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Los libros son lo mejor que hacen los hombres, y no conviene hablar mal de ellos cuando hay otras cosas realmente malas que sí hacen, como robar o matar. Soy de la opinión de Herbert Quain, para quien la buena literatura es harto común y apenas hay diálogo callejero que no la logre.

Voy a hablar de algunos libros que leí este año recordando cómo los adquirí.

En abril visité la Feria del Libro de Bogotá y, en lugar de bajar al pabellón de las editoriales más comerciales, subí al de editoriales universitarias, y conseguí, gracias a la recomendación de Federico Guzmán Rubio –quien a su vez ya se la había recomendado a Juan Cárdenas– una de las mejores novelas colombianas que he leído de los últimos años. Tiene 150 páginas y se titula Cuadernos de la noche (Memorias de un soldado). La escribió León Sierra Uribe, un psicólogo clínico de profesión. Sierra se mete en la mente del soldado raso y lo pone a escribir un diario. ¿Qué que me gustó de Cuaderno de la noche? Hombre, dos cosas: 1) la sucesión ininterrumpida de aventuras, sin largas digresiones ni acotaciones; y 2) la desnudez de la acción –lo vital– sin la brumosa atmósfera del intelectualismo. ¡Qué intensas escenas! Su prosa nos ametralla con frases vívidas llenas de imágenes. Ya en su redacción hay una verdadera aventura verbal.

 

También en el stand de la Universidad de Antioquia conseguí, gracias a la recomendación del crítico Camilo Jiménez, un interesante libro de ensayos: Satura, la colección de artículos que para El Malpensante escribió Jaime Alberto Vélez (1950-2003). Estos artículos, escritos entre 1998 y 2003, no han perdido nada de actualidad. En uno leemos que, antes de recomendar libros, los críticos deberíamos señalar lo que no vale la pena leerse. Genial. Me pregunto entonces si no deberíamos escoger, en favor de las generaciones futuras y de nuestro bolsillo, las peores novelas publicadas en los últimos años en Colombia. Pero esta actividad que con tanta saña y profesionalismo se practica en privado, no suele aparecer en público. Ya he dicho que no deberíamos hablar mal de los libros so pena de engrosar el libro, digo, la lista de la envidia. Tampoco Jaime Alberto Vélez mencionó a qué novelistas se refería cuando reprochaba la mala prosa por un desconocimiento de la poesía; la impudicia del “yo” por falta de ideas; el malabarismo verbal; la “histeria erudita” para no ser tomados por incultos.

Tiene razón Nicolás Gómez Dávila cuando, en uno de sus escolios, denuncia que el bombardeo publicitario en torno a las novedades literarias resulta, en cualquier época, el peor enemigo de la cultura, porque el tiempo limitado del lector se gasta en leer mil libros mediocres que emboban su sentido crítico y lesionan su sensibilidad literaria.

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En realidad, la única novedad publicada en 2014 que he reseñado ha sido la biografía de Jordi Gracia sobre José Ortega y Gasset . Aparece en el tercer lugar de los 10 mejores libros del 2014 en España, de acuerdo a Babelia, el suplemento literario de El País. A mí me lo regaló el periodista Marcos Daniel Aguilar. Como mi tesis doctoral es sobre la intelectualidad española de hace 100 años, de plano me engullí las casi 700 páginas de esa biografía, y mi reseña fue muy elogiosa: «Nueva biografía sobre José Ortega y Gasset»

A mi papá y a mi novia les gustó mucho El mundo de afuera. A mi papá, porque lo hizo revivir esa noticia que él oyó en su tiempo, por allá en los años setenta del siglo pasado. A Dianis, por la agilidad narrativa y la exploración del modus operandi criminal. Yo no la he leído todavía, ocupado como estoy entre innumerables lecturas de mis investigaciones doctorales y transversales.

En el primer capítulo de El hombre que fue jueves (The man who was Thursday, Londres, 1908), Chesterton reproduce el diálogo entre Gregory, un poeta anarquista, y Gabriel Syme, un espontáneo detective defensor del orden. El primero sostiene que el anarquista es un artista: «Artista es el que lanza una bomba, porque todo lo sacrifica a un supremo instante […] El artista niega todo gobierno, acaba con toda convención. Sólo el desorden place al poeta»[1]. El segundo sostiene lo contrario: «¿Y qué hay de poético en la sublevación? […] Lo poético es que las cosas salgan bien» [2]. No he leído aún la novela de Constain, que recrea el título de la de Chesterston, pero lo sé afin a la opinión de Gabriel Syme y, en sus columnas de este diario, debo agradecerle el conocimiento de Tobías Smollet, el autor de  «Las aventuras de Roderick Random», que venía en la flota de piratas ingleses del almirante Vernon presto a tomarse Cartagena de Indias en 1741. También la mención de Ernst Jünger en las trincheras de la Gran Guerra. No he leído todavía su novela, repito, ocupado como estoy entre innumerables lecturas de mis investigaciones doctorales y transversales. No sabe (nadie puede saber) mi innumerable contricción y cansancio.

 

[1] Chesterton, El hombre que fue jueves (pesadilla), trad. de Alfonso Reyes, FCE, 2010, p. 24.

[2] Chesterton, ob. cit., p. 26.

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