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Escribir después de Auschwitz es un acto de barbarie.

Mucha gente tiene libros de Adorno en su biblioteca. De vez en cuando los hojea. En uno de ellos, La crítica de la cultura y la sociedad, Adorno dijo que escribir un poema después de Auschwitz es un acto de barbarie. Lo dijo especialmente para los alemanes, desde luego, y por eso en alemán suena bastante rudo: “Nach Auschwitz ein Gedicht zu schreiben, ist barbarisch”. Günter Grass y Hans Magnus Enzensberger, como muchos otros que empezaron a escribir en la década de 1950, asumieron el riesgo de ser bárbaros.

Adorno se las traía cuando dijo eso de que escribir, después de la matazón milimétrica en los campos de concentración, equivalía a un acto de barbarie. ¿Acaso quiso insistirles a los alemanes, a los europeos, que mejor sosegaran cualquier impulso creativo a riesgo de que ese impulso se volviera de nuevo destructivo? El sueño de la razón produce monstruos, ya lo había grabado Goya en un capricho de 1799.

Si es así, si el europeo no puede ser vanguardista o muy creativo después de Auschwitz, entonces la idea de Adorno ha dado también para interpretaciones muy contraproducentes. Porque setenta años después de Auschwitz, de la Segunda Guerra Mundial, Europa ha asumido una actitud fácil, la de quien se instala en un mundo posapocalíptico, donde ya lo peor pasó y se puede posar de ingenuo, acusar inocencia, cometer anacronismos y ser hasta estúpido. Impostor.

Algo de eso veo, generalizando, en la actual Europa. Toda nuestra civilización actual ha conspirado para reducir al europeo, que antes era valiente y atrevido, y convertirlo en un disciplinado burócrata. Luego no es solo la mezquindad y el desdén de sus funcionarios en las embajadas tercermundistas, o en las oficinas de inmigración de Berlín o París, sino que es también su irrealidad. Una serie de impresiones en la retina, eso es ya toda la aventura de quien visita Europa, nada más.

Me pregunto si no fue tras leer a Adorno cuando el reaccionario colombiano Nicolás Gómez Dávila sentenció que lo más amenazante contra la civilización no era la violencia de muchedumbres famélicas, “sino el hartazgo de masas tediosas”. Ahora lo que más amenace a Europa, en efecto, no son los yihadistas ni la inmigración masiva, sino el hartazgo y el tedio de sus propios habitantes.

Pero, ¿qué es Europa? Vista en un mapa no es sino una península del Asia. Agotada su realidad histórica, el de la democracia y el de la espléndida cultura visual, reducidas a museos su catedrales, aparece muy amenazante el mito de un Profeta iconoclasta, renegador de las imágenes, mensajero de un Dios sin forma humana.

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