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Cincuenta años han transcurrido desde la introducción
de la Causa de Canonización de la Madre Laura Montoya Upequi, hasta su Inscripción
en el Catálogo de los Santos de la Iglesia Católica Universal.


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Dos ideas subyacen en la constatación del tiempo
transcurrido: la primera atestigua la rigurosidad de los procesos que, en su
fase Diocesana, sin ser contenciosos ni penales, son de naturaleza
administrativa  con verdadero valor
probatorio judicial, ceñidos estrictamente a la verdad de los acontecimientos y
que son examinados pormenorizadamente en su propio contexto histórico, lo cual
demanda inversión en tiempo y apego a la verdad objetiva.

La segunda idea es que, no obstante todas las luchas
que el hombre debe enfrentar en la cotidianidad, si se puede llegar a ser
Santo. Más aún, se debe tender siempre hacia la santidad lo cual pertenece a la
esencia misma del Cristianismo, pues según una frase famosa «se practica lo que
se cree».

Desde el primer milenio de la iglesia se descubrió la
importancia de destacar el nombre y la vida de quienes, en medio de las
persecuciones, eran asesinados por practicar su fe; primero fueron los
mártires, luego los confesores, y se destacaban por una especie de aclamación
espontánea que implicaba la conservación de las reliquias respectivas.

Sólo hasta el año 1234 el Papa Gregorio IX publica
como ley universal la practica ya impuesta en el siglo XI de reservar al Sumo
Pontífice la declaración de que una persona era Santa y por lo tanto se
prescribía para ella un culto público universal.

En el siglo XIV se presencia  la incipiente aparición de los Procesos de
Beatificación como parte del itinerario de una persona hacia la Canonización,
es decir, hacia el reconocimiento universal, con la diferencia de que a quien
se declaraba Beato se le podía rendir culto restringido a su territorio de
origen.

Pero… y cómo se puede llegar a ser Santo?, hoy en día
hay santos por todas partes; algunos conducen taxi, otros aran en nuestras
montañas, otros pescan en nuestros mares y en nuestros ríos, muchos ofrendan
sus fatigas y su tiempo en oficinas, aulas de clase, fábricas, hospitales y
hasta en los mismos hogares.

Se trata de practicar las virtudes en grado heroico, virtudes
que sólo son tres: Fe, Esperanza y Caridad. Practicarlas en grado heroico
significa que se traducen de forma fiel y alegre en medio del cumplimiento de
las tareas que cada cual desempeña en su diario vivir. Se trata simplemente de
marcar la huella en el camino de manera «Cristiforme», es decir, de pasar por
la vida haciendo el bien.

 Y muchos pasan
por la vida haciendo el bien, o al menos intentando hacerlo o tal vez queriendo
hacerlo. Por eso hay tantos Santos por todas partes.

La Santidad nunca ha pasado de moda resistiendo con
indecible coraje, siempre cuesta arriba, las inevitables y tentadoras
propuestas de un mundo globalizado que en un salvaje mercadeo casi que obliga,
en la cotidianidad de la existencia, a comportarse asumiendo formas,
estereotipos y modelos preconcebidos acordes a la pretendida modernidad en la
que no caben valores y virtudes, sino las expresiones libertinas de lo melifluo
y gelatinoso.

La reacción de las instituciones del país incluyendo,
en buena hora, al Congreso de la República, frente al anuncio de la
Canonización de la Madre Laura, indica que nos encontramos indudablemente ante
un acontecimiento de proporciones majestuosas.

Hemos descubierto una especie de nuevo amanecer que
nos sacude de un aparente letargo de años, y sentimos cómo nos acaricia un
suave viento esperanzador, porque alguien de nuestra raza, de nuestra estirpe,
que rezabas las mismas oraciones que nosotros rezamos, ha sido elevada los
altares y es Colombiana y por más señas criada en la contemplación de las
montañas de Jericó y Dabeiba.

Su obra el Instituto
Religioso de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena fue un
continuo ir contra corriente al servicio de la causa de los indígenas que, para
el momento, se presumía que no tenían alma. Pero ni las adversidades
climáticas, políticas, religiosas y sociales pudieron vencer la fortaleza de
espíritu atesorada en la constante 
puesta en práctica de la voluntad Divina, permitiendo ser guiada por su Fe,
animada por su Caridad y sostenida por su Esperanza.

Si ella pudo convertirse en
modelo de mujer, de educadora, de emprendedora luchando quijotescamente y
abriendo surco, con mayor razón ahora tantas mujeres y tantos hombres en el
progresivo descubrimiento de los derechos que les amparan, pueden asumir sendos
compromisos con esta sociedad que les espera, para que también ellos, pasen por
la vida haciendo el bien, porque finalmente la Santidad está de moda en
Colombia y por eso, nuestra tierra y nuestra gente, ha regalado a la Iglesia
Universal la Primera de muchos Santos que han brotado de las entrañas
montañeras.

 

Monseñor Doctor Jorge Aníbal
Rojas Bustamante.

Juez en el Proceso de
Beatificación y de Canonización de la Madre Laura Montoya Upegui.


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