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Juan Zapata, un profesor bogotano de la Universidad de Lille, emprende una lectura de Baudelaire sin traducciones ajenas, sin caer en la tentación crítica o pseudo-crítica del comentario del comentario del comentario. No peca tampoco de afrancesado. Las traducciones de Zapata son impecables. Para quien sepa leer entre líneas se trata también de un Baudelaire muy bogotano, latinoamericano (véase la reseña de Alfonso Carvajal).

Este ensayo no es un alarde de “marcos teóricos”, sino un ejercicio de close-reading: de lectura minuciosa y directa del gran «poeta maldito» con referencia a sus obras originales y naturalmente a su contexto.

 

Todo lo que remite al siglo diecinueve (al 1800) es muy fecundo y muy fértil, porque de otra manera no se puede explicar la tan manoseada modernidad. Pero no es posible acercarse al siglo diecinueve sin el objeto verbal que le da vida, es decir, sin la Poesía. De ahí la tremenda importancia de Baudelaire, cuyo contexto anima a remontarse rápidamente a la Revolución francesa, pero no sólo a la de 1789, sino también a la de 1848,  cuyas esquirlas incluso golpearon a Bogotá: la pequeña y fría ciudad se inflamó por las insurrecciones de los artesanos, inspirados tanto por los proletarios franceses como sobre todo por las novelas de Sue, Dumas y Víctor Hugo (véase Jaime Jaramillo Uribe).  Toda literatura que se niegue a dialogar  con la Historia y la filosofía es una literatura homicida y suicida, decía Baudelaire. Juan Zapata lo tiene muy claro.

 

A partir del conocimiento de las investigaciones psiquiátricas de su tiempo, según Zapata, Baudelaire se hace consciente de la relación avant la lettre entre capitalismo y esquizofrenia (Deleuze), entre crecimiento urbano y psicodelia .“Jamás creeré que el alma de los dioses habite en las plantas”, le decía Baudelaire a un amigo. En otra ocasión, cuando el ejército de su país invadía a México en 1863, Baudelaire se pregunta si el verdadero dios no podía ser un ídolo mexicano. Lo decía para enfurecer al parisino clasemediero, vanidoso y patriotero. Pues desde que el urbanista Haussmann arrasó con la vieja arquitectura gótica, para abrir los grandes bulevares de París, a Baudelaire le dio igual habitar cualquier cuchitril.

 

La estética o teología negativa de Baudelaire es una reacción contra el Nuevo Régimen surgido de la Revolución francesa y especialmente contra el utopismo socialista.  Baudelaire fue un hijo rebelde de la burguesía francesa. Según Zapata, “Baudelaire se subió a las barricadas de febrero de 1848 con fusil en mano”, para acabar con el aburrido orden burgués y de paso para vengarse de su padrastro, el coronel Jacques Aupick, para entonces director de la escuela Politécnica del ejército francés. Pero el Baudelaire socialista de 1848 acabó en 1867 sumido en un feroz escepticismo.

 

El heroísmo de Baudelaire, para Zapata, consiste en cuestionar la resignación y servilismo de la mentalidad cristiana, de tal manera que no se trata tanto de romantizar “la mitología del escritor infortunado” ni la pobreza o la miseria como “signos de valor y grandeza” (p. 58). No. Ya no estamos en el romanticismo a secas, sino en el simbolismo. Esta simbología de la desdicha y la pobreza Baudelaire la recogió del pensamiento de Blaise Pascal (un matemático y místico de 1600), para quien, resume Zapata, «la grandeza de sentirnos miserables es lo que nos hace distinguirnos de las bestias y los animales» (p. 163), precisamente porque nos invita a superar tal condición miserable o bestial mediante la inteligencia. Dicho de otra manera, Pascal inaugura una intrigante alianza entre cristianismo y aritmética (la máquina de calcular, una «tiranía de los valores») que el autor de Las flores del mal pone en práctica al darle «valor» al mal, a la carroña, a la derrota…, lejos del «buenismo» burgués o «neocristiano». 

 

No reduce Zapata a Baudelaire a «épater le bourgeois», esto es,  a impresionar o asustar el buenismo de los burgueses «malpensantes». Pues era tal el buenismo burgués que, después de publicar Las flores del mal en 1857, a Baudelaire lo condenaron a pagar trescientos francos de multa por la “inmoralidad” de sus poemas. Aunque otros críticos aseguran que Baudelaire cobraba al Estado dos mil quinientos francos de ayuda por ser “creador literario” (véase la ed. de Las flores del mal de A. Verjat y L. M. M., Cátedra, 2007, p. 10), Zapata asegura que no, que a Baudelaire nunca le dieron tal estímulo económico y que le pagaban muy mal por sus artículos de periódicos. Pues, para 1857, ya París contaba con 510 periódicos, y el Estado se planteaba tener una corte de periodistas a sueldo y con ciertos estímulos entretener a una población multitudinaria cada vez más alfabetizada y aburrida. No se olvide que la violencia no suele provenir de la rabia de los pobres o desposeídos, sino del hartazgo de los burgueses, es decir de la clase ociosa.

 

“¡Azotemos a los pobres!” Tal es el título de otro de los poemas en prosa de Baudelaire en el que, según Zapata, hay una “mayéutica de la violencia”, una “pedagogía del látigo”.  Baudelaire la emprende también contra “los empresarios de la felicidad pública”, es decir, contra los progresistas de toda laya y, especialmente, contra aquellos que el resentido derechista –el «mamerto de derecha»– llama en Colombia “guerrillero de estratos seis”.

 

Ahora bien:, volvamos a la relación entre poesía y ciencia. Antes de la máquina parlante de Edison y de los discos de vinilo, un poemario como Las flores del mal, publicado en 1857, equivalía a un verdadero hit. Los poemas de Baudelaire aún traducen sonidos e imágenes y contienen una fuerza fantasmagórica. Psicodélica. Tal psicodelia se expresa, por ejemplo, en el poema “Correspondencias”:

 

“La naturaleza es un templo donde vivientes pilares / dejan salir a menudo confusas palabras; / el hombre atraviesa bosques de símbolos / que lo observan con miradas familiares ” (“La Nature est un temple où de vivants piliers / Laissent parfois sortir de confuses paroles; L’homme y passe à travers de forêts de symboles / Qui l’observent avec des regards familiers“.)

 

¿No alumbran estos versos A Dynamical Theory of the Electromagnetic Field (1865), de Maxwell, que dio pie a la teoría electromagnética que más tarde computó y aplicó otro matemático del siglo diecinueve, Hertz, dando inicio a toda la tecnología radial, televisiva y de fibra óptica del siglo XX y XXI?

 

Las “correspondencias” de las que habla Baudelaire no son los delirios de un místico. El alfabeto –desde las sirenas–  codifica ondas, tonos, imágenes, números… La poesía como antecedente del campo electromagnético también parece sugerirse en la carta a Arsène Houssaye que Baudelaire publicó entre el 7 y 14 de febrero de 1864 y que sirve de prefacio para Le Spleen de Paris. Poèmes en prose“…todas las sugestiones de la calle, de la circunstancia y del cielo parisino, todos los sobresaltos de la conciencia, todas las longitudes del ensueño, de la filosofía, del pensamiento, incluso de la anécdota, pueden encontrar cabida [en el poema en prosa]. Basta con encontrar una prosa que se adapte a los diferentes estados del flaneur moroso”. Esto es una excelente definición de la poética de la brevedad o del fragmento, el género por excelencia de la gran ciudad, de París, pero también de Bogotá.

 

En fin: son muchas cosas las quedan entre los dedos al comentar el libro de Zapata. Para terminar, conviene resaltar las ilustraciones que lo acompañan. Pues acusan una gran cultura visual que se echa de menos en la crítica literaria. Eso también es importante. 

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