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Aunque muchos no lo crean, estamos inmersos en una dinámica social cuyo eje principal es el cambio y el progreso.

Vivimos en un constante devenir de ideas, nociones y transformaciones que nos enfrentan a situaciones difíciles en las que nos vemos obligados a revisarlas y cuestionarlas. Para sobrellevar con éxito esta realidad, es necesario, ademas de una mente amplia, darse la oportunidad de romper paradigmas, aspecto en el cual la educación aún tiene mucho que avanzar.

Este ejercicio no solamente es necesario, sino que también es muy satisfactorio porque es en medio de esos cuestionamientos en los que podemos analizar con cabeza fría temáticas complejas y proponer soluciones innovadoras. Por eso, cuando nos encontramos con la tarea de adelantar procesos de transformación, la resistencia justificada en el éxito previo puede entenderse como terquedad o egoísmo; importantes obstáculos del cambio.

Cuando nos aferramos ciegamente a una forma tradicional de hacer las cosas, chocamos inevitablemente con la corriente del cambio, sobre la que navegan las ideas más innovadoras del mundo. Dejarse arrastrar por ese torrente es, sin duda, una aventura peligrosa, pero con cautela, criterio y suficiente información, podemos aventurarnos por las aguas de las transformaciones, sin riesgo de ahogarnos en ellas.

Usualmente, quienes se niegan a aceptar ideas innovadoras se suelen sujetar a la noción que hay una verdad absoluta y por ello, se puede emitir una última palabra, inmodificable. Pero pienso que en muchos aspectos de la vida, la riqueza y el conocimiento residen en las ideas de otros, por fuera de nuestros horizontes y en donde podemos encontrar posibilidades de crecer y mejorar. Como ejercicio de reflexión personal, es muy importante cuestionarse, asumir ideas de forma constructiva y darle la oportunidad a aquellas que nos desafíen.

Como la Academia es una de las instituciones sociales más importantes y de mayor tradición, en ella se suele encontrar especial resistencia al cambio. Esta es una de las grandes falencias de la educación tradicional, que por años ha seguido un modelo único diseñado para servir un propósito, en un contexto determinado y constantemente ha sido escéptica del cambio. Es triste, que en el hogar del conocimiento y de las ideas, se apaguen iniciativas a causa del temor a la novedad.

La tradición ha ofrecido a la Academia un refugio muy valioso que ha permitido construir grandes proyectos para el beneficio de la humanidad, pero desafortunadamente se ha convertido también en el pretexto con el que muchos educadores elevan un muro que es muy difícil de derribar. Para mí, poder transformar, es reconocer que lo que en algún momento pensamos como válido, podrá en algún momento ya no serlo.

Me produce una gran satisfacción trabajar en modelos de educación virtual porque he visto cómo se ha logrado ir derribando esos muros. Al hacerlo, paso a paso, nos vamos acercando a nuestra meta de transformar la educación, de un servicio excluyente y elitista a un servicio amplio, global y al alcance de todos los ciudadanos, en todos los rincones del mundo.

Reconozco también, que parte de la resistencia ante la educación virtual no es infundada. Por supuesto hay muchas aspectos que aún tenemos que resolver y mejorar. Asuntos de modelos pedagógicos, evaluación, trabajo colaborativo, validación de identidad, formación alternativa y seguimiento, tienen todavía vacíos que hace falta atender. Ante estas dificultades, siempre prefiero buscar herramientas para encontrar una solución, en lugar de frenar el cambio por cuenta de estos obstáculos.

@FDavilaL

Fernando Dávila Ladrón de Guevara

Rector Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano

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