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Fabián Salazar Guerrero. PhD. Doctor en Teología. Acompañante espiritual. Director Fundación Interfe.

Esta semana recibí una bella enseñanza que invita a cultivar la vida como un jardín, para que las mariposas lleguen a posarse en él. En la sencillez de esta imagen se muestra un profundo desafío de crecer internamente, con el propósito de que el entorno se transforme en realidades de plenitud, de bienestar y de prosperidad.

Sembrar un jardín pide preparar la tierra, retirar la maleza y apartar las piedras. De igual manera en la vida se requiere quitar aquellos estorbos que no permiten sentirse plenamente satisfecho consigo mismo. Se necesita sacar los temores que vienen desde la infancia, los prejuicios sociales, los “qué dirán” que intimidan, los dolores del pasado y muchos rencores que se han acumulado por años. Dejar limpio el espacio de la mente y el corazón para que, nuevas situaciones puedan arraigarse.

Con determinación mover el terreno mediante el azadón del perdón, el amor propio y la esperanza de ser felices, con el fin de permitir que se renueve la tierra, y que salga lo bueno que se esconde bajo las capas resecas del tedio y la costumbre; y de esta manera dar paso a encontrar nuevas oportunidades de ser fértiles en medio de la aridez que en ocasiones azota la existencia.

Se requiere abonar el jardín con bellas palabras, con renovadas esperanzas y con confianza en nuestras capacidades. Alimentar la tierra como un hermoso vientre de futuro donde sea posible acoger nuevos sueños. Además quitar los rastrojos restantes para que no se aprovechen y desperdicien los esfuerzos que hacemos a diario por salir adelante.

Una vez preparado nuestro lugar, es conveniente seleccionar a conciencia qué semillas vamos a sembrar. Ser creativos en buscar semillas de diferentes flores para que los colores, los aromas y la frescura llenen nuestro vivir. Semillas, que aunque pequeñas, de forma maravillosa se transformarán en plantas que nos embellecerán, nutrirán y sanarán. Semillas poderosas cargadas de sabiduría y valentía.

Para que crezcan las simientes se necesitará agua, aire y sol. El agua viene expresada en el amor de los seres queridos, la alegría de disfrutar de los amigos, las situaciones buenas que nos sorprende a diario, y las sonrisas y placeres que se suscitan a cada momento. El aire fresco son los ideales, los altos valores y principios que nos han enseñado nuestros ancestros. Y el sol es la paciencia como resultado de la experiencia, la confianza en las propias decisiones y las oraciones al cielo que permiten vencer el desanimo, el temor al fracaso y las incomprensiones.

Es una enorme alegría el celebrar el hecho de ver crecer las flores de nuestro jardín, mientras nos regocijamos en sentir como las semillas van echando raíces y las primeras hojas van germinando. Maravillarse por los logros de cada jornada, por los cambios que vamos experimentando y por las sonrisas que van surgiendo sin límite.

Ver esperanzados como nuestra vida se va convirtiendo en un magnifico jardín que alegra nuestra existencia y la de los demás. Un jardín lleno de hermosura, de calidez en cada rincón y de los refrescantes aromas de renovación resultado de nuestro profundo deseo de ser la mejor versión de nosotros mismos.

Ser un jardín tan valioso, que atraiga a las mariposas de las buenas compañías, de las anheladas oportunidades, del gozo profundo, de los dones espirituales, del placer de estar vivos y de la realización de nuestros anhelos. Extasiarse con las mariposas que revolotean abriendo sus alas de libertad, de fortaleza y de luz que nos llenan por completo. Mariposas juguetonas e inquietas que hacen que nuestra vida se llene de tranquilidad, agradecimientos y armonía.

Únicamente falta recordar que en este propósito de ser el más esplendido jardín tendremos la ayuda Divina y angelical que necesitemos.

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