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¿Quién no ha dicho una mentirita alguna vez? La primera gran mentira que me acuerdo haber dicho en mi vida fue cuando tenia 8 años y le dije a mi padre que no habían entregado aún el boletín en mi colegio de entonces, el Liceo de Cervantes: tenía cuatro materias perdidas, era viernes y la ciudad de hierro abría sus puertas. Así que escondí la libreta de calificaciones bajo el colchón y, con mi cara de niño bueno, le dije a papá que “el boletín lo entregaban el lunes”.
Lo único cierto es que todos mentimos. Unos más que otros. Hasta El Papa cuando afirma sin sonrojarse que San Lorenzo es el mejor equipo de Argentina. Pero el problema de fondo no es la mentira por ella misma. Lo grave es cuando la mentira termina, de una u otra manera, perjudicando a otros o cuando se construye una carrera profesional sustentada en mentiras.
Y de eso los políticos saben mucho. El viejo chiste de que en campaña son capaces de prometer pavimentar un río es una pequeña muestra de lo que en realidad son; mienten en sus asuntos familiares; “Noel Petro no es familiar mío”; mienten con tragedias que ellos provocan; “Yo no ordené falsos positivos”; mienten para salvarse el pellejo: “Mi ministerio siempre apoyó los Panamericanos”, mienten para verse solidarios; “En mi gobierno siempre se apoyó a la JEP y a la Comisión de la Verdad” y mienten para hacer populismo; “Firmo en piedra que no subiré los impuestos”. Parece que hacer política sin mentir es una utopía y por ello nuestros “líderes” cada día más perfeccionan el sutil arte de la mentira.
Una noticia divulgada por diversos portales noticiosos afirma que Colombia es el país donde más se miente en la hoja de vida. En un estudio de DNA Human Capital, se evaluaron más de 6000 hojas de vida en Chile, Brasil, Perú y Colombia.
Mentimos en las reuniones sociales en las que alabamos a personas que en realidad detestamos; a nuestros amigos cuando le afirmamos con convicción que tenemos el trabajo soñado y muchos mienten en el altar cuando aseguran que estarán juntos “hasta que la muerte los separe”
La investigación comparó la información y concluyó que Colombia lidera la lista de mentirosos en su hoja de vida con 82 % de información falsa, en segundo lugar se encuentra Perú con 78 %, seguido por Brasil con 75 % y por último Chile con 72 %. ¿El papel aguanta todo?
Mentimos en las reuniones sociales en las que alabamos a personas que en realidad detestamos; a nuestros amigos cuando le afirmamos con convicción que tenemos el trabajo soñado y muchos mienten en el altar cuando asegurar que estarán juntos “hasta que la muerte los separe”-
En los últimos días la mentira ha sido protagonista en los medios, y ¡oh sorpresa! No por cuenta de los politiqueros de turno sino por Geraldine Fernández quien, blandiendo su mano adolorida, aseguró haber dibujado trazo a trazo 25 mil fotogramas para la película “El niño y la Garza” ganadora en los Globos de Oro. Ello indujo, a su vez, a medios importantes del país a replicar la mentira a sus lectores quienes, inocentes, se henchían de orgullo al ver que una connacional se tuteara con el mítico Hayao Miyazaki que según ella la conocía como “la colombiana” y con el que “habló tres veces”.
El acercamiento a Studio Ghilbli se dio, según la fantasía de Fernández Ruíz relatada al diario El Heraldo de Barranquilla, porque notaron que su trabajo era acorde al del famoso estudio: “Les dije que gracias, que a mí me gustan las películas de allá y todo, pero hasta ahí. Al cabo de un tiempo me llaman de Studio Ghibli diciendo que por medio de la Universidad de Tokio pasaron mi portafolio, mi trabajo y mi tesis y que estaban por hacer una nueva producción. Me hablaron de qué se trataba el proyecto y si quería participar”.
Lo demás es historia: pasó de 25 mil fotogramas a menos de diez, de treinta minutos de película a “diez segundos” y las “pruebas”, que estaban en japonés, con las que pretendía mostrar que, efectivamente, había sido parte de la creación del filme de El niño y la garza resultaron ser reconocimientos por participación en concursos de cerámica y no de animación digital.
Al final, en un comunicado, aceptó que todo era mentira pero que la culpa no era suya, sino de los medios por creerle.
Y aunque los medios no son culpables de las decenas de mentiras de Geraldine Fernández, sí dejó en evidencia la fragilidad del periodismo que estamos haciendo. La falta de rigor en la verificación llevados por el afán de ganar clics o regodearnos en el ego de un falso colombianismo. Deja expuesto que en las redes nadie es como parece y que ante el afán de figurar, podemos escupir mentiras como si fueran rosas ante amigos que, ingenuos, las repetirán formando de a poco una gran bola de nieve que, para tratar de detenerla, obliga a decir nuevas mentiras.
Pero al final, y como decía mi abuela, “primero cae un mentiroso que un cojo”. Ojalá que así como se le “voló la garza” a Geraldine, también las mentiras dañinas que a diario escupen quienes ostentan el poder, queden expuestas de una vez por todas para tener la autoridad de exigirle, al colombiano de a pie, que no mienta más en sus hojas de vida.