Es una pregunta que muchos se han formulado durante años: ¿Es imposible transformar una ciudad? ¿Será que es acaso un sueño inalcanzable que una urbe venida a menos y agobiada históricamente por múltiples problemáticas pueda convertirse en lo que sus habitantes se merecen?
La respuesta a esas preguntas está en lo que hoy se conoce como el “Caso Barranquilla”. Hace veinte años se creía que poner a esa capital de cara a la modernidad y rescatarla de décadas de rezago, saqueos y miseria era una “misión imposible”. Pero en Barranquilla se vale soñar. Y aquí, desde los últimos quince años no solo se sueña en grande, sino que esos sueños se hacen realidad. El cambio de Barranquilla no es letra muerta, sino un cúmulo de hechos que están ahí, a la vista de todos. Es hoy una urbe–a pesar de los pesimistas eternos y de sus detractores de oficio– que se ha convertido en un ejemplo a seguir. Uno, que desvirtúa lo imposible y que reafirma que con continuidad, trabajo, visión futurista, sacrificio y sensibilidad social, sí se puede transformar una ciudad caótica, rezagada y con innumerables falencias, en una capital cosmopolita, atractiva y pujante que le sonríe al desarrollo.
Lo que en muchos medios se ha resaltado como “el milagro de Barranquilla” no es más que el resultado de un proceso serio del que todos hablan sin reparo. Un proceso que no ha tenido descanso. Uno, que el alcalde Jaime Pumarejo ha sabido no solo mantener, sino potenciar, con ejecuciones que propenden por el bienestar de los barranquilleros, en especial de los sectores con más necesidades. No se trata de “recetas secretas” ni actos de magia: es, simplemente, gestión y compromiso.
Los problemas del pasado que nos asediaban como monstruos y para los que muchos aseguraban no tenían solución, son hoy los fantasmas del ayer. La canalización de los arroyos –bandera de la administración de Alex Char y que se está culminado en esta gestión– la inversión en infraestructura, las prolongaciones de las avenidas, el rescate de los parques, la construcción de escenarios deportivos, el proyecto en curso del tren ligero, el auge de puestos de salud y mejoras de atención en hospitales, la creación de mega colegios cada vez más dotados, la Avenida al Río y su imponente malecón donde pronto confluirá un desarrollo urbanístico y comercial sin precedentes de cara al Magdalena, el mega proyecto Arena del Río; la pavimentación total de barrios donde hasta hace poco era imposible transportarse; los indicadores cada vez más satisfactorios en la calidad de la educación pública y el impulso al bilingüismo; el liderazgo en manejo de la pandemia y en vacunación; la recuperación del centro histórico y los proyectos que apuntan a bajar la alta tasa de informalidad; el mobiliario urbano que se destaca en plazas y parques hoy adecuados para el disfrute en familia y la puesta en marcha de un proyecto ambicioso que pretende acabar con las restricciones eternas del puerto de Barranquilla, nos reafirman que podemos seguir soñando. Que podemos, incluso, ser mejores y que la ciudad de hoy es un ejemplo de crecimiento y pujanza que nos ha puesto en la mira de todos.
Ya no tenemos que mirar con envidia el desarrollo de otras ciudades. Hoy, en cambio, es a nosotros a quienes nos miran como ejemplo. Sin embargo, es necesario atender problemáticas puntuales; brindar aún más oportunidades en zonas ancladas en los cinturones de pobreza; reforzar la seguridad ciudadana: seguimos a merced de bandas delincuenciales y atracadores oportunistas que nos quitan el sueño y urge empezar a cranear estrategias que apunten a mejorar la movilidad en una ciudad que fue creciendo en las ultimas cinco décadas casi que sin planeación alguna.
Una ciudad para todos
Más de ocho décadas de espaldas al Magdalena nos convirtió en una capital que insistía en desconocer sus raíces. Ahora se levanta una nueva Barranquilla orgullosa desde su Malecón que hoy se prolonga hasta la Avenida al Río como un espacio propicio para el desarrollo urbanístico, turístico y recreacional de sus habitantes que se han reencontrado, a través de ese inmenso río, con un pedazo de su historia. Y más allá de lo paisajístico, es el desarrollo urbanístico y comercial que ya se vive de cara al Magdalena. La deuda que nuestra sociedad tuvo históricamente con el río, está siendo saldada.
El arte y la educación también fueron privilegiados. Una completa dotación de escuelas e institutos especializados en la primera infancia que por años esperaron en los barrios marginados de la ciudad, dejaron de ser vana ilusión para convertirse en realidad. Desde las escuelas distritales de arte se proyectan semanalmente el variado desarrollo cultural, con nutridas manifestaciones en las renovadas plazas y parques a través de artes escénicas y diversas actividades culturales. Queda, eso sí, el lunar de la interminable entrega del Teatro Amira De La Rosa, por el cual la ciudad ya lleva años esperando ante los anuncios del Banco de la República.
Aun cuando quedan tareas pendientes, esta administración ha mantenido en Barranquilla su sello distintivo de ciudad pujante; una que sueña en grande y que se erige como la capital que abandera el uso de energías renovables en el país y se potencia como la primera biodiverciudad de Colombia, tal como desde su campaña lo promulgó el alcalde Jaime Pumarejo: el rescate de Mallorquín, es uno de esos hitos que ya se está mostrando y que nos reafirma que solo cuando se sueña en grande, podemos ser mejores: solo basta asomarse a Barranquilla para comprobarlo.
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