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 Hemos estado leyendo algunos artículos provocados por la decisión  de Colciencias de retirar su apoyo a las carreras humanísticas y de ciencias sociales. Semejante discusión no pueden darse sino en un Estado egoísta y hermético (burdo) como el de Colombia.

Comentamos la noticia desde lejos, porque hacemos parte de los miles o millones de estudiantes colombianos en el exterior. Si se ve bien, la mayoría de estudiantes extranjeros en México, Argentina y España son colombianos. Colombia es un «expulsadero» de estudiantes. Humanidades, ciencias sociales o ciencias exactas –da igual– allá en Colombia nunca ha habido una política de becas para estudios de posgrado. Ni siquiera los estudiantes de medicina reciben una beca –el pago de la matrícula universitaria y un sueldo de manutención, se entiende– durante su periodo de servicio. Es decir: un estudiante de último año de  medicina, después de haberse quemado las pestañas, no sólo atiende gratis  a sus pacientes sino que incluso debe pagar  por trabajar. Todos (públicos y privados) conspiran contra el estudiante en Colombia.

Como hace más de un lustro no resido en Colombia, le pregunto  a mi amigo Santiago Pérez  Zapata, que está de paso por El Colegio de México como doctorando en Historia, qué opina de esa  decisión de Colciencias. Le doy a leer el artículo de El Espectador, firmado por Pablo Correa y Steven Navarrete, «¿El fin de las humanidades?» (http://www.elespectador.com/noticias/educacion/el-fin-de-humanidades-articulo-591959). Y unos minutos después, lleno de lucidez, Santiago Pérez Zapata me contesta:

 –  Ya lo leí, lo de El Espectador. Sólo te digo una cosa: las humanidades en las universidades colombianas murieron hace mucho. Fueron asesinadas por la tecnocracia. Sólo hay que ver las declaraciones de sus defensores: ahora lloran por lo que ellos mismos han hecho. Después de convertir el conocimiento sobre el hombre en una técnica, claro, ahora todo ello se revela como un mero epifenómeno extraído de sus modelos de las primarias ciencias duras.

– Para mí – agrega Santiago – no es más que una ironía. Lloran los sociólogos, los economistas, los psicólogos, los antropólogos sociales, los trabajadores sociales y los abogados, junto con sus versiones docentes, pero ¿quienes más «productivistas» que ellos? ¿Su labor de producción de discursos del sistema económico e internacional acaso les parece poco? ¿No son ellos formadores de la burocracia que ahora les «traiciona»? ¿Quien sale ahora a defender a los filólogos, historiadores, filósofos, escritores, poetas, músicos, escultores y pintores de vieja guardia? ¿No son estos últimos los verdaderos humanistas y artistas que ha marginado no sólo el gobierno y el mercado sino también la universidad actual?

Santiago, indignado, aun se hace más preguntas:

– ¿Acaso no son los cientistas sociales quienes han acabado con la existencia del concepto de hombre? ¿No lo han disuelto en sus teorías sobre los diferentes sistemas que se supone gobiernan la sociedad? Y ¿los teólogos acusados de justificar a Dios y no al hombre no tenían un concepto del hombre y la persona más completo y multidimensional que el pluralismo democrático de los politólogos que reduce al hombre a signos de sumar y restar?

Y termina:

– «Pensamiento único», dicen con una hipocresía que para ser justos parece inconsciente. Pobres ingenieros sociales: ya no saben qué tipo de hombre han creado, y el «nuevo hombre» se ha independizado «positivamente» al fin.

– Me pregunto – digo ya para terminar – si el único discurso de ciencias sociales y humanidades que va a existir en Colombia (que se se impone ya) es del post-conflicto.

* Pintura de Yolanda Pineda

(http://www.colarte.com/colarte/ConsPintores.asp?idartista=1071&pest=obras)

 

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