Se calienta la campaña y no por cuenta del debate. Los bárbaros hacen de las suyas a diestra y siniestra.
Felipe Motoa Franco
@felipemotoa
Las semanas anteriores tres episodios afearon la contienda electoral. El primero, la recepción que al senador y expresidente Álvaro Uribe le hicieron a punta de tomates en Soacha, Cundinamarca, donde jóvenes desadaptados le gritaron que no era bienvenido. Le encimaron el señalamiento de ¡asesino, asesino, asesino!, en recordación de los crímenes de Estado conocidos como falsos positivos, ocurridos cuando él mandaba en la Casa de Nariño.
Días después, el pasado 3 de febrero, en Cúcuta otros tan desadaptados como los ‘tomateros’ soachunos lanzaron piedras y objetos contundentes contra la camioneta en la que se movilizaba el candidato presidencial y exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro. No se bajaron de hijueputazos las palabras que le tributaron al hombre fuerte de la izquierda colombiana.
Y en los albores de febrero, el jefe máximo de la Farc, Timoleón Jiménez ‘Timochenko’ fue asediado por una horda de detractores que pincharon llantas de su camioneta y amenazaron con lincharlo, cuando se disponía a una intervención pública dentro de su utópica campaña por llegar al despacho presidencial. Ocurrió en Armenia, conocida como una urbe tranquila, cordial y acogedora.
¿Qué pasa con los colombianos que están pasando a las vías de hecho? ¿Nos estamos devolviendo a las manifestaciones de La Violencia (detonada tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948), o peor aún, estamos cayendo en la intolerancia de las décadas de 1980- 1990 cuando paramilitares, narcos y guerrilleros borraban a punta de bala y bomba la voz del contrario? Me temo que sí. Al menos en alguna medida.
Hemos sido un país violento. Desde Bolívar, que pintaba para dictador y le hicieron su atentado, hasta Germán Vargas Lleras (hoy en contienda por ser presidente) que de un bombazo se le llevaron un dedo de la mano, los colombianos cargamos una tradición de agresión y eliminación brutal del disenso. Hoy, tras un año y medio de haberse firmado la paz entre el Estado y la guerrilla de las Farc, veo al país rearmándose a partir de la palabra. Peor aún, dando el siguiente paso que es la agresión física.
¿Por qué está pasando esto? Creo en el karma, esa energía que se te devuelve como un bumerang, y dependiendo de tus actos buenos o malos te da lo que te corresponde. Desde este concepto explicaré lo acontecido con los tres personajes mencionados al inicio.
Uribe, que le dio tan duro a la guerrilla y la diezmó hasta casi derrotarla, no supo pasar la página y se quedó en el odio visceral. Continúa llamando al ataque ramplón contra la exguerrilla (ahora grupo político legal) y esto se le devuelve con color rojo de tomate: él mismo genera odio en su contra, porque su insistencia belicosa estimula a sus contradictores, muchos de ellos convencidos de que, entre otras, él fue responsable del asesinato de jóvenes de Soacha que después fueron presentados como bajas de combate (falsos positivos). El que siente odio solo genera odio.
Petro, empecinado en dividirnos como país, obstinado en resaltar nuestras diferencias y no encontrar afinidades, empuja con sus provocaciones permanentes a que nos insultemos y nos alejemos del que piensa diferente. Con sus acciones ha dado a entender que saltarse la norma y desvirtuar la institución (en este caso el respeto y la moral) es válido. Las rocas contra su parabrisas son natural consecuencia de lo que proclama: pelea y camorra entre las gentes.
Aquí me voy a permitir un inciso: la gente de la Colombia Humana sugirió que más allá de las rocas aventadas contra el vehículo del exalcalde, se podría tratar de impactos de bala (lo cual, si hubiera sido cierto, sería de la más alta preocupación y de un absoluto rechazo). Pero luego expertos desvirtuaron la hipótesis. Entonces a algunos amigos de ver conspiraciones dicen que quizás lo sucedido fue un acto orquestado con la idea de mostrar a Petro como una víctima, un perseguido, un hombre a quien los reaccionarios no quieren dejar llegar al poder. Así lo convierten en mesías y lo acercan a la Casa de Nariño.
¿Habrá tal falta de escrúpulos para maquinar y jugar con la percepción de los electores? Ahí recuerdo los llamados nodos de izquierda que en Bogotá se han especializado en ‘vandalizar’ buses o estaciones de TransMilenio y otros bienes públicos, como los carros recolectores de basura, y así entorpecer la entrada en funcionamiento del nuevo esquema de aseo de la capital. En estos casos los autores intelectuales y materiales han querido disfrazar sus actos como espontáneas manifestaciones del pueblo. Y no lo son.
Volvamos al tema. De Timochenko no hace falta decir mucho. Los crímenes del que fuera su ejército revolucionario dejaron una huella imborrable en la memoria de las personas, por lo que los ánimos crispados de la actualidad –y estimulados por los líderes radicales de derecha- se condensan para agredirle, para hacerle sentir un poco del miedo que por tantos años padecimos los colombianos por cuenta de los guerrilleros. Lo malo que haces se devuelve como un péndulo.
Y entonces, para dónde vamos. No lo sé. Lo único que saco en claro de la intolerancia percibida es que precisamos con urgencia liderazgos de reconciliación, personas que con su ejemplo y búsqueda del diálogo le muestren a la gran masa un camino de respeto y construcción colectiva. Un líder que tenga claras sus ideas pero sepa moderar sus emociones, alguien que se sobreponga a los bárbaros y nos recuerde que los tiempos violentos y de sangre quedaron atrás, que Colombia es hoy una mejor Nación.
Felipe Motoa Franco
@felipemotoa
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