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Puedo saber más que mi jefe, pero no se lo digo por aquello de la situación del país. Es una estrategia de supervivencia laboral: callar.

Quien se encuentre actualmente en una relación de subordinación debe canturrear el clásico adagio “donde manda capitán…” ¿Y? ÉL está allí rondando todo el edificio con su camisa color lila, revisando papeles que no entiende bien, firmando cheques atrasados o pensando en la rutina de gimnasio de las cuarto p.m. Nadie duda que trabaje, pero nos preguntamos en qué.

Los conflictos laborales más usuales nacen de la pérdida de la confianza, donde el jefe es incrédulo frente a un subalterno incapaz de interpretar la orden que no ha dado. Seamos honestos: todas esas teorías de coaching y armonización de diferencias, tan frecuentes en las planeaciones estratégicas, resultan basura ideológica cuando es-usted-un-fiasco o no-parece-empleado-de-esta-casa.

Los jefes son esa especie humana alimentada de corrientes de sanación interior (tipo El Secreto) y manuales gerenciales de apellido Wallstein cuyo aporte sustancial es que si no lo entendió, hágalo como mejor le parezca. Un jefe no innova: vive en la edad del betamax. Un jefe no habla con su empleado: le envía mensajes a tres tintas por el autluk en mayúsculas.

Todo lo resuelve con memorandos a las hojas de vida (¿qué, se lleva como el pasado judicial?) o solicita que lo mejor para la empresa y usted es retirarse in-dignamente acordando la terminación mutua de su contrato. Las cosas para un jefe acaban cuando usted se va y llega el siguiente. Las personas son reemplazables, los obreros no.

Para los que me leen ¿su trabajo se ha echado a perder por culpa de un jefe así? ¿Cómo han actuado frente a un abuso o una injusticia? Aprovechen la catarsis. Es una orden.

juanchopara@gmail.com

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