Cuando se conmemoran 10 años de la fallida intervención en Irak, las lecciones son innumerables. Sin embargo, aún no se ven las responsabilidades de quienes apoyaron el desastre iraquí que tiene sumido a esta nación de Medio Oriente, en una guerra fratricida entre las dos principales comunidades.
Es más, el actual presidente estadounidense fue uno de los disidentes de la idea de intervenir en 2003. A pesar de ello, la justicia de ese país como la británica, están lejos de punir a los que cometieron todo tipo de vejámenes en la prisión de Abu Graib. Paralelamente, la imposibilidad para cerrar el centro de detención de Guantánamo, doblemente ilegal (por las violaciones a los Derechos Humanos allí cometidas y porque se trata de territorio cubano ocupado) confirma que la voluntad conciliadora y pacífica de Barack Obama, que le valió el Nobel de paz, no alcanza para corregir la impunidad que hoy marca el destino catastrófico de lo que alguna vez fue la Perla de Oriente.
De estos años queda un Irak que por un lado, amplió la agenda con respecto al Medio Oriente que por décadas se había concentrado en la Revolución Islámica y el conflicto árabe-israelí, y por otro, visibilizó la impotencia de la comunidad internacional para poner fin a un régimen que por más de 10 años persiguió y torturó a la comunidad chií y kurda. A pesar de dichas violaciones. la razón que halló Estados Unidos para intervenir estuvo ligada a la existencia de armas de destrucción masiva. Actualmente, el referente iraquí exacerba los ánimos nacionalistas en estados como Irán que durante años denunciaron los abusos cometidos por Saddam Hussein, pero que solo fueron visibles cuando Washington consideró arbitrariamente a Bagdad como un problema para el globo.
Las lecciones son diversas y se multiplican, especialmente ahora que se asiste a la denominada Primavera Árabe que ha redundado en ejercicios autoritarios y en la que no se ve un horizonte democrático, al menos en el corto plazo.
El escenario es complejo y aunque existe el antecedente iraquí, algunos insisten en lanzar una operación de tal envergadura en Siria, que ponga fin al derrame de sangre. Aquellos que lo proponen, desconocen las dificultades para legitimar una operación militar, muy a pesar de los propósitos loables que ésta persiga.
10 años después, Colombia ignora las razones que motivaron al gobierno de Álvaro Uribe a apoyar tal incursión. Por estos días que se habla de Irak, con la comodidad de la perspectiva que otorga la historia, los políticos que en su momento avalaron tan decisión (tomada a puerta cerrada) deben asumir la responsabilidad por una postura que cobró la vida de millones. Ojalá se recuerde en honor de esas víctimas.
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