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Es usual pensar en un cuento como un escrito de por lo menos cinco o seis páginas a computador, lo que harían unas diez o doce en un libro mediano.

Pero la realidad nos sorprende cada día y, luego de ver algunos de los relatos más cortos (como siempre, de Borges y otros autores), llegué a lo que llamaré «cuentos verdaderamente cortos» (acabo de ver que les dicen microcuentos). Aquí va uno, como ejemplo.

EL UBICUO

Al salir de la ciudad de Sravasti, el Buda tuvo que atravesar una dilatada llanura. Desde sus diversos cielos, los dioses le arrojaron sombrillas para resguardarlo del sol. A fin de no desairar a sus bienhechores, el Buda se multiplicó cortésmente y cada uno de los dioses vio un Buda que marchaba con su sombrilla.



M. Winternitz, Indische Litteratur (1920).

Listo.

Eso es un cuento. Es decir, si lo dice Borges, yo le creo. Pero… ¿entonces qué es lo que hace cuento a un cuento? ¿No debería tener un inicio, una trama, un enredo, un final… definidos y suficientemente extensos?

En el libro que tengo ahora frente a mí hay muchos ejemplos de cuentos por el estilo. Se llama Cuentos breves y extraordinarios (el nombre es entendible) y contiene una nota inicial escrita por Borges y su amigo y escritor Adolfo Bioy Casares, en la que dan a entender que entre los dos escribieron todos los cuentos que hay en el libro.

Hay muchos, unos setenta u ochenta, creo yo. Encontré esta versión en PDF de todo el libro. Algunos son más largos que dos páginas, pero la mayoría tiene solo algunos párrafos de extensión. Todos los cuentos terminan con una cita, que yo supongo ficticia y que demuestra la diversión que les causaba a estos dos argentinos darle un contexto medio histórico a sus trabajos (entre los «autores» figuran personajes como Franz Kafka, Robert Louis Stevenson y Martin Buber, entre otros). Y más en este caso, cuando algunos cuentos son anécdotas persas de tres renglones, o historias chinas milenarias que hablan sobre reyes y viajeros guerreros. Hay relatos que me atrevería a llamar dadaístas, como éste,


PRESTIGIEUX, SANS DOUTE

El enmascarado subía la escalera. Sus pasos retumbaban en la noche Tic, tac, tic, tac.


Aguirre Acevedo, Fantasmagorías (1927).

y otros del estilo del que sigue;



LA ADVERTENCIA

En las islas Canarias se levantaba una enorme estatua de bronce, de un caballero que señalaba, con su espada, el Oeste. En el pedestal estaba escrito: Volveos. A mis espaldas no hay nada.



R.F. Burton, 1001 Nights, II, 141.

¿»Humorísticos»…?

En fin.

Unas últimas recomendaciones: «Historia de los dos reyes y de los dos laberintos«, que ya había aparecido en el Aleph, «Odín«, y el que sigue, que prefiero pegar completo y no utilizar un vínculo, para asegurarme de que lo lean porque me pareció excelente.

FINAL PARA UN CUENTO FANTÁSTICO

-¡Que extraño! -dijo la muchacha, avanzando cautelosamente-. ¡Qué puerta más pesada! -La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
-¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos ha encerrado a los dos!
-A los dos, no. A uno solo -dijo la muchacha-. Pasó a través de la puerta y desapareció.

I.A. Ireland, Visitations (1919).

dancastell89@gmail.com

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