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La democracia es uno de los atributos más hermosos que puede tener un Estado. Es esa democracia la que nos da derecho a elegir y a ser elegido. Y nos da derecho, además, de pedirle cuentas a quienes elegimos y no cumplen con lo que prometieron.
Quince meses han pasado desde que ese joven regordete, que hace “cabecitas” con el balón de fútbol, rasga bien la guitarra y canta vallenatos, llegó a la Casa de Nariño. El hombre tiene cara de gente decente y usa siempre un tono conciliador que agrada, aunque tiene un pésimo gusto para usar las guayaberas que quedan embutidas en sus kilos de más que no le favorecen. Pero eso es lo de menos. Lo de más, es que en estos quince meses, aún el pueblo está esperando que haga lo que se suponía debía hacer al ser elegido: gobernar.
El problema más grande del Presidente Duque no es ni siquiera la fuerte oposición. Ni que detrás de él, halando los hilos, esté el expresidente Uribe. Ni que el desempleo haya llegado a una cifra de dos dígitos ni que las matanzas selectivas sean pan de cada día. Tampoco la creciente racha de impuestos y anuncios de una oscura reforma laboral sumado a la devaluación histórica del peso que golpea todos los bolsillos, ni la impopularidad e ineficiencia de sus ministros. No. El problema más grave del Presidente Duque es que parece que viviera en otro mundo.
Y es que la desconexión total del Presidente con nuestra realidad, asusta. El país se desmorona en todos sus frentes. La violencia renació en sus narices y la brecha social se hace cada vez más amplia, pero él parece no darse cuenta. Los colombianos extrañan al presidente. A un mandatario que le duela el país. No a uno que se entere, en una plenaria del Senado, que ocho menores murieron en un bombardeo.
O al que con cara de abstraído y rayando en un cinismo que no le queda bien (porque a pesar de todo él no es Uribe) le contesta a un periodista en Barranquilla que lo indaga sobre el bombardeo en Caquetá “¿…de qué me estás hablando, viejo?

No confundir marcha con terrorismo

Seguir hablando de conspiraciones internacionales para deslegitimar la marcha del 21; acusar de terroristas a los que llaman a la protesta sin acordarse de que hace dos años él mismo y su fórmula vicepresidencial convocaban a «una gran marcha para protestar contra el Gobierno Santos», hace pensar que, además de desconectado, Duque tiene mala memoria.

La marcha y la protesta ciudadana son derechos legítimos de los ciudadanos para manifestar sus inconformidades. Pero las protestas no pueden servir de excusa para que delincuentes de diferentes procedencias la utilicen  como escenario para crear el caos, la asonada, el  asalto a almacenes, o destruir el patrimonio público y privado y arrasar las ciudades. Una marcha multitudinaria, y sobre todo pacífica, donde no haya cabida para el terrorismo, validará las quejas de los colombianos que sienten que este  Gobierno no les ha cumplido. ¿Pero cómo evitar que en el anunciado paro se filtren fuerzas oscuras? He ahí el dilema.

Recordemos que en las últimas semanas diferentes sectores sociales, comunidad indígena, campesinos, docentes de escuela y universitarios, estudiantes, trabajadores en general, pensionados, partidos políticos y sindicatos, anunciaron que se movilizarán en todo el territorio nacional para protestar por la forma como se está manejando el país, la pobreza, la desigualdad, la violencia contra comunidades indígenas, los falsos positivos, la muerte de ocho niños en el Caquetá y la anunciada reforma laboral.

Los desaciertos de Duque han sido repetitivos y evidentes (basta con recordar el oso con el dossier sobre venezuela a instancias internacionales y la negativa de la corte a la Ley de Financiamiento, entre otros)  y a su falta de respaldo en el Congreso, se le suma también la falta de respaldo en la opinión pública: casi el 70% de los colombianos desaprueba su gestión. Y es que a él parece interesarle más lo que pasa en otros países, que la crisis aguda que se vive en el suyo.

Su campaña fue en gran parte en torno a la situación de Venezuela y al posesionarse no dudó en prometer (otra salida en falso) que “los días de Maduro estaban contados”. Y lo sigue haciendo ahora inmiscuyéndose en los asuntos de Bolivia y Chile.

En las últimas semanas  Latinoamérica ha sido noticia mundial. Las protestas de distintas vertientes se han tomado a Chile, Bolivia y Ecuador en las que el pueblo se ha levantado en una sola voz contra la corrupción y la inequidad social.

Todos a rendir cuentas

Tan cierto es que estos movimientos no son solo «un asunto de la izquierda», que  las protestas  «de la derecha» terminaron tumbando  a Evo Morales, quién sacó pecho para decir que “mejoró las condiciones sociales del país”, pero se le olvidó decir que también estaba manipulando los  resultados electorales, según los veedores internacionales, para  perpetuarse en el poder, cosa que parece repetitiva en los gobiernos de izquierda en nuestro continente.

Los desaciertos de Duque han sido repetitivos y evidentes (basta con recordar el oso con el dossier sobre venezuela a instancias internacionales y la negativa de la corte a la Ley de Financiamiento, entre otros)  y a su falta de respaldo en el Congreso, se le suma también la falta de respaldo en la opinión pública: casi el 70% de los colombianos desaprueba su gestión».

En el caso de Venezuela todos quieren que Maduro caiga, y que su gobierno, que azota con crueldad a los hermanos venezolanos, termine para siempre. Pero Colombia tiene suficientes problemas propios que merecen atención, para hacer política con los problemas de otros. Presidente:  si no lo ha notado, los colombianos estamos esperando que usted empiece a gobernar y a enfrentar los innumerables problemas, especialmente sociales, que se han agravado en estos últimos meses.

Esta protesta que se avecina, Duque debe entenderla como la reacción de una sociedad que se cansó de las mentiras, de la indolencia, de la inseguridad, de los altos impuestos, de la incertidumbre laboral y de que los pobres sean quienes sigan poniendo los muertos.

Y mientras el país sigue esperando el timonazo necesario que pueda llevar a este «barco» que  parece zozobrar a un puerto seguro, los colombianos manifestarán sus desesperanzas en una marcha esperada por muchos y satanizada por otros.  Una marcha en la que, por desgracia, no faltarán oportunistas que querrán capitalizar la protesta como si fuera apoyo a sus causas. Que no se engañen los dirigentes de esa  izquierda recalcitrante: la protesta será también contra la polarización y, en general, contra la corrupción política (de todos los bandos) que ha flagelado por décadas al pueblo.

Ojalá que después del 21, en una jornada que esperamos sea memorable por lo pacífica, el presidente Duque pueda, por fin, escuchar la voz de los colombianos para que entienda, de una vez por todas, de qué es lo que le estamos hablando desde hace quince meses.

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