«Retrato del conde Saint-Genois» (1927) de Christian Schad. Leo al despertarme alguna frase de Nicolás Gómez Dávila (Bogotá, 1913-1994)
que me hace quedar metitabundo;
salgo a confundirme en el bullicio de la calle;
olvido la impresión que esa frase me causó;
pero andando el tiempo advierto que aquella frase,
sin yo removerla, ha labrado tanto dentro de mí
que toda mi vida espiritual se ve ha visto
impregnada y modificada según ella.
Esa frase puede ser cualquiera escolio de Gómez Dávila
leído al azar como:
«La madurez del espíritu comienza cuando dejamos de sentirnos
encargados del mundo».
«No es a resolver contradicciones, sino a ordenarlas, a lo que podemos pretender».
Este aforista colombiano nació en Bogotá hace 100 años.
El 18 de mayo de 1913.
No estudió en ninguna universidad.
Oligarca, pasó una temporada de su juventud en la
Europa de entreguerras,
donde adquirió el manejo de varios idiomas y, sobre todo,
una biblioteca enorme.
Se refugió en ella luego de una fractura de cadera.
Jugaba polo en algún club de la capital.
¿Puede pensarse que, impedido, quiso vengarse del mundo
y de la sociedad?
Si fue así por ningún lado se advierte su resentimiento.
Al contrario.
Sus esoclios son reconfortantes refranes.
Están llenos de sensualidad y lucidez.
Deslumbran.
– «Un cuerpo desnudo resuelve todos los problemas del universo».
– «Un gran amor es una sensualidad bien ordenada».
– «Una presencia voluptuosa comunica su esplendor sensual a toda cosa».
– «Quisiéramos no acariciar el cuerpo que amamos, sino ser la caricia».
– «La idea inteligente produce placer sensual».
– «La cultura del individuo es la suma de objetos intelectuales o artísticos que le producen placer».
Todas son frases que dejan la impresión de una lagartija que, apenas se agarra, escapa cómodamente dejando la cola en la mano del lector.
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