Cuando a una le diagnostican una enfermedad crónica, ocurren montones de cosas que sacuden la existencia con fuerza apoteósica. En mi caso, una de esas cosas se volvió parte esencial de mi cotidianidad: la espiritualidad. No hablo de religión, no hablo de esoterismo, hablo de la espiritualidad como esas preguntas y reflexiones en torno a quiénes somos, qué sentido tiene nuestra vida y cómo “buscamos” la felicidad. Es decir, ese “algo” que prometen las religiones, las prácticas de la “Nueva Era” y yendo más allá, los psicólogos, terapeutas, coach, libros de autoayuda y demás productos que tienen tanto auge en la liquides (de líquido), individualidad e incertidumbre de estos tiempos. Las opciones son muchas y no lo neguemos: es un gran negocio, un negocio de espejos. No me malinterpreten, este no es una ataque, es una crítica constructiva, sobre todo para usted querida o querido lector, si le interesan estas cuestiones.
¿Qué es la felicidad para usted?, ¿se lo ha preguntado? Y, ¿qué hace usted para conseguirla? Sí, cuando uno se empieza a hacer estas preguntas puede sentir cierta melancolía, como que algo falta: tengo amor pero me falta dinero, tengo salud pero me falta amor y así… y entonces, de pronto llega a nuestras manos alguna de estas fórmulas para ser feliz. Y se inicia el negocio de los espejos. Espejos porque todas llegan a lo mismo: aprender a verse a sí mismo, y hacerlo requiere de mucha valentía porque nadie más lo puede hacer por nosotros. Ahí es donde las fórmulas me empiezan a incomodar. El problema es que se malinterpretan como si no fueran susceptibles de ser cuestionadas, como si fueran rígidas. Seguro en este proceso de autoconocimiento se necesita ayuda, no digo que no, pero la cuestión parte de una decisión y para mantenerse en esa actitud abierta, en este mundo se necesita de reflexión y autodescubrimiento, no de autocomplacencia ni, el otro extremo, la victimización.
Mi punto es que puede gastar millones de pesos buscando que le den las respuestas, viendo su reflejo, detallándolo, pero sin mirar su rostro real. Mi versión de espiritualidad, y a la cual invito si le interesa, no se basa en esperar respuestas sino en asumir la actitud de hacerse preguntas y experimentar con usted mismo y sus límites. Una actitud curiosa, creativa, abierta, sonriente que plantee preguntas constantes que sean flexibles, cambiantes, que no se alejen del contexto y exploren sin tapujos la ciencia, la religión, las prácticas culturales. Por ejemplo, ¿ha explorado alguna vez un libro, una serie de televisión o un documental que le explique cómo funciona su cerebro o su cuerpo o el cosmos?, ¿ha leído algún cuento o ido a cine últimamente?, ¿ha abrazado en estos días a sus papás o hermanos?, ¿hace cuánto no agradece por todo lo bueno que tiene? La felicidad está en el sentido que se le da a la vida en el día a día. No hay una sola fórmula. Usted puede construir la suya con muchos ingredientes distintos. Ahí se lo cuento o se lo recuerdo.
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