Luego de varias elecciones infructuosas, se sella la salida de Benjamin Netanyahu como primer ministro de Israel. A su vez, la llegada del primer ministro de la extrema derecha, Neftalí Bennet, traduce varios desafíos de cara a un agitado mapa geopolítico en la zona. Netanyahu sale con la estela de escándalos de corrupción y atornillado a las malas al poder luego de un ciclo de 12 años -e incluso 15 si se suma su mandato en la década de los 90- que lo convierte en uno de los dirigentes occidentales en completar más tiempo en el poder, solo superado por Angela Merkel. Ahora bien, las justificadas críticas a su gestión no pasan tanto por haber extendido sus mandatos, como por haber abusado del discurso en materia de seguridad para consolidar los planes de colonización que otros gobiernos habían congelado. Con Netanyahu se impuso con vigor la tesis de que Israel se desliza peligrosamente hacia un régimen en el que sistemáticamente se violan los derechos humanos tanto de los 2 millones de árabes, cuyo ejercicio de ciudadanía es subalterno, como de los palestinos que habitan los territorios ocupados, Gaza y Cisjordania. El apelativo al que recurrió la ONG Human Rights Watch de «apartheid» si bien generó controversia, parece circular cada vez con más fuerza, y las justificaciones israelíes que apuntan a grupos radicales palestinos, sobre todo Hamas, son hoy insuficientes y poco convincentes.
La llegada de la pareja Bennet y el centrista Yair Lapid, quien deberá gobernar entre 2022 y 2023, demuestra además una hegemonía sin antecedentes de la derecha israelí y un debilitamiento de la izquierda cuyo legado de Ben Gurion, Isaac Rabin o Shimon Peres parece cada vez más lejano. La posibilidad de un gobierno en cabeza del progresismo israelí tan mentado para comprobar el carácter democrático del Estado que se denomina como judío es hoy más que nunca un recurso argumentativo, pero no representa la correlación de fuerzas políticas. Bennet deberá gobernar bajo el signo de una coalición de ocho partidos cuya consistencia política es difusa y hará difícil la gobernabilidad. Por más de que se trata de una formación variopinta, no se puede desconocer que Yamina, partido de Bennet, es enemigo de cualquier reconocimiento de tierra a Palestina por lo que preconiza la colonización de al menos dos tercios de Cisjordania, agita la bandera de la seguridad nacional respecto de Irán tal como su antecesor y, seguramente, deberá reconfortar a los sectores de la extrema derecha israelí, en particular a Hogar Judío subsumido por el actual Yamina.
El nuevo gobierno enfrenta el complejo reto de relanzar un proceso de paz con los palestinos, luego de cuatro guerras Hamas-Israel, y de una larga trayectoria del radicalismo en ambos bandos. No se debe menospreciar el cambio de rumbo en la política exterior de Estados Unidos y algunas señales claras de distanciamiento respecto del unilateralismo que marcó a Trump, lo que significa una buena noticia para una eventual negociación. La apertura de un consulado para temas palestinos en Jerusalén Oriental, así como la reactivación de la cooperación para los palestinos, son gestos que muestran la disposición de Washington para apostar por un proceso de largo aliento y viable. Ahora la oportunidad parece estar en manos de un nuevo gobierno israelí que deberá entender cuán infructuosa resulta la guerra y hasta qué punto su legitimidad parece haber sufrido de manera inédita y aparentemente irreparable.
@mauricio181212
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