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Fabián Salazar Guerrero

Apreciadas y apreciados lectores del blog diálogos espirituales, un cordial saludo.

En estos días de seguro se deben ya sentir cansados por todas las posiciones en pro y contra del proceso de Paz (acuerdos) en Colombia y deben sorprenderse también de las posiciones radicales que en redes sociales toman nuestros propios amigos y familiares con sus comentarios. Hasta da temor dar una opinión, pues de inmediato te encasillan como enemigo de uno u otro bando.

Para algunos la posición más cómoda parece ser quedarse callados esperando el resultado del plebiscito para luego salir, de forma oportunista a ufanarse por “haber ganado”; otra posición es mostrarse con tanta indiferencia frente a la elección como si el asunto pasara en otro país y no nos afectara.  La polarización se va haciendo extrema al punto del “todo o nada”, a la “guerra o la paz”; en verdad estas reducciones pueden ser falaces a la hora de tomar una decisión en medio de la presión por el tiempo, el miedo por los actores armados y las zonas grises de los acuerdos que obligan a tomar decisiones en bloque y no por cada tema.

Me han preguntado qué opino y de corazón presentaré mis reflexiones entre luces y sombras. Por un lado, están las esperanzas, las ilusiones que por fin termine este conflicto y que nuestros hijos tengan nuevos horizontes, pero por otro lado aparece la desconfianza por las contradicciones de las versiones “oficiales”, los silencios, las posibles agendas ocultas y la incertidumbre si van a cumplir lo pactado.

Si pudiera encontrar una imagen diría que me siento como cuando te ofrecen “una tarjeta de crédito”. En un principio todo parece maravilloso, te la promocionan como una salida fácil a tu situación, te prometen una serie de beneficios inmediatos y te dicen que no te costará mucho para algo “tan bueno” y que lo único que tienes que hacer es “firmar”, dar libremente tu “sí”. Luego de pasar un tiempo te das cuenta de lo que puede pasar en realidad: que el costo de todo es más alto por el interés, que tu necesidad o tu deseo de algo mejor se voltea en tu contra en deudas, que existen unos costos ocultos que asumiste de prisa sin calcular el precio, que leíste el contrato de “acuerdo” pero en verdad no comprendiste lo que implicaba en el tiempo y todo lo que hipotecaste por tu afán. Por eso es tan importante hacer un ejercicio de discernimiento para no arrepentirnos después y llegado el caso, para tener la nobleza de aceptar la decisión de la democracia, aunque pueda ser contraria a nuestra decisión personal.

Queremos creer que es posible la paz, pues hemos esperado muchos años, y se tienen muchas expectativas sobre las negociaciones y que por fin pare el sacrificio de tantas vidas en una guerra fratricida. Así mismo, esperamos haber madurado como nación, como fruto de procesos anteriores y de haber sobrevivido a tanta violencia venida del narcotráfico, la delincuencia y los grupos armados. A la vez aparece una sensación de desconfianza a tantas promesas y “maravillas” ya que han sido varios los procesos y pactos que se han mostrado abusivos del pueblo colombiano y llenos de impunidad.

Queremos creer que esta vez sí vendrá la paz y que los dueños de la guerra han decidido terminar el conflicto y lograr a través de acciones ciudadanas un cambio estructural de nación. Pero se nos pide tener la confianza para soñar que llegó el momento de la paz y que hagamos un acto de fe al creerles a quienes por tantos años han mentido, asesinado, delinquido sólo porque dicen que lo harán sin nunca haberlo demostrado; es tanto como recibir un cheque sin saber si tiene fondos.

Alegra mucho saber que no estamos solos en este camino, y que los organismos internacionales, los países amigos y garantes del proceso nos acompañan y esperan ser testigos del cumplimiento de los acuerdos; pero a la vez las lecturas desde el extranjero parecen ser también muy simplistas: “ya llegó la Paz”, “acabaron más de 50 años de conflicto,” “El gobierno lo logro” y hasta se preguntan por qué tendría que consultarse al pueblo si quiere la paz.  En esta lógica también caen algunas iglesias y organizaciones religiosas internacionales que muchas veces escucharon una versión de los hechos, que subliman de inmediato la realidad política a la espiritual y caen en cierto romanticismo redentor sin haber nunca vivido en el país. Es mejor ser prudente y que independiente de la firma de un acuerdo sigamos trabajando por una verdadera reconciliación.

Son años de acercamiento y unos tantos más de negociaciones en la mesa con presencia de diferentes actores, con una gran inversión de recursos y con un enorme desgaste político y de polarización, y por eso causa tranquilidad el tener un documento consensuado y la promesa del fin de la confrontación; a la vez en muchos sectores causa molestia el tono y la actitud de los negociadores como si se hicieran “favores” cuando en realidad era una obligación moral de las partes el haberse sentado a la mesa, pues Colombia esta cansada de la guerra, de los delitos en nombre de “ideales”, de los secuestros, de la destrucción del medio ambiente, de los chantajes y de tantas víctimas inocentes.

Queremos creer con todas las fuerzas de nuestro corazón que existe en esta ocasión una firme intención de las partes, de hacer un alto en el camino y de reconstruirnos como país para acabar este injusto camino de muerte y destrucción de varias generaciones. Pero a la vez se pide un borrón y cuenta nueva, cuando en realidad no se visto un real gesto de reconocimiento público de arrepentimiento por los hechos cometidos; en lugar de una transparente verdad siguen las mentiras, los disfraces argumentativos, las justificaciones absurdas, los eufemismos que ocultan las acciones terroristas (pues ese es el nombre), los chantajes en nombre la paz que más parecen “triunfos políticos” que un sometimiento al orden público y la democracia. En muchos sectores este proceso tiene un aire de derrota que debe tenerse en cuenta para que en el día de mañana no pase factura.

Entendemos la importancia de este acontecimiento histórico y la necesidad de informar a la opinión pública de los acuerdos para tomar una decisión a favor de la Paz, lo que ha ocasionado un amplio despliegue de medios, una cuantiosa campaña publicitaria que vale la pena invertir para la formación y preparación de la población para una gran decisión de futuro. Pero a la vez, algunos mensajes sutiles, nos colocan entre la espada y la pared, y parecen ponernos en una situación límite en la cual, si no aceptamos los acuerdos, “la guerra se verá incrementada”, “nuestros hijos irán a la guerra”, “será la última oportunidad para actuar”, y que si no decimos “Sí” entonces “eres enemigo de la paz”.  Es por eso que algunos grupos responden no contra la Paz sino que la Paz no se pague a cualquier precio. Es necesario un ponderado discernimiento.

Muchos estamos convencidos que la Guerra es más costosa que la Paz y que si queremos alcanzarla debemos hacer un enorme esfuerzo que afectará los recursos, los impuestos y las instituciones públicas; creo que sabiendo que nos sacará de “una horrible noche” estamos dispuestos a asumir este precio pero a la vez, nos deja a inquietud de ¿qué pasará con el dinero mal habido y con los enormes capitales acumulados por estos grupos armados? ¿Acaso no existe un enorme riesgo que esos dineros “sean blanqueados”, que se conserven las fortunas de los “nuevos ricos” en bancos extranjeros, que se sigan sosteniendo empresas o nóminas políticas, y sobre todo que sean el premio impune al crimen? Nada de esos capitales reparan el daño y al contrario quedarán ocultos con el peligro de alimentar otras formas de delincuencia. Es preocupante también pensar si el Estado estará preparado desde sus estructuras e inteligencia para enfrentar a quienes van a “heredar” las rutas, los corredores y los productos deseados por las nuevas bandas criminales organizadas, otros grupos armados organizados y de nuevos grupos extremistas emergentes. No es solo firmar la paz sino asegurar la no repetición del crimen.

En el tema de la curules en el órgano legislativo, de seguro muchos no dudamos que es mejor la confrontación de ideas en escenarios públicos que el horror del enfrentamiento de las voces de los fusiles y las bombas que tantas vidas han cobrado por la intolerancia y el terror. Pero solo el tiempo dirá si fue la mejor decisión darles tantos cupos en Senado y Cámara y si estamos preparados para escuchar sus discursos, sus lógicas y sus aportes. En cuanto a política, los reinsertados de seguro no se quedarán ahí, sino que buscarán entrar a otros cargos por elección en próximas oportunidades (esto es legítimo de la democracia), pero lo que se advierte es la urgencia de veeduría para que no entren dineros del delito en las campañas o se ejerza presión sobre los electores como “nuevos caciques electorales”.

Es un motivo de entusiasmo ver cómo diferentes grupos, gremios, colectivos, organizaciones religiosas y organizaciones sociales se preparan para la Paz y el post-conflicto, sea desde la educación, las campañas, las iniciativas y las propuestas articuladas con el gobierno, pero a la vez causan malestar que surjan ciertas “mafias o carteles de la paz” que están esperando maquiavélicamente el momento para recibir “los recursos para la paz” con el fin de captar dineros para sus burocracias, para sus gastos propios, para ganar a costa de las víctimas y reinsertados, para enriquecerse y en últimas para aprovecharse de la coyuntura de inyección de dinero. Es momento de revisar nuestra conciencia con el propósito de ver que motivaciones o que intereses nos mueven.

Reconocemos que la gran mayoría de los miembros de los grupos armados son en su base del pueblo y en su mayoría de origen campesino y que muchos fueron obligados a vivir una situación de la cual también de seguro están agotados y quieren volver a sus tierras, regresar a los brazos de sus seres queridos y comenzar una vida como lo quisiera hacer cualquiera de nosotros si se nos da una oportunidad. Ellos merecen una nueva opción de vida, pues también son colombianos. Sin embargo, queda en muchos ciudadanos la sospecha por cuál va a ser la suerte de los jefes, de las élites de la guerra y si disfrutarán de su “triunfo”, de impunidad, de conservar los bienes criminales, de entrar a los cuadros políticos sin tener el perfil y si vivirán con privilegios injustos que la ciudadanía tendría que soportar.

Independiente del escenario que resulte es prioritario preguntarnos ¿qué paso y qué pasará con los niños y niñas de la Guerra? Este no es un tema secundario y deben darse acciones inmediatas. Lo mismo ocurre con los mecanismos de verificación, ya que si no es la misma sociedad civil quien pueda verificar el cumplimiento a mediano y largo plazo; lo grave es que pasado un tiempo, puede darse reincidencia en acciones de violencia contra nuevas víctimas.

Es una reflexión entre grandes luces y evidentes sombras inspirado en lo que leo en los acuerdos, en las declaraciones públicas, en lo que escucho de la gente del común y en el amor por el país, pero ante todo es un profundo acto de fe y de valentía que implica buscar la Paz pero acompañada realmente de la Verdad, la Justicia, la Reparación y la Restitución.

Que cada cual vote de acuerdo a su conciencia pero que no seamos ingenuos y tampoco nos dejemos convencer que una “mala paz es mejor que una buena guerra” pues ambas formas son perversas.

 

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