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Al salir de dar clases en un elitista colegio en Naucalpan, al noreste del DF, Diana se subió en la combi para bajarse en la estación de metro Cuatro Caminos. Durante el trayecto notó que el ayudante del conductor, un joven de nariz reventona y ojos de gallo, la miró con impudor. Sacó como por instinto el gas pimienta de su bolso, y lo ocultó entre sus dedos. Se bajó con todos los pasajeros para caminar hasta la estación Cuatro Caminos; no había adelantado sino veinte metros cuando aquel joven la estrujo con su mano regordeta:

– “¿A dónde crees que vas, güerita? – le increpó. – Ahora vas a ver lo que les pasa a las güeritas que andan solas por acá…”

– “Suéltame o grito” – le dijo Diana.

– Grita, grita, que vale madres –

Diana, en efecto, gritó varias veces y de nada valió: los transeúntes, lejos de socorrerla, se apartaban de la escena. El joven de nariz reventona y ojos de gallo la jaló del brazo con violencia. Pretendía subirla de nuevo en la combi. Secuestrarla. Llevársela para un decampado del Establo de México. Violarla. Fue entonces cuando Diana le descargó con todas sus fuerzas el gas pimienta en toda la cara. Lo dejó frotándose los ojos de gallo, pintada de color mostaza la nariz reventona, y salió corriendo. De inmediato se lo relató todo al primer policía de la estación de metro, para que ejerciera justicia.

–Ay señorita –le dijo el policía. – Yo no puedo moverme de aquí. Además, ¿para qué anda sola?

Tres meses después, tras gestionar su visado en la Embajada de Alemania, Dianis se marchó conmigo a Berlín.

Ante todo, no acusemos a México. Lo que allí sucede es una agudización de los males del mundo. Al norte de México acaba o empieza Estados Unidos, o acaba o empieza Latinoamérica. Depende cómo se mire. Y en las fronteras todo se recrudece.

Madre llamamos, casi por definición, a lo que engendra vida, protección y pensamiento: Madre Naturaleza, Mamá Grande, Ideas-Madre. Llamamos desmadre o se salió de madre, por el contrario, al desorden y al peligro.

Me encanta la opinión de las mujeres pensantes –no me fío mucho de la opinión de los hombres. Antes del crimen de Ayotzinapa, tuve oportunidad de escuchar una conferencia de Rita Laura Segato, de quien acabo de leer La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio, soberanía y crímenes de segundo Estado. Recuerdo mucho su conferencia porque varios académicos negaron su hipótesis de que las economías y las fuerzas ilegales convivieran con el Estado y fueran para-estados, o formas en que el Estado se duplica en agencias de seguridad para operar con la intimidación y la crueldad. Muchos de los que la criticaron entonces, después de lo de Ayotzinapa, han hecho suyas las tesis de ella.

Al final de su libro, remontándose hasta la tragedia griega, Rita Segato nos habla de que a Edipo se le apareció la Esfinge para decirle: “Descíframe o te devoro”. El crimen de Ayotzinapa –símbolo de todos los crímenes– parece decirnos: “Descíframe o te devoro”.

Lo que más en claro deja el libro de Rita Segato es la idea de que los violadores y asesinos de mujeres, los mismos que desaparecen estudiantes y se ensañan contra los cuerpos no-bélicos, nunca actúan en solitario. Hacen parte de las fuerzas que defienden microfascismos regionales a falta de un orden universal. El ayudante de la combi, bajo la indiferencia o tolerancia de los transeúntes de Naucalpan, ejercía su microfascismo aldeano según el cual, en su territorio, en su pequeño bus, una mujer joven de rostro más o menos blanco no podía andar sola. Esos son los totalitarismos de provincia. De eso se trata la descentralización y la desestatización del neoliberalismo económico.

Neoliberalismo y nacionalismo se corresponden. Su lema común es cada uno en su casa, mientras el Diablo, es decir, la violencia, cunde en la de todos.

Imperialismo –aunque suene mal– implica la aplicación de una forma de legalidad y de autoridad internacional. De la suerte del Naucalpan o de Iguala, o de San Pedro Sula en Honduras, tú eres responsable. Pero la autoridad de nuestro actual Imperio se terminan en sus fronteras nacionales, en el contorno de su individualidad.

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