*El Cancionero*, de Petrarca
¡Laura, Laura, Laurita…! Ella es el arquetipo de la mujer inalcanzable y todas las novelas que tratan este asunto se inspiran en este poema renacentista. Petrarca nos confesó que notó su presencia deliciosa una mañana del 12 de abril de 1327, «en la Iglesia de Santa Clara en Aviñón». Para celebrar su belleza y expresarle su amor, el italiano perfeccionó sino inventó el soneto moderno. Pero acaso la Laura real ya estaba casada. No importaba: en lugar de sexo, gran poesía.
*Muerte en Venecia*, de Thomas Mann
¿Son las pasiones homosexuales no admitidas las más inconclusas…? Gustav von Aschenbach (que en alemán quiere decir «pozo lleno de cenizas») anhela a Tadzio, un bello muchacho de 14 años. Tiene un sueño muy sensual con él, pero obviamente no hay nada que en realidad pueda hacer. De hecho, Aschenbach nunca se atreve hablarle. Y cuando finalmente se encuentra a Tadzio solo en la playa se desploma y muere.
*Cumbres borrascosas*, de Emily Brontë
El romance urdido en esta novela entre Heathcliff y Cathy acaso sea uno de los más ardientes en la literatura, precisamente porque ellos nunca consuman su amor. Tal vez ambos sean almas gemelas, pero Cathy se casa con el gentil y sensiblero Edgar Linton, sólo para atormentar a Heathcliff. Sin embargo, los dos amantes inconclusos parecen estar gozando su amor después de la muerte, como fantasmas.
*Las penas del joven Werther*, de Goethe
El patético héroe de esta novela, tan inteligente y hasta de buena familia, no puede siquiera confesarle sus verdaderos sentimientos a Carlota (Charlotte). Ella, no inocente de la seducción y las penas que inflige en Werther, está ya comprometida con otro hombre que, lejos de sentir celos, hasta admite y se divierte con la presencia de este curioso joven silenciosamente enamorado de su prometida. Algunos lectores del siglo diecinueve se dejaron sugestionar tanto por esta novela que terminaban como el protagonista: con una bala en la sien.
*Sale el espectro *(*Exit Ghost*), de Philip Roth
El protagonista, Nathan Zuckerman, va frisando los 70 años, y ha quedado con incontinencia e impotencia después de una cirugía de la próstata. Conoce a la sensual (e intelectual) Jamie. Hay hasta atracción mutua, pero la única forma de consumarla es a través de diálogos eróticos que él escribe en su cabeza.
*La Tejedora de Coronas*, de Germán Espinosa
La voluptuosa Genoveva Alcocer puede gozarse a cualquier hombre que le guste (se acuesta con Voltaire y con los masones más distinguidos del mundo y hasta se envuelve en orgías aristocráticas) pero nunca dejará de lamentar no haber podido hacer el amor con el «amor de su vida», Federico Goltar. Dos veces él estuvo a centímetros de penetrarla y romper su virginidad. La primera vez lo impidió la amargada madre del muchacho; la segunda, fueron los propios piratas que asaltaban a Cartagena de Indias en 1697 los que apartaron de ella el cuerpo desnudo de Federico, para violarla una y otra vez…
*María*, de Jorge Isaacs
Si Efraín y María hubieran hecho el amor nunca esta novela gozaría de tanta popularidad. La dificultad de amarse en el seno del hogar, entre los padres y los criados, resulta fascinante. Ambos acuden al hermanito Juan que actúa como un pequeño Hermes enviando besitos de María a Efraín. Ella deja coquetamente su cabellera suelta, sus pies desnudos en el prado mojado… y a lo mejor metáfora de su excitación, lo cierto es que las rosas pegadas a su vestido excitan hasta a los insectos. Pero a los destellos de Eros, los sumen después las sombras de Tánatos. Y acaso los achaques epilépticos de María sean sólo deseos sexuales reprimidos.
*Cántico espiritual*, de San Juan de la Cruz
Nadie sino un poeta religioso como él – ¿casto y puro? – podía expresar con tanta precisión la sensación del erotismo no consumado que brasa los sentidos. Más allá de cualquier interpretación, digamos aquí que es un poema hormonal en torno al encuentro furtivo de dos amantes que nunca pueden llegar el coito ni acabar en un orgasmo. Por ejemplo, basta este fragmento en que la amada se queja ante el amado tras un encuentro inconcluso:
**¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.**
Nota: la idea y los cinco primeros títulos los tomo de una columna semanal del diario británico *The Gurdian*: http://www.guardian.co.uk/books/2008/aug/30/fiction5
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