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Donald Trump es sinónimo de muchas cosas en el común imaginario. Tal vez, en los economistas la asociación más común es el proteccionismo, ‘America First’ y la guerra comercial en su primera administración. En 2018, Trump arrancó imponiendo aranceles del 25 % al acero y 10 % al aluminio a China y luego, a una variedad de productos que terminó en un valor acumulado por USD $34 mil millones en el mismo año. Lo realmente malo es que ahora una guerra comercial es absolutamente inevitable, esté o no Trump en el poder.

Para nadie es un secreto que China es la historia de transformación y crecimiento económico más grande de la historia de la humanidad. Luego del periodo de la Gran Hambruna China desde 1959 hasta 1961, el gigante asiático empezó a implementar reformas político-económicas que le permitirían registrar crecimientos superiores a los del resto de mercados emergentes, acumulando un promedio de 9.85 % para el periodo 1980 – 2000.

Foto: iStock

Como todo en la vida, el resultado no es símil necesariamente del proceso. China ha logrado altísimos niveles de productividad apalancándose en la tecnología, en la restricción de derechos laborales y, por supuesto, en grandes inversiones en compañías privadas, controlando parcialmente los factores de producción. Lejos de querer hacer énfasis en moralismos y creencias, esto le permitió para finales de los 90s e inicios de los 2000 -en plenas ascuas de la Globalización-, exportar a grandes niveles, convirtiéndose así en el mayor exportador del mundo con una participación del 11.8 % del total de las exportaciones mundiales en 2024.

Hasta antes de 2018, ningún país consideraba poner aranceles por los lineamientos y acuerdos consignados en la OMC -a menos de que se tratase de competencia desleal- y porque Estados Unidos aparentaba ser el gran defensor de libre comercio. Hoy por hoy, luego de la guerra comercial iniciada -y sin terminar aún- en 2018, China mantiene USD$ 1 billón de dólares en superávit comercial, pero con un agravante: la pirámide poblacional se está invirtiendo.

¿Esto quiere decir que el consumo está bajando y que lo que no se consume localmente? Así es, se exporta. Esto llevará a que China incremente su superávit comercial y el resto del mundo, importe a precios artificialmente bajos subrogando productos nacionales y potenciando la probabilidad de medidas proteccionistas en Estados Unidos, la Unión Europea y probablemente, varios países de América Latina.

Con la reorganización del Parlamento Europeo y Trump contando con mayorías republicanas en el Congreso, preferirán optar por este tipo de medidas antes que ver perjudicadas sus políticas que los hicieron elegir.

Entonces, el problema no es per sé la existencia o no de la guerra comercial, ya vimos que es inevitable. El problema es que esto se traducirá en políticas nacionalistas que rechazarán las ventajas del libre comercio y le abrirá la puerta a este tipo de líderes testarudos en distintos países, tal como sucedió hace un par de semanas en Estados Unidos.

 

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