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Uno de los aspectos más interesantes que supone formar a los ciudadanos del mañana es explorar la infinidad de retos a los que se enfrenta el docente de hoy. Su rol tradicional, como un erudito distante e incomprensible, se ha visto desafiado por las transformaciones en las dinámicas de intercambio del conocimiento. Si ya no es ese poseedor de la verdad absoluta que ha sido por mucho tiempo, ¿cómo debería ser ese nuevo docente?

Una escena que hemos vivido muchos, incluso las generaciones más jóvenes, es la de un profesor todo poderoso, quien durante algunas horas a la semana interpreta para su audiencia la información sacada de un libro de texto y su objetivo es enseñar. Ese docente tradicional, que se las sabe todas, que casualmente eleva unas preguntas y se marcha al finalizar la sesión con el célebre: “para la próxima clase lean el siguiente capítulo”, está sufriendo una transformación, el objetivo ahora es que los estudiantes aprendan.

Una de las razones más importantes por las que esto ha ocurrido tiene que ver con el acceso a la información. La idea del docente sabelotodo, que dosificaba sus conocimientos en cada clase, tenía más sentido en un contexto en el que el conocimiento reposaba exclusivamente en anaqueles de bibliotecas y laboratorios. El maestro cumplía entonces una labor de “traducir” y transmitir esa valiosa información a sus pupilos, para quienes el acceso a estos conocimientos no era fácil. Hoy, cuando el esfuerzo para acceder a ellos es menor, el docente ya no puede ser el intermediario en la transacción.

El nuevo docente debe desconfiar de la importancia que históricamente se le ha dado a las evaluaciones. Lo cierto es que en ellas el estudiante se enfrenta a escenarios hipotéticos, a simulaciones y problemas que no siempre ponen a prueba sus capacidades y de los que muchas veces se olvida a falta de una apropiada contextualización.

El maestro escéptico de los sistemas de calificación y preocupado porque sus estudiantes aprendan, es capaz de reconocer y entender que las habilidades, el interés o la inteligencia de sus estudiantes no están relacionadas con su promedio académico. Es contraproducente que la promesa de una alta calificación sea la única motivación de un ejercicio educativo y por eso es vital que el nuevo docente pierda el miedo a desarrollar estrategias innovadoras que motiven el interés por el conocimiento y la participación.

Este docente, que de hecho existe desde hace algún tiempo, no es necesariamente un amigo, es para el estudiante un compañero y un guía quien reconoce en su clase un espacio para generar preguntas y promover debates; es quien está preparado para adaptarse, enfrentarse a cuestionamientos y aprender.

@FDavilaL

Fernando Dávila Ladrón de Guevara

Rector Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano

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