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Fabián Salazar Guerrero PhD. Doctor en Teología. Asesor en belleza espiritual.

Hace un par de días tuve el suceso de ser víctima de un robo en la calle, que incluyó el hecho de la perdida de mis pertenencias y además el de ser golpeado, y que, aunque no son graves las heridas, puede que dejen cicatrices en la piel y en el recuerdo.

Son unos pocos minutos, pero parecen una eternidad de vulnerabilidad y de impotencia. Los ojos desorbitados de los atacantes, las voces soeces que acompañan sus amenazas y la intimidación que producen las cuchillas empuñadas, crean un cuadro de terror que aprovechan los agresores para ejecutar sus fechorías. Lo triste es que no bastan las palabras que intentan calmarlos, pues su empoderamiento absurdo, convertido en violencia, es sordo al razonamiento.

En esos momentos, sus rostros ocultos también por la pandemia los convierten en fantasmas que aprovechan las circunstancias a su perverso favor. Es tal la cobardía que los acompaña, que sólo se atreven a atacar en grupo, cual jauría de hienas tras la presa caída. Lo sorprendente es cómo ellos mismos intentan justificar su acción como si fuera una causa “justa” al reclamar que se les deben las cosas, pues consideran a su atacado como un tonto que les dio la oportunidad, o por alguien, que según ellos tiene pertenencias en abundancia y que ellos no. Se confunden en una alocada argumentación robinhoodesca.

Mientras permanezco en el suelo, viendo como huyen entre risas, contentos por su botín y confiados en su impunidad, yo me intento levantar revisando mi cuerpo, haciendo un rápido inventario de mis perdidas y de mis dolores. En estos instantes ciertamente confusos, aun en choque por lo sucedido, se intenta negar la realidad pensando que solo es un sueño, pero pronto vuelves a la realidad pues necesitas salir de inmediato de ese nefasto lugar para buscar ayuda.

Ya en un espacio seguro, te confrontas con las preguntas de los seres queridos, que afirman que en su corazón sabían que algo te estaba pasando. Intentas explicar lo que sucedió, evitando asustarlos aún más, pero en el fondo tú mismo estás viviendo una confusa mezcla de imágenes, emociones y sensaciones inexplicablemente desagradables de tristeza y aún de rabia. Haces una nueva revisión de tu integridad física, esta vez con más calma para intentar comprender lo sucedido, en mi caso encontré golpes, raspaduras y lo más increíble, marcas evidentes del filo metálico que había atravesado mi ropa pero que milagrosamente apenas habían aruñado mi pecho y mi abdomen.

En esas circunstancias no queda más que agradecer por estar vivo, reconocer que el amor divino es protector y que aún tienes una misión en la existencia. Es inevitable pensar que en lo estúpido de un asalto se puedo haber perdido la vida o haber recibido daños irreparables o que, en el calor de la furia, se pudo haber acabado con el agresor y dañarse la existencia terminando en un hospital, en una cárcel o en una morgue.

Apreciados lectores de blog, les comparto esta experiencia, pues seguramente a muchos les ha pasado, y porque estos hechos son también escuelas de enseñanza espiritual. A continuación, algunos aprendizajes que quiero compartirles de lo aprendido en estos días de reposo y reflexión.

En ocasiones ponemos mucha atención a la seguridad de nuestra casa, de nuestro computador o de nuestro equipo celular pero no hacemos lo mismo con nosotros mismos. Es importante cambiar de rutinas, escoger rutas más transitadas, tener un conductor de taxi conocido, estar en lo posible acompañados, ya que, sin reconocerlo, pecamos de confiados.

Tomar medidas preventivas como informar a alguien de confianza donde estamos, tener oculto dinero para una emergencia y guardar en la ropa un número de teléfono de contacto. Establecer un plan de retorno antes de salir y estar pendiente de lugares y horarios que se consideran de riesgo en la ciudad y más si estamos en un lugar que no conocemos.

En el camino mantenernos muy pendiente de lo que sucede a nuestro alrededor, evitar estar distraídos con el celular o estar imbuidos en los pensamientos o problemas apartados del entorno. Mirar con atención es estar en el presente de las circunstancias. Si observas una actitud sospechosa cambia de lugar, busca un espacio con más personas o informa a otros de tus inquietudes.

Si ya es inevitable la situación intenta mantener la calma y recuerda que las cosas materiales son valiosas, pero más valiosa es tu vida y tu integridad y más cuando vas en compañía de alguien que puede quedar indefenso. Aunque es difícil en ese momento, mira qué es lo más estratégico (quedarte quieto, gritar, correr o actuar), la pelea no parece ser una buena idea y recuerda que algunos de los delincuentes están bajo el efecto de las drogas o del alcohol, y a otros ya no les importa nada pues consideran que no tienen en absoluto qué perder.

Luego del robo, busca de inmediato ayuda e intentar llegar a un lugar seguro. Una vez pase el shock inicial, toma acciones como bloquear el teléfono celular y avisar a las autoridades lo antes posible (existen recursos digitales para este fin). El no denunciar hace que los delincuentes sigan actuando con la confianza de no ser castigarlos. Es cierto que pueden existir causas que llevaron a esos sujetos a robar, pues nadie sabe con qué hambre vive el otro, pero esto no justifica sus acciones. Es necesario contribuir a que se cierre ese círculo perverso de quien roba (y a veces asesina), quien infamemente comercia lo robado y del imbécil que lo compra, que a final se convierte en cómplice del delito y de la sangre. Por eso piénsalo muy bien si alguna vez te ves tentado a comprar productos en lugares que bien sabes pueden venir de esta cadena perversa de delitos.

Vive tu duelo por las cosas, pues de verdad costaron mucho trabajo y tiempo, pero ten presente que también esa nostalgia pasará. En mi caso, mi teléfono celular, apenas lo había terminado de pagar y no tuve la precaución de tenerlo con un seguro, esto es también una enseñanza para el futuro. De igual forma, tener cuidado de no exponer joyas o equipos costosos pues no sabemos quién nos está viendo. Es mejor ir por la calle con sencillez y no dar oportunidad a los amigos de los ajeno de antojarse.

Seguramente la escena del robo se repetirá en tu mente, y puede suceder que durante varias noches te quite el sueño, pero al final todo se supera, es recomendable hacer meditación, respiraciones y hasta ejercicios físicos para ayudar a volver a encontrar el equilibrio y, si es muy grave, se requiere recurrir a la ayuda profesional. Así mismo la imaginación te jugará sus tretas, tratando de hacer hipótesis de posibles escenarios donde no te hubiesen atacado y hasta te echarás la culpa de la situación en que te encontrabas, pero lo mejor es volver a la realidad, reconocer que pasó y ya, que fue un contratiempo, que no es nada personal contra ti y que lo importante es que dejó una enseñanza que nos pide hacer cambios en nuestra vida, en nuestros hábitos y en nuestras formas de ir por la vida.

Por salud mental y física es necesario aprender a soltar. Nada se gana con llenarse de rencor, de tristeza y hasta de profundo miedo. Esos agresores ya no están aquí, ellos siguieron su camino y llevarán el peso de sus actos y consecuencias, y las autoridades o la vida les cobrarán, pero por ahora suéltalos de tu recuerdo para que no te sigan agrediendo en pesadillas; no permitas que aparte de robarte las cosas, te roben tu paz y la confianza en ti mismo.

En cuanto a los objetos, por muy costosos o significativos que sean, son solo eso, “objetos”, y pueden de nuevo recuperarse y hasta volver en una mejor versión. En el caso de la situación misma, hay que dejarla ir para no volverse un ser temeroso y desconfiado, fue un momento puntual, un accidente que a todos les puede suceder, pero hay que quitarle atención para que no te siga perturbando.

Este hecho es también un llamado a dejar la indiferencia y a ser solidarios con las personas que pueden ser o son víctimas de estas formas de violencia. Informar a las autoridades correspondientes de movimientos sospechosos, acompañar a personas que pueden ser vulnerables, tener a mano los números de teléfono de emergencia, socorrer a quienes han sigo atacado, poner sobre aviso a quien potencialmente pueden ser robados y asistir con valentía cuando se ha sido testigo del delito.

El protegernos unos a otros creará una red de seguridad más efectiva, como bien dice el dicho: “hoy por mí, mañana por ti” y permitirá hacer un frente común de bienestar y transformación que disuada a quienes por erróneas, desesperadas o viciosas decisiones han optado por el camino de hacer el daño a sus semejantes.

En conclusión, es “mejor prevenir que curar” y tomar las medidas necesarias para el auto cuidado, estar muy atento del entorno y no arriesgarse innecesariamente. Aprender a soltar lo que ya pasó, encontrar la paz y el perdón interno; ayudar a los demás en situaciones de necesidad, colaborar con las autoridades y no aceptar ser cómplices. Salir con una actitud positiva y regresar con agradecimiento. Y por otra parte reconocer que en ocasiones la vida nos zarandea y nos pega unos buenos sustos con el fin de que despertemos al cambio.

Aunque sea contrario el sentimiento que produce el actuar de los delincuentes, es necesario orar por esas personas que están en la criminalidad, para que no sea tan tarde y que encuentren las formas honestas de acceder a los recursos que necesitan, que otros se liberen de las situaciones extremas o de las adicciones que los llevan a cometer tan detestables actos y orar también por quienes por defectos de carácter, resentimiento social o el mal ejemplo han optado por manchar sus manos, sus corazones y sus almas, para que de verdad encuentren la conversión de su comportamiento vergonzoso.

No quiero terminar este escrito sin agradecer la ayuda divina que me socorrió, las muestras de afecto recibido y las personas que me han acompañado con sus consejos. Así mismo me he hecho consciente de tantas familias que han sufrido la pérdida de un ser querido en situaciones de delincuencia común. Mis oraciones por ellas y mis deseos porque como sociedad tomemos conciencia de esta dura realidad que no queremos toque a nuestras puertas.

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