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La comunidad calla y la Policía ignora el fenómeno. Así, actuando como si no existieran, las peleas de perros en Bogotá hacen parte del mundo subterráneo de la ciudad en el que se juegan fortunas y se apuesta el futuro. Y claro, se ejerce el maltrato animal en su máxima expresión sin que sus defensores puedan hacer algo para salvarlos o al menos aliviarles su dolor.

El grado de escolaridad no importa. Van de todos los niveles. La edad tampoco, aunque proliferan los jóvenes, gente que tiene entre 18 y 35 años de edad. Y de la profesión, no hay que hablar. Así como van estudiantes y profesionales, también proliferan quienes ejercen el delito. A todos los identifica la marca de esta cruel afición: la clandestinidad y la ilegalidad.

A los anillos de seguridad que han armado en torno a las casas donde opera el negocio de enfrentar perros hasta la muerte a cambio de unos o muchos pesos no tienen acceso los curiosos que dicen ir a mirar si les gusta o no. En el mundo de las peleas de perros esas personas son posibles ‘sapos’. Allí se va a apostar para ganar o perder, y el dinero es la carta de presentación.

Así como se pueden apostar 50 mil pesos, se puede llegar a dos millones o a 10 millones. De eso no hay certeza porque las noticias en torno a estos lugares son clandestinas, contadas en baja voz por quienes han logrado entrar, pero no hablan en voz alta. Esas voces han visto personas perder su casa o el carro, en medio de una pelea.

Los vecinos tienen poco qué hacer. Solo saben que ciertas fiestas en las que el alto volumen de la música ahoga el aullido de los perros y los gritos desenfrenados de los apostadores son lugares prohibidos para la rumba sana. Allí no se entra, se pasa por el frente y se ignora el lugar. Los que pasan saben que se encontrarán con un mundo en que los perros se juegan la vida a dentelladas y los apostadores consumen licor y drogas al ritmo de las peleas.

Las autoridades saben que hay peleas de perros en el norte, oriente, occidente y sur, en garajes, bodegas y casas. Se conoce de invitaciones por redes sociales para asistir a peleas en zonas como El Tunal, Kennedy, Cedritos, San Cristóbal y convocatorias a las afueras de la ciudad.

Pero ese tema no se persigue. Camuflados entre los más de 5.550 barrios que tiene Bogotá, las rondas de los agentes de policía no incluyen estos negocios, que en caso de ser sorprendidos simplemente cambian de casa o de barrio.

Este es un negocio ilegal, cruel y clandestino bien organizado: hay promotores, organizadores y entrenadores.

Los perros que se salvan de las peleas difícilmente van al veterinario. Lo usual es que les curen las heridas domésticamente y los animales terminen muriendo por infecciones o daños que no sanan. Los cuerpos de estos luchadores de acero, como los llaman, son enterrados en lotes y potreros, mientras son reemplazados con nuevos peleadores.

Twitter: @JoseLRamirezM

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