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Ayer fui a ver «Trainspotting II». Horas antes me había repasado la primera parte. Quería llegar con la historia fresca en mi cabeza. ¿Pueden creer que apenas me vengo a dar cuenta que Irvine Welsh –escritor de las novelas en que están basadas las películas– hace un cameo? ¡Qué vergüenza!… Pero sin desviarnos del tema… Soy de esos pendejos que se quedaron con unos cuantos referentes audiovisuales de los años 80/90 y pare de contar. Hago parte de esos cabrones que casi que eyaculan la primera vez que vieron «Pulp Fiction». A los que «Fight Club» se les cagó la vida. De esos que ven «Goodfellas» y «Casino» como una especie de saga, homenaje a la del Padrino. Culpamos a Madonna del cambio y caída de nuestro examado Guy Ritchie. De los que fueron a preguntar y conocer, «¿qué es toda esa mierda?», cuando vieron «Fear and Loathing in Las Vegas» y la aclamada película de Danny Boyle. Así que cuando me enteré de que los yonkys escoceses volvían, después de 20 años, tuve sentimientos y sensaciones encontradas. Por una parte pensé que se iban a cagar todo el legado que dejó la película a varias generaciones. Por otro lado no puedo negar que me emocioné. Después del 2000 no volví a encontrar mayores referentes de personajes —antihéroes— con los que me pudiera identificar. Si mucho Octave Parango de «99 Francos» y Lourenço de «Olor a Caño». Pero los mejores se gestaron en las décadas que mencioné anteriormente…

Por eso ayer al salir del cine, tras visionar la esperada secuela, solo puedo decir que fue algo bonito ver a todos esos hijos de puta de nuevo, en cierto grado, redimidos. Aunque debo reconocer que «Trainspotting II» no era necesaria. Ni tendrá el mismo impacto que su precuela, pero sí fue chévere y como ferviente fanático, he quedado complacido. A diferencia de «Fight Club», con su segunda parte en cómic, no se caga ni a la historia ni a sus personajes. Antes los enaltece y al final hasta los deja bien parados. Me sentí como en un reencuentro con los amigos del colegio, de la unidad, del barrio, con todos esos maricas del pasado. Para los imbéciles que nacieron en los 2000, quizás no les produzca nada. Pero para todos esos sapos que nacimos antes de 1994, la peli será un postre, una porción de alguito que fue muy rico pero que jamás podremos volver a saborear… El cine murió para mí con el cambio de milenio, aunque por ahí hay uno que otro sapo como Wes Anderson que me recuerda que quizás estoy equivocado… El cine de ahora son las series… Pero con «Trainspotting II», uno, o yo, medio sentí que todavía puede haber algo de salvación, o no sé, quizás fue la nostalgia, lo único que me rayó es que los maricas a cada ratico ponían el comienzo de la mítica canción «Born Slippy» de Underworld, pero no dejaban que llegaran las vocales, ni empezara el «vuelo», ni cuando estalla… En un momento me dieron ganas de pararme en mitad de la función y gritar: «¡suéltela», «¡suéltela!», como una perra desquiciada. Como un traqueto en una fiesta de guaracha… Pero contuve… Quizás el director/montajista/editor/compositor o guionista, o los cinco tipos, decidieron que era mejor aplicar de esta forma ese recurso. Dejarnos un recuerdo evolucionado… «El mundo cambia, la gente no»… Aunque las canciones «Lust for life» de Iggy Pop y «Perfect Day» de Lou Red, sí las reprodujeron bastante tiempo e incluso en varias ocaciones con diversas secuencias y escenas…

Me quedó fue la duda de si Spud recrea en gran medida a Welsh… No les diré por qué pero una de las nuevas protagonistas le tira una frase hermosa que me hizo pensar eso… Vayan a verla… Sería áspero saber sus opiniones… Eso sí, si pueden asistan a una sala VIP. Yo no sé por qué me demoré casi cuatro años en entrar a una que queda frente a mi barrio. No sé por qué no le tenía fé a ese «formato». Pero ayer me dio por entrar a la de Cinepolis en El Centro Comercial Premiere, en el #^**% Cali, y la verdad creo que no podré volver a entrar a las salas de gente pobre. En serio. Si alguno conoce a los dueños de ese chuzo, me pasa el contacto por interno que le quiero hacer bulla con un plan de influenciadores. Es increíble que nadie me haya mostrado antes las bondades de una sala VIP. Solo falta que lo masturben a uno… Me perdonarán si puedo parecer muy montañero pero de verdad que no entiendo yo por qué he seguido yendo todos estos años a cine de la manera convencional… Después de ayer ya mis nalgas, espalda, todo mi cuerpo en general, no aguantará esas cochinas sillas —así sean de Primera Clase— de las otras salas de cine… Ya no podré volver a ver una película en pantalla gigante si mi asiento no se reclina casi como una cama, si no tengo lamparitas a mi lado; sin un gran menú para pedir y sin meseros con delantales que corran a traerme hasta mi puesto, lo que a mí se me antoje en ciertos momentos de la función… ¡Ah!, y recuerden, «choose life»…

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