No era mi intención oírlas, claro. Pero estaban muy cerca y hablaban duro. Esto ocurrió hace unas semanas, en un café de la ciudad. Sentada en una mesa, con mi computador enfrente, preparada para una sesión de trabajo, vi tres mujeres sentarse en una mesa al lado mío.
Dos de ellas son figuras reconocidas nacionalmente en el mundo del fitness. Clásicas mujeres dedicadas al ejercicio; y sus cuerpos le hacen justicia a su férrea disciplina. Una de ellas estaba en algún tipo de crisis. La tercera mujer, una que probablemente adora menos el ejercicio, oía y aconsejaba.
La mujer en crisis hablaba sobre su corazón roto. La dejó un hombre. Pero no solo eso, también se desahogo sobre la presión que siente de envejecer, de engordar, de no ser perfecta. Al parecer, le aterran las mujeres más jóvenes y más lindas, las que quitan hombres y la hacen sentir como si viniera con fecha de caducidad.
Yo ya lo sabía. Sé que mujeres de todas las tallas se sienten como poca cosa. Bueno, no todas las mujeres, claro. Al menos no la tercera mujer en la mesa. La que daba consejos. Ella le dijo a su desolada amiga que uno esta en esta tierra para quererse. No sé que tanto aplique su propio consejo, pero estoy de acuerdo. Quererse no es un tema de peso o de juventud. Si aceptarse y cuidarse está sujeto a algo de semejante naturaleza cambiante, estamos condenadas al sufrimiento. Nunca será suficiente porque quererse es diferente al estimulo pasajero de la aprobación. Quererse es dar valor a lo que somos, cómo somos, y saber que lo merecemos solo por estar acá, en esta tierra y en esta vida.
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