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Resulta inevitable cruzar al menos unas cortas palabras con los vecinos de puesto en un avión, sobre todo durante vuelos largos. En algún punto del viaje, hasta por la más insólita de las razones, alguno de los vecinos decide romper el hielo y empezar una conversación frívola. Usualmente el incómodo silencio previo puede durar horas.

Esta vez no fue así. Mi vecina de vuelo, sin el más mínimo rastro de timidez, decidió preguntarme por mi nacionalidad desde antes de que el avión despegara. Luego de responderle le devolví la pregunta.

Mi vecina nació en la ciudad de Blackpool poco tiempo después de la Segunda Guerra Mundial, en medio de un paradójico entorno que se vivía en el Reino Unido, victorioso tras el conflicto pero devastado por los bombardeos alemanes y la muerte de cientos de miles de jóvenes caídos en combate. Y divagando sobre sus años de juventud, de los que hablaba como si hubieran pasado hace una eternidad, me contó que en su adolescencia vio a los Beatles en concierto en Blackpool en dos ocasiones. Con eso logró llevarse toda mi atención.

La casualidad más insólita, según ella, resultó ocurrir casi cinco décadas después, cuando la Reina Isabel le entregó el título de Miembro del Imperio Británico (en inglés MBE) en reconocimiento por su labor como líder de un grupo de voluntarios en las cárceles de Reino Unido. Los Beatles habían recibido la misma orden en 1965 y ella, con mucho orgullo me mostraba en su celular las imágenes que mostraban a la Reina condecorándola con el mismo título.

Sobre su trabajo me contó que había avanzado contra viento y marea durante más de dos décadas, organizando grupos de voluntarios para realizar trabajos de acompañamiento y educación en prisiones de máxima seguridad en su país. Durante los primeros años había tenido que presenciar las numerosas huelgas de varios miembros de la guerrilla IRA de Irlanda del Norte, que por entonces desataba una violenta ola de ataques terroristas en todo el Reino Unido.

Caí en cuenta en ese momento que mi vecina había presenciado desde varias cárceles británicas las protestas organizadas por los combatientes del IRA que buscaban mantener su estatus como prisioneros políticos, luego de que Margaret Thatcher decidiera retirarles los privilegios que los diferenciaban de los criminales comunes. En rechazo a la nueva regla que los obligaba a vestir trajes de rayas, los presos del IRA comenzaron a vestirse con las sábanas de sus celdas, iniciando a los pocos meses una huelga de hambre que alcanzó los titulares de todo el mundo.

Mi vecina me explicó que era muy poco lo que ella y sus compañeros de voluntariado tenían en común con los presos del IRA, a quienes en varias ocasiones habían tenido que ofrecer apoyo psicológico y de acompañamiento. Sin embargo, durante las jornadas en la cárcel alcanzaron un trato cordial, a pesar de pertenecer a nacionalidades y religiones enfrentadas a muerte durante más de cincuenta años. Todos los reclusos del IRA salieron de la cárcel luego de la firma del histórico acuerdo del Viernes Santo de 1998 y muchos de ellos se dedicaron a la política desde el partido Sinn Féin, que aún defiende la causa nacionalista irlandesa y que llegó a convertirse en una de las mayores fuerzas políticas de Irlanda del Norte.

Le expliqué que Colombia enfrenta en la actualidad un difícil proceso, similar al que ella había conocido de cerca en el Reino Unido y que muchos ciudadanos observan escépticos, con toda razón, la posibilidad de que las Farc participen en política.

“Nosotros tampoco queríamos que el IRA participara en política”, me dijo, haciendo énfasis en los crímenes cometidos por esa guerrilla durante más de veinte años, que incluyen algunos de los ataques terroristas más crueles de la historia. Luego agregó: “pero su participación en política ha sido fundamental para la estabilidad de la paz en todo el Reino Unido. Y hay que reconocer que han sido muy juiciosos y serios desde su ejercicio de cargos públicos”.

Es mucho lo que las experiencias de otros países que recorrieron caminos similares le pueden enseñar a Colombia en medio de estos tiempos difíciles. Entender que problemas como los que amenazan a Colombia también han sido enfrentados y solucionados en otras naciones es el primer paso para entender que no estamos condenados al fracaso perpetuo.

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