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Cierto es que la historia es contada por quien ha salido vencedor de las batallas. Y dicha historia, normalmente, narra las hazañas de quienes comandaron los procesos a través de los cuales la sociedad y sus estructuras se han construido, transformado o demolido. En ese sentido, la conmemoración de los 15 años del célebre Plan Colombia nos dejó una postal clara (y vidente). El presidente Juan Manuel Santos y demás miembros de la nutridísima delegación nacional acudieron con sus mejores galas a Washington, para concelebrar con su gran aliado, los Estados Unidos, la gran victoria frente al terrorismo y el narcotráfico. El presidente Obama, que cumple con la misión de ser coherente con lo que hicieron sus predecesores y busca defender los intereses del país que representa, se congratula de hacer parte de este baile de la victoria y propone iniciar una nueva fase de cooperación entre estas dos naciones. Un nuevo Plan Colombia que, esta vez, financie el tan publicitado postconflicto.

Sin embargo, detrás de la conmemoración del indiscutido suceso de esta iniciativa transnacional, hay una historia alternativa que retrata la forma en la que nuestro país no ha sido ni es dueño absoluto de su destino. Por el contrario, este relato revela que Colombia depende, en mayor o menor medida, de los designios de su big brother, Estados Unidos. Gústenos o no, el país del norte ha tenido un alto grado de influencia en la forma en la que la sociedad colombiana ha buscado estructurar y cumplir con su proyecto nacional.

Por lo tanto, una historia alternativa del Plan Colombia puede ser contada. Y debe ser narrada a partir de dos perspectivas. La primera tiene que ver con los objetivos reales de esta política desde el punto de vista de los intereses de Estados Unidos y las necesidades de nuestro país. La segunda se refiere a las consecuencias de su implementación, que no necesariamente fueron positivas para Colombia si se observa la situación actual de ciertos actores sociales y la posición misma del país en el contexto de la comunidad internacional.

El Plan Colombia

En octubre de 1999, el presidente Andrés Pastrana viajó a Houston para reunirse con los ejecutivos de las compañías petroleras más importantes del mundo -en su mayoría norteamericanas- y con el gobernador de Texas -un tal George W. Bush, que dos años después asumiría la presidencia de los Estados Unidos. Dicho ágape no tenía otro motivo que presentarles a dichas empresas la importante iniciativa que se estaba gestando entre Bogotá y Washington para “abrirle las puertas” a su presencia en Colombia.

Se trataba de una multimillonaria iniciativa de cooperación cuyo objetivo era la transformación y modernización del ejército y policía de Colombia. Se buscaba contar con una estructura militar capaz de vencer a la insurgencia, neutralizar el tráfico de drogas, y así mantener el control de ciertos territorios estratégicos para los intereses norteamericanos, incluyendo el establecimiento seguro de capitales y empresas de dicho país en Colombia. De ahí que Pastrana tuviera tanto interés en ir a contarle a la industria minero-energética de los Estados Unidos sobre los planes que se gestaban al respecto.

En dicho momento nuestro país afrontaba la etapa de mayor intensidad del conflicto militar que se había trabado con los grupos guerrilleros y paramilitares, quienes para colmo de males se había fortalecido a través de “alianzas estratégicas” con el narcotráfico y la comisión de prácticas de extorsión y secuestro. Incluso, ya tocaban las puertas de las ciudades a través de acciones temerarias que desafiaban la idea del monopolio de la fuerza por parte de las fuerzas del estado. Si bien se habían instaurado negociaciones con las Farc alrededor de la tristemente famosa zona de distención en El Caguán, es probable que ni su mismo autor, el presidente Pastrana, creyera en el buen término de dicho proceso -ya sabemos qué pasó al final. Es por ello que el gobierno colombiano le pedía a Estados Unidos ayuda para fortalecer su estrategia militar, con el fin de poder finalizar prontamente el longevo conflicto armado interno.

El Plan Colombia fue originalmente concebido en 1998, tan pronto como Pastrana relevó al no-muy apreciado por los gringos Ernesto Samper. Si bien fue originalmente diseñado en la Casa de Nariño, dicho movimiento se dio por sugerencia expresa de la Casa Blanca. Estados Unidos tenía la clara intención de fortalecer su influencia sobre su principal aliado en la región, a partir de una nueva reinvención de la Doctrina Monroe, la perenne estrategia de política internacional norteamericana basada en el intervencionismo justificado por la asunción de un rol de policía global.

Lo anterior se puede apreciar de forma prístina en la forma en la cual los auspiciadores del Plan Colombia en los Estados Unidos manejaron el asunto. En un artículo publicado por el Washington Post el 10 de abril de 2000, el senador Paul Coverdell defendía dicha iniciativa en términos sorprendentes. De forma dura pero franca, el senador republicano por el estado de Georgia argüía que, debido a la connotación regional del conflicto colombiano, era urgente una “intervención” en Colombia para así proteger los intereses económicos de Estados Unidos en Venezuela. Bajo dicho contexto, el senador republicano se refería a nuestro país como el “backyard” gringo -el patio trasero en español, para ser precisos- y defendía la necesidad de adelantar respuestas efectivas y contundentes al problema que representaba Colombia para las américas. Al final, fue él quien junto con los también republicanos Mike DeWine y Charles Grassley impulsaron la aprobación del Plan Colombia en el Congreso.

La visita del presidente Clinton a Cartagena en agosto de 2000 vendría a confirmar la hipótesis intervencionista. El Plan Colombia no sólo se había convertido en una política de estado compartida, sino que denotaba el interés de aplicar mano dura en el contexto regional debido a los evidentes intereses geoestratégicos y económicos que los norteamericanos tenían sobre Colombia. El unilateralismo que los gringos habían implementado en el desarrollo de sus relaciones internacionales sufría una interesante variación en el caso colombiano. Sin perder su impronta imperialista, ahora se valía de la soberanía de la otra unidad política para asegurar sus intereses políticos y económicos. En principio, no había necesidad de un despliegue militar directo ni mucho menos una financiación de grupos paramilitares, porque el gobierno del país periférico mostraba absoluta connivencia con la tarea. Y si Pastrana simpatizaba con el Plan Colombia, ¡imagínense lo que representó la llegada de Álvaro Uribe a la presidencia! Como agua para chocolate.

La otra cara de la historia del Plan Colombia muestra una estrategia cuyo fin último era la provisión de seguridad interna para nuestro país con el fin de poder acceder a recursos naturales, de los cuales la economía norteamericana depende ampliamente. En particular, hablamos del acceso masivo a petrolero, minerales, insumos para producir biocombustibles y tierras para asegurar el desarrollo de las anteriores empresas económicas. Es decir, que en este caso el apoyo a nivel militar estaba fundado en importantes pretensiones políticas y económicas; incentivar la producción de recursos estratégicos, proteger la infraestructura necesaria para dicha actividad, y asegurar su ubicación en los mercados internacionales para acceder de forma eficiente a ellos.

La próxima semana me enfocaré en hablar sobre los efectos del Plan Colombia, así como de las implicaciones de una nueva versión de dicha iniciativa de cara al postconflicto.

Twitter: Desmarcado1982

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