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Desde que se anunció la segunda vuelta entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo, llovieron los peores vaticinios sobre el Perú. Se supone a entender de temerosos analistas que la elección traduce un electorado peruano iracundo que decidió castigar a la política tradicional decantándose por dos extremos irreconciliables. Además, la ausencia de un centro dejaría al descubierto dos proyectos políticos igualmente riesgosos para la gobernabilidad y la democracia. Aquello, aunque parezca lógico, debe ser puesto en entredicho, y la elección peruana deja lecciones no solo catastrofistas sino prometedoras de votantes que dejaron de temer a prejuicios.

En primer lugar, la llegada de Fujimori y Castillo para la segunda vuelta pone en evidencia una reorganización de fuerzas políticas entre la izquierda y la derecha sana para la democracia. Una de las enfermedades crónicas de los sistemas latinoamericanos consiste en la estigmatización de ambas corrientes, lo que ha llevado a la riesgosa presunción de que la tecnocracia es la respuesta a todo y la reivindicación ideológica resulta anacrónica. Con ese discurso se impusieron los últimos presidentes, Alan García, Ollana Humala y PPK, apelando al voto de centro y en contra de los extremos. El resultado de su gestión es ya bien conocido.

En segundo lugar, la eventual victoria de Pedro Castillo, profesor que reivindica los derechos de los perdedores luego de 30 años de neoliberalismo, no debe causar alarmas respecto de la vocación democrática del régimen peruano, sino que debe ser leída como la consecuencia de un modelo económico considerado exitoso por la estabilidad macro, pero que en materia de redistribución -como suele suceder en América Latina- tiene pasivos significativos. Un tercio de los peruanos no pueden cubrir sus necesidades básicas y con la desaceleración económica producto de la pandemia el panorama puede empeorar. Por eso y aunque sea difícil interpretar el voto por Castillo, se debe asumir parcialmente que se trató de elegir  la alternativa que fortalece el papel del Estado en la economía y genere nuevos equilibrios en favor de quienes resultaron perdedores de una apertura económica emblemática y exitosa, pero muy controvertida, en especial, en el centro y en el sur donde mayoritariamente se impuso el profesor.

De igual forma, no se puede ignorar el rechazo tajante que despierta Fujimori en millones que padecieron una década de autoritarismo que incluyó el cierre del Congreso, la violación sistemática de los derechos humanos, mimetizada en el combate a brazo partido contra las guerrillas Sendero Luminoso y MRTA y, por supuesto, el extravagante esquema de corrupción para controlar el legislativo y mantener a la prensa contenida. Desde ese entonces, Perú no ha dejado de desatar escándalos de corrupción.

Esta izquierda ortodoxa que lidera Castillo es muy distinta del progresismo que hace diez años fue hegemónico en la zona y que lideraron Chávez, Correa, Fernández y Bachelet; tampoco se puede equiparar con el comunismo propio de la Guerra Fría. El profesor se aleja del discurso liberal respecto de garantías en materia de eutanasia, matrimonio igualitario y derechos sexuales y reproductivos típicos de gobiernos «progres» y centra su discurso en el nacionalismo económico, tal como la izquierda marxista tradicional. Sin embargo, será difícil gobernar bajo el signo de la ortodoxia pues deberá tramitar consensos en un Congreso dividido y donde Fuerza Popular de Fujimori aparece como segunda fuerza tras Perú Libre de Castillo.

Ninguno podrá controlar el legislativo sin grandes concesiones, lo cual obliga no solo a una negociación permanente, sino la obligatoriedad para Castillo de moderar su discurso. Se confirma así que América Latina avanza hacia una definición política alejadas de las estigmatizaciones y que reivindica a la ideología como un elemento central de la política. No puede haber mejor noticia para la pluralidad y la democracia.

@mauricio181212

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