Quizás sea porque los años del calendario avanzan con más afán que los tiempos de la cultura, que en su sabiduría pasan con detenimiento. O tal vez porque hay quienes crecen pensando que, en efecto, hubo días mejores en el pasado y que deben aferrarse a ellos antes que aceptar la inminencia del presente.
Lo cierto es que una generación de nostálgicos, de la cual confieso hacer parte, ha traído a la mesa una nueva búsqueda por regresar a lo simple, en tiempos donde la sencillez es apenas un recuerdo remoto. Esta generación, desidentificada de su contexto enrarecido, parece buscar nuevamente la tranquilidad y centrar la vida en torno a la independencia. Muchos sobrepasan los treinta años y aún no piensan en casarse ni en tener hijos. Algunos prefieren seguir estudiando para prepararse para un futuro competitivo. Otros deciden viajar por años enteros. Pero no bajo las comodidades que en ocasiones los viajes familiares permiten: los nostálgicos muchas veces prefieren salir a caminar como mochileros en largos viajes sin fechas fijas, antes que pensar en el lujo de los hoteles.
Y ni hablar de la música, que la tecnología ha llevado a manos de todos de forma gratuita. Aún cuando todo está en Spotify y en Youtube, los nostálgicos hemos puesto nuevamente de moda los acetatos, alegando buscar mayor fidelidad en el sonido. Incluso hay jóvenes que volvieron a coleccionar los ya olvidados cassettes, a pesar de que la historia demostrara que su calidad de sonido es inferior a la de los discos compactos y long plays.
El cuento sigue. Usted con frecuencia puede encontrar huertas caseras en los hogares de los millenials, así como rudimentarias cámaras de fotos instantáneas, a décadas de distancia de la tecnología digital de estos tiempos. Las bicicletas se han convertido, nuevamente, en uno de los medios de transporte más frecuentes de esta generación de nostálgicos. Entre más antigua pueda parecer la bicicleta, habrá quienes la deseen más. Incluso algunos curiosos jóvenes volvieron a desempolvar las viejas máquinas de escribir que hasta hace poco reposaban en los anticuarios sin que algún comprador mostrara interés por llevárselas a casa.
Pero lejos de quedarse siendo aspectos curiosos de una generación que ha decidido retomar elementos del pasado, hay un asunto profundo de fondo que define a los nostálgicos millenials. Quienes crecieron en un mundo con quizás más facilidades de las necesarias, han buscado por medio de caminos más básicos llegar a encontrar una identidad adecuada a sus inquietudes y preocupaciones.
Porque tal vez el pecado de la excesiva tecnologización de todos los ámbitos de la vida moderna fue que reemplazó la belleza y la singularidad de las pequeñas cosas, y de paso el significado que eso traía a la historia de cada persona. No deja de ser curioso, pero también entendible, que una generación que ha tenido la posibilidad de acceder a colecciones casi infinitas de música por medio de internet prefiera comprar costosísimos vinilos para poder palpar la música con sus propias manos. E imprimir las fotos. Y escribir tarjetas postales. Traspasar las barreras de épocas tan impersonales. De paso, conocer el valor de devolverle gracia a lo que antes era obsoleto.
Hoy muchos cuestionan el sentido de volver a lo viejo cuando todo indica que lo nuevo ha demostrado ser mejor. Aunque en ocasiones raya con preocupaciones esencialmente superficiales, la búsqueda de la generación de los nostálgicos por el regreso a lo simple denota una necesidad de devolver la personalidad a un primer plano. La lógica humana también tiene derecho a sus momentos de nostalgia y desde los actos sencillos se pueden plantear protestas contra la estandarización radical de la vida cotidiana.
Un consejo señor Posada, léase el artículo de Eduardo Escobar ‘La pereza de pensar’ de hoy en El Tiempo. Una descripción magistral de personajes como usted.
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