Seis días después del paro nacional contra lo que han denominado “el paquetazo de Duque”, el clima social en el país sigue enrarecido. Y culpa de ello no es de la protesta en sí, sino gracias a la desinformación dirigida para polarizar, más aún, y lograr crear un caos que permita a muchos pescar en río revuelto. La reciente muerte de Dilan Cruz, el joven estudiante impactado con un cilindro lacrimógeno disparado por un miembro del Esmad, hace que la situación, ya bastante sensible, tienda a empeorar si las cosas no se manejan con la prudencia necesaria: incendiar más el país no nos llevará a nada.
La jornada final del 21N dejó a los colombianos confundidos. Que si los camiones de la Policía llevaban revoltosos pagos para que sabotearan la marcha; que hordas armadas se estaban tomando conjuntos residenciales de la “gente bien” de Bogotá; que el Esmad estaba siendo agredido con bombas caseras; que los antidisturbios estaban asesinando jóvenes inocentes; que un “batallón” de venezolanos lideraban las protestas bajo las órdenes del castrochavismo y, para más desinformación, Gustavo Petro, en una verdadera y oportunista “twitteratón”, trataba de convencernos de que él era el dueño de la protesta y el líder del movimiento social.
Para poder entender lo que está pasando en Colombia debemos separar las simpatías políticas de la realidad. La libertad de protesta está aceptada constitucionalmente y hay que decir que en los días previos, el Presidente se equivocó. En vez de hacer llamados a la conciliación, a ofrecerse a escuchar, a mostrar voluntad para entender el clamor de las comunidades, trató de vender miedo a la sociedad. En cada comunicado, alocución, trino y declaración, allegados al Presidente y él mismo mandaron un mensaje diáfano de intimidación. Y esto, claro, trajo el efecto contrario.
El pueblo se levantó masivamente por primera vez en muchos años contra un mandatario, cansado, tal vez, de esa sensación de desgobierno que nos habita. De que cada día mueran líderes. De que se tratara de hacer añicos el proceso de paz; de que cambien para mal las reglas del juego en contra del trabajador, incluyendo una no muy clara reforma pensional y, sobre todo, la falta de una política social que por lo menos modere la terrible desigualdad que nos azota.
Por eso, en esta especie de “guerra de versiones”, la primera víctima ha sido la verdad. Los hechos reales están siendo manipulados al antojo tanto por el Gobierno, como por líderes de la protesta. Y las “mentiras verdaderas” se siguen propagando para cumplir con el objetivo de, además de desinformar, generar más caos. Las redes sociales colapsaban contando que “… el Gobierno había contratado a delincuentes para infiltrar la marcha”. “Que la protesta estuvo organizada por bandas internacionales criminales”. “Que barrios enteros de Bogotá estaba sitiados”, caricaturizando una versión de la famosa película La purga en la que los vecinos se terminan matando unos con otros.
Y así leí, vi y escuché, que los militares respondían al pacífico “cacelorazo” con violencia, y también que los vándalos dominaban una marcha que era, seguramente, una excusa para incendiar el país.
La soledad de Iván Duque es explicable. Ganó las elecciones gracias a una abultada coalición mayoritaria que se unió al Centro Democrático con un solo objetivo: frenar a Petro en su aspiración de ser Presidente.
Como si fuera poco, los oportunistas encabezados por Petro, arengaban sin cesar para que la protesta continúe para derrocar “al dictador” Duque (¡Al dictador!) y para terminar de incendiar pasiones, el mismo 21N, ya al filo de las diez de la noche, el Presidente, en vez de abogar por un diálogo y la reconciliación, en un discurso salido de tono, habla de represión pero no hace alusión del pueblo inconforme. Solo al día siguiente hizo el primer llamado a una conversación nacional.
El trabajo de los uribes y petros que pululan en la política nacional parece que está dando sus frutos: el país está quebrado totalmente. Fracturado. Polarizado entre la derecha y la izquierda, ignorando al centro que ha sido motivo de burlas porque, en este “nuevo país”, o estás de un lado o del otro. Es blanco o negro. Mi amigo o mi enemigo.
Mientras tanto el presidente Duque parece estar atrapado en un oscuro laberinto sin fin. Aparte de la fuerte oposición nacional, de su pírrico nivel de favorabilidad, de tener que lidiar con filtraciones de grabaciones de funcionarios suyos hablando mal de su propio gobierno (aunque sea Francisco Santos), de un Ministro de Defensa que le mintió al país; de jamás haber dado un mensaje a las familias de los menores muertos en el bombardeo; de las desafortunadas intervenciones del Ministro de Hacienda echando más leña al fuego con sus anuncios impopulares, de responderle “¿de qué me hablas, viejo?” a un periodista que le preguntó por la crisis (¿cuál crisis? podría bien decir él), de que su máximo protector, el artífice de su ascensión presidencial, Álvaro Uribe, tenga bloqueada su cuenta de Twitter, ahora Duque, además, tiene que soportar el “fuego amigo” que le “disparan” desde las mismas trincheras del uribismo: Fernando Londoño le pide que renuncie y María Fernanda Cabal dice que “no se ven” en la agenda de Duque, que no “los representa”. Y como ‘cereza’ del pastel, metralla sin cesar Rafael Nieto Loaiza pidiéndole a Duque “más contundencia” y “más fortaleza”. En resumen: el ala más extrema de la derecha, se aleja del Presidente.
La soledad de Iván Duque es explicable. Ganó las elecciones gracias a una abultada coalición mayoritaria que se unió al Centro Democrático con un solo objetivo: frenar a Petro en su aspiración de ser Presidente. Pero esos mismos partidos le retiraron el apoyo cuando se dieron cuenta que Duque gobernaría el país solo con la agenda de su partido. No faltará quien apunte, además, que la “falta de mermelada” desbarató la efímera unión. Y para sumarle más males a un agobiado y alicaído Presidente que vive sus peores días, los líderes del paro se levantaron de la mesa de negociaciones a la que Duque convocó, porque no aceptaron las exigencias del Gobierno.
Y mientras todo esto le sucede al país, hay medios que, en vez de aportar, solo reproducen la paranoia recogida en las redes sociales haciendo de caja de resonancia de toda la basura extremista de bando y bando. Pululan los medios que disparan mentiras disfrazadas de verdad haciéndonos echar de menos el periodismo crítico, ese que no se apresura, sino que verifica. Que no da primero la noticia, sino que la cuenta mejor. Ese periodismo que es capaz de narrar sin perder su poder de interpretación honesta de la realidad motivada por el bien común. Uno que nos cuente la historia, no que las haga a su antojo. Pues para eso ya están los psicóticos agazapados en las cloacas de las redes sociales. Los pistoleros del Twitter y el Facebook que seguirán haciéndole el juego a las “mentiras verdaderas”.
Mientras tanto, tocará esperar que él, Iván, el incomprendido, encuentre por fin una salida que le permita, no solo a él, sino al país, salir del terrible laberinto en que se encuentra.
hay que escuchar, proponer, conciliar y ejecutar acciones de reconciliación y reparación del país, porque como vamos a punta de reformas en contra del pueblo ya bastante axfisiado de impuestos y el robo de las pensiones, hasta los uribistas van a salir a marchar……
Califica: