchan peticiones que afecten su posición y dan la espalda a cualquier argumento. Al quedar presos en esa incorrespondencia nada sucede, nada concluye, y el afán y la indignación embargan a quienes padecen directamente los efectos de aquel sinsentido. Al iniciar la búsqueda de culpables son las instituciones las que pagan por su inutilidad.
La actualidad plantea circunstancias como el flujo de migrantes, por ejemplo, que nos cargarán de nuevas problemáticas. Nuestra institucionalidad debe estar dispuesta y preparada para asumirlas. Eso sí, cabe aclarar, el desmantelamiento institucional absoluto jamás será la solución adecuada. Es cuestión de construir sobre lo construido y de perfeccionar en la marcha.
De seguir optando por soluciones que, en realidad, refuerzan la raíz de los problemas estaremos condenados a una catástrofe sin igual. Tenemos que reestructurar los principios que nos rigen con miras a replantear el funcionamiento de la sociedad y embarcarnos en la marea cambiante que el ahora representa.
Dejemos atrás ese terror por la inseguridad y la insuficiencia que causa la incertidumbre. Analicemos, probemos y construyamos nuestro porvenir. No existen situaciones incorregibles. Como afirmaba Bauman, “El futuro tiene que volver a ser el hábitat natural de las esperanzas de mejoría”.
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