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El otro día no pude evitar escuchar a mi vecino de apartamento cuando le anunciaba a su esposa que se iba a jugar la vida. «Mija, estate  pendiente que voy a arriesgarme a salir a la la panadería de a la vuelta. Como están las vainas, uno nunca sabe».
Cuando le pregunté por la curiosa advertencia, me miró incrédulo: ¿Y acaso se puede ir seguro a alguna parte? ¡A esto se lo llevó Pindanga! exclamó, mientras hacía un teatral movimiento con su dedo índice que pasó por su cuello.
Y el mismo temor del vecino lo tienen los barranquilleros. Y los soledeños. Y los cartageneros y los caleños y los bogotanos ….en fin.. La percepción de inseguridad nunca había estado tan alta. Estés dónde estés, puedes ser la próxima víctima: en una tienda de barrio, saliendo de una farmacia, haciendo el pare en una calle o esperando que el semáforo cambie a verde y hasta en la propia puerta de tu casa.
Y como la inmortal canción que dice en uno de sus apartes que «Songo le dio a Borondongo
Borondongo le dio a Bernabé, Bernabé le pegó a Muchilanga»…así estamos. En Barranquilla el Alcalde Jaime Pumarejo le ha exigido hasta el cansancio  resultados a la Policía Metropolitana en la lucha contra la delincuencia. Pero la Policía pasa las responsabilidades a los jueces y fiscales porque ellos, señalan, capturan a los delincuentes y en menos de 48 horas otra vez están libres delinquiendo de nuevo.
Y si por fin van a parar a la carcel…  la cosa no mejora: no podemos decirnos mentira, algo no está funcionando, sea por negligencia, incompetencia o, peor, por corrupción. Lo que pasa dentro de las cárceles del país es vergonzoso. En Colombia, un delincuente preso, delinque igual que si estuviera libre. Nada ni nadie parece detenerlos. Sus tentáculos se extienden desde los penales extorsionando, amedrentando y amenazando a todos, inclusive a la prensa.
Y lo hacen a través de redes sociales por medio de videos grabados en las cárceles dónde deberían estar pagando su condena con severidad y no luciendo sus joyas, tomando sopa y fumando marihuana mientras se desboca –como lo hizo el temible «Negro Ober»– en un vídeo recientemente difundido desde el penal en Girón , dónde se supone, debería estar privado de la libertad para seguir amenazando. Pero no. La corrupción al interior del Inpec es viejísima. Enquistada ahí por décadas sin que ningún gobernante haya podido dar solución a este flagelo que permite que los delincuentes estén en las cárceles, pero que a pesar de ello,  siguen desde ahí, mandando como Pedro por su casa y gozando de toda suerte de privilegios.

Porque ahora, en las cárceles donde están presos en Colombia,  estos delincuentes veranean en las prisiones en las que hacen fiesta, comen a la carta, hablan por celular, amenazan y siguen delinquiendo como si siguieran en libertad.

Y nadie se escapa. Después de las amenazas del Negro Ober desde la cárcel, dos medios en Barranquilla fueron víctimas también de amenazas. Al Heraldo, diario más importante de la región, irrumpieron seis hombres armados diciendo que «traían mensaje de Digno Palomino». Igualmente el portal Periodistico Zona Cero recibió amenazas a través de mensajes en redes.
Todos los que alcanzamos a criticar la cárcel dada a conocer por el presidente de El Salvador Nayib Bukele a través de un vídeo con visos cimematográficos,  hoy nos estamos preguntando si no será que Colombia necesita, por lo menos, cuatro cárceles cómo esa  para que los criminales paguen, de verdad verdad,  sus condenas. Porque ahora, dónde están,  veranean en las prisiones en las que hacen fiesta, comen a la carta, hablan por celular y gozan de vida social como si estuvieran en sus casas. No tenía dos semanas detenida en prisión la ex congresista Aida Merlano, cuando le encontraron un celular en su celda. Y la mujer, seguramente envalentonada con el recibimiento de reina que le depararon las autoridades, agredió a su guardia por el hallazgo. Así estamos: los pájaros le disparan a las escopetas.
En Barranquilla, esta demencial ola delincuencial que hace mella en todo el país, ha impactado profundamente en los ciudadanos. Y es que el impulso que ha tomado está ciudad que pudo volver a soñar  gracias a sus últimas administraciones que  cambiaron positivamente su urbanismo, educación, recreación, deporte, turismo y actividad empresarial, se está empañando por cuenta de los diversos grupos delincuenciales que parecen sitiarla. Y en sus calles nadie habla de otra cosa: ¿Hasta cuándo? Los ciudadanos reclaman medidas más enérgicas para combatir a los indeseables que hacen de las suyas sin importar el barrio en que vivas. Porque, como bien dijo mi vecino, ir a comprar el pan a la vuelta, puede ser casi que un juego de supervivencia.
Hay que alzar la voz, para que se una a la de nuestros mandatarios regionales en contra de la delincuencia. Hay que alzar la voz para que el gobierno estatal entienda que esto es un problema que no solo afecta a las provincias o capitales, sino al país entero. Y la solución está lejos de ser «poner la otra mejilla» y esperar que las bandas delincuenciales entren al «proceso de paz». Es hora de que los delincuentes sientan que hay autoridad de verdad y no autoridad «de palabra». Es ya hora de hechos y no de promesas. Es urgente que los cabecillas estén tras las rejas, dentro de una prisión que, de verdad, les impida seguir delinquiendo.
¿Hay que reestructurar el sistema penitenciario en el país? ¡Si! Pero no solo despidiendo funcionarios, sino replanteando la figura del manejo público de los penales y empezar a pensar de dónde saldrán los recursos para la construcción de cárceles de máxima seguridad que el país hoy está necesitando a gritos.
Porque así como vamos, no hay posibilidad alguna de «vivir sabroso». Y «de malas», para todos nosotros, que seguimos esperando resultados efectivos que nos hagan pensar que no todo está perdido.

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