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Fabián A. Salazar Guerrero. Ph.D Doctor en Teología, Asesor Espiritual y Director de la Fundación INTERFE.
La vida nos otorga hermosas oportunidades de revisar la propia existencia y darnos cuenta de que estamos viviendo a medias, que ya no somos el sueño que teníamos para nosotros mismos y que el tiempo va pasando sin que lleguemos a ser verdaderamente plenos y felices.
Existen miedos ocultos, algunos sembrados desde la infancia y que, poco a poco, van atrapando el corazón y de manera callada lo llenan de dolor, de resentimiento, de rabia y de desilusión.
Vivimos diariamente en una serie de contradicciones existenciales:
- Buscamos la felicidad, pero en cambio nos contentamos con pequeños momentos de dicha pasajera.
- Queremos ser amados verdaderamente, y al tiempo nos dejamos atrapar en la manipulación, las migajas de cariño y el miedo a la soledad.
- Aspiramos una vida saludable, sin embargo permitimos que muchas personas o situaciones intoxiquen nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro corazón.
- Deseamos la prosperidad ilimitada, y sin pensarlo nos encaminamos a una profunda pobreza afectiva, relacional y de imaginación.
- Queremos una vida con sentido y hacemos lo contrario al subvalorar nuestro potencial de amar, de sentir y de disfrutar.
- Anhelamos la espiritualidad en nuestra existencia y nos distraemos en cosas superficiales.
Algunas de las siguientes recomendaciones podrían ser de utilidad para vencer el miedo e intentar ser felices:
Sentarse a hablar con el miedo. Los miedos cuando no tienen forma se vuelven enemigos que se ocultan en las sombras, que atacan en el momento menos esperado y que son expertos en sabotear nuestros mejores planes para ser felices. Es hora entonces de darles una forma, de invitarlos a una cita para reunirnos honestamente a hablar.
Al visualizarlos podemos expresarle todo el dolor que sentimos, toda la rabia contenida y toda la frustración que nos causan; pero lo más importante es que podemos darles una voz para que nos expliquen por qué están en nuestras vidas. Luego de un diálogo en que se habla y se escucha, pueden llegar a emerger las lágrimas más profundas o las rabias más feroces; con esto se logrará un profundo alivio y el descubrimiento de que cada miedo, en realidad lo hemos creado nosotros mismos, y que así como fueron nuestra obra, también podemos darnos permiso de dejarlos atrás con profunda serenidad.
Perdonarse. Muchos de los miedos han sido alimentados por nuestros sentimientos de culpa, de manipulaciones afectivas, por una estima lastimada por la dureza o el autocastigo, por el dolor o por no haber puesto límites a tiempo a situaciones o personas que nos hacían daño. La única forma de vencer realmente el miedo es el Amor, un amor que comienza por sí mismo.
El perdón es la fuerza que posibilita el transito al amor propio y nos recuerda que lo primero que necesitamos es reconocernos, respetarnos, consentirnos, celebrarnos, aceptarnos y sanarnos. Si hay mucho amor y perdón, el miedo no tendrá donde hacer su nido, y lo fundamental, no permitiremos que otros nos utilicen, nos sometan, nos amenacen o nos violenten. Cada uno de nosotros puede, quiere, merece y es capaz de ser verdaderamente feliz.
Buscar un soporte afectivo. La red de amor es lo que nos hacer realmente humanos; algunas familias son de sangre y otras compuestas de lazos profundos de amistad. Ese núcleo es el que nos protege de los miedos y nos ayuda a seguir seguros por la vida; si nos desconectamos pasa lo mismo que un pionero que se queda solo y se expone a más riesgos. Es cierto que en las familias y entre los amigos hay problemas, discusiones, incomprensiones pero la familia es la familia y es necesario volver a ella.
Ayuda mucho que la familia y amigos se reúnan en espacios donde se puede dialogar auténticamente, donde los miembros se pidan perdón, donde todos manifiesten sus debilidades, donde encuentren consuelo, donde se compartan los sueños y sobre todo donde recuerden que juntos son más fuertes. Y lo más bello es consolidar un lugar para la ternura, la caricia, los largos abrazos, el cálido afecto y apoyarse unos a otros.
Abrir las manos. En muchas ocasiones por miedo, atrapamos lo primero que se atraviese en el camino, sea este un empleo, una persona, una idea, una promesa o una causa, lo que sea que pensemos ayude a “sobrevivir”, que disimule nuestras indefensiones, que nos evite la soledad o que cubra nuestras desnudeces afectivas. Y por andar aferrados a lo que ya no nos es inútil, nos estamos perdemos toda la abundancia de bellas experiencias a nuestro alrededor.
Es hora de abrir las manos, respirar profundamente y recibir aquello maravilloso que nos merecemos para luego respirar lleno de gratitud.
Confiar y saltar. Muchos de los miedos están en nuestra mente y nunca se hacen realidad. La incertidumbre por el “qué pasará”, el temor por los terribles escenarios posibles que imaginamos, el vértigo que produce el vacío o la duda, el terror ocasionado por lo que pensamos que va a hacernos daño, nos paraliza y nos roba energía, tiempo, dinero y salud.
En ocasiones sólo hay que darnos la oportunidad de saltar a nuevas posibilidades, confiar que otros nos apoyarán, reconocer que tenemos alas para volar y que Dios y sus ángeles nos acompañan. El miedo huye despavorido si tomamos decisiones valientes y creemos en nosotros mismos, en nuestra fuerza y en que somos bendecidos.
Sembrar una nueva semilla de amor. Así como el miedo se alimenta de las malas experiencias del pasado también se llena del estrés del futuro. Si no queremos tener miedo por los frutos del porvenir, comencemos a sembrar hoy mismo las semillas renovadas de amistad, amor propio, de buenas decisiones, de relaciones sanas, de salud, de autocuidado, de renuncias a lo tóxico, de confianza, de gratitud que llenen de flores de amor y confianza el jardín de la vida.
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