El Abrazo de la Serpiente nos asfixió a todos. Este 14 de enero será recordado como el día en que por fin el cine nacional llegó a los esquivos premios de la Academia de Artes y Ciencias de la Cinematografía estadounidenses, los Premios Óscar.
Sí, hay mucho júbilo, a pesar de que muchos no la vieron desde su estreno. Sí, vivimos en el paradójico mundo en el que accedimos masivamente a la enigmática selva con la colorida Magia Salvaje y, al mismo tiempo, ignoramos el otro relato, el de los seres humanos que conviven con ella en el pertinaz blanco y negro de ‘La Serpiente’.
¿Tiene posibilidades de ganarse la codiciada estatuilla? Uno piensa con el deseo, pero lo real es que el lobby es determinante para llamar la atención de los votantes de la Academia. Sin negar los atributos y desaciertos de la película de Guerra, el camino que queda de acá al 28 de febrero es básicamente exposición, durante el cual se resaltarán los valores que tiene esta película por encima de los de sus contrincantes. No es un relato digerible al minuto, no es un drama bélico ni proviene del conflictivo Medio Oriente, pero la sensibilidad que generan las culturas primigenias (como le sucede de cierto modo a The Revenant, una curiosa coincidencia con «La Serpiente») la pueden poner en la mira del reacio gremio hollywoodense, que suele ver el premio a mejor película en habla no inglesa como un mero trámite.
Así como celebro que la película del director Ciro Guerra, con quién hablé hace más de un año y le deseé que su película llegara a esta instancia, este logro sí que deja serias lecciones con relación a nuestro comportamiento con el cine nacional y el contexto en el que se mueve actualmente la industria.
La primera lección es más un WTF: es una película producida en asocio con Caracol Televisión y Dago García Producciones. ¡Está en los créditos! Y es aquí donde uno se extraña: ¿Cómo carajos Dago García produce anualmente tanta basura y, de repente, está detrás de la primera película colombiana que está a las puertas de un reconocimiento en Hollywood? No fue ni RCN Cine ni el Éxito, ni nada parecido. Hay que reconocer el olfato que tuvieron para ver más allá del cliché de las películas «de autor» colombianas de la categoría «mamertas» (que las hay de todas maneras) y encontrarle méritos para involucrarse financieramente con esta empresa.
La segunda lección es la de pensar diferente. Si bien se han producido en nuestro país películas arriesgadas, básicamente nos hemos movido entre la comedia ligera y las secuelas de la violencia y el narcotráfico en todas sus formas. Risa y bala. Nuestra idiosincrasia y nuestra realidad son y serán fuente de muchas historias, pero el cómo se cuenten es lo que marca la diferencia. Quizás en un futuro un nuevo filme colombiano llegue nuevamente a Cannes o a los Óscar con un drama de época, un punto de vista inédito sobre el consumo de drogas o un relato esperanzador con matices cómicos. Tampoco abusar de la fórmula, el cine introspectivo no será infalible todo el tiempo.
La tercera lección es la humildad. Ciro, Cristina Gallego, Diana Bustamante, la productora Ciudad Lunar se hicieron a pulso. Egresados en su mayoría de la Universidad Nacional de Colombia, han abierto el panorama a nuevos realizadores y han negociado con exhibidores casi que a los trancazos para lograr que tantos esfuerzos no queden sepultados. Una recomendación: aprovechen las posibilidades de internet y el marketing digital para difundir las siguientes producciones, tienen el talento para hacer piezas creativas y llamar la atención. Llamado que extiendo a la academia para que abandonen posturas anquilosadas y presten más atención a los futuros directores, guionistas y realizadores brindándoles un conocimiento más integral y en consonancia con las demandas actuales.
Una Cuarta lección: la formación de públicos. Ya que hacemos patria gracias a los triunfos de otros no sobra recordar nuevamente que esta película no ha sobrepasado aún los 300.000 espectadores. No se trata de atestar las salas de cine porque sí. En esto hay un fuerte componente de educación. De brindar criterios para elegir y apoyar el cine que queremos ver, tanto el comercial como el independiente. De otro lado, qué cachetadón al eslabón más orgulloso de la cadena: los distribuidores y exhibidores. Ellos conocen su negocio, pero ya quedó demostrado que hacer el feo con pretextos simplistas no es la mejor estrategia.
Y por último, la financiación. Mal que bien existe la Ley de Cine, la ley 814 de 2003. Tras 12 años de existencia del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico por fin se pueden dar el lujo de decir que funcionó, aunque aún no tan bien como debería. Ahora, el apoyo estatal es importante, pero no hay que depender cien por ciento de él. El modelo de negocio que introdujo Magia Salvaje vinculó empresa privada y extranjera e incluyó como atractivo un precio en la boletería que facilitó el acceso a personas que no están habituadas a ir a una sala de cine por los costos que implica. Esa lógica abre la puerta para que proyectos similares recuperen buena parte de su inversión y todos los involucrados ganen.
Con esta reflexión qué bueno es decir que viví para disfrutar este momento. Aquí les dejo algunos posts donde critiqué el cine nacional hasta el hastío y la urgencia de que algo así nos pasara. Finalmente se logró. Pero el camino no se detiene acá. Esto no es un reinado universal de la belleza, es historia de verdad y hay que seguirla construyendo.
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@juanchoparada
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