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Decía Cicerón que los canallas poderosos, por más enemigos que parezcan, se unen para engañar a sus súbditos y perpetuarse en el poder

Me ha dado por hojear el «Tratado Político» de Baruch Spinoza, ahora que se quieren reúnir y reelegir esos canallas poderosos, con miras a reafirmar ciertas verdades universales sobre los políticos de todos los tiempos.  Empecemos la indagación de la mano de uno de mis filósofos favoritos.

Dice Spinoza que entre más motivos de temor tenga un príncipe o presidente, tanto más los tendrá para hacerse tirano. Pasa cuando la multitud hace del príncipe o del presidente un ejemplo y lo glorifica como un ser superior. La multitud debe cuidarse de encomendar su seguridad a un solo hombre, porque ese hombre se inventará todo tipo de celadas y atentados y amenazas para mantenerse en el poder; velará ante todo por su porpia seguridad más que por la seguridad de la multitud.

De suerte que, claro, los presidentes enemigos en el fondo se están uniendo porque al culparse y sentirse amenazados uno del otro, cada uno así logra perpetuarse – reelegirse – en el poder de su propio país.

Si todo dependiera de la libertad de un solo hombre, nunca habría nada asegurado. No toda voluntad del rey puede tener fuerza de rey.

La multitud incurre en un error cuando suprime a un tirano, no pudiendo suprimir las causas que hacen que un príncipe se vuelva tirano.  

El Estado más sólido es el que sabe defender sus bienes y no codiciar los bienes ajenos, porque se esforzará por todos los medios en evitar la guerra y conservar la paz.

Spinoza afirma reiterdamente que un Estado siempre tiene que temer más a sus propios súbditos que a los enemigos exteriores.

Dos países son naturalmente enemigos. Para hacer la guerra basta con quererlo. En cambio, no es posible decidir la paz sin el concurso y la voluntad del otro país. La paz no es la simple ausencia de guerra: es una virtud que tiene su origen en la fuerza del alma.

El despotismo es concentración, unificación de poder; la libertad, por el contrario, asume una multiplicación de los poderes del país.

La virtud del Estado es la seguridad, pero ante todo debe estar garantizado la libertad en el orden civil. 

Nunca se puede confiar en la buena fe de los hombres.    

¿Cuál es el criterio que orienta la política?, se preguntó Baruch. No la razón sino el deseo, en especial dos pasiones: el miedo y la esperanza. Pero las pasiones separan a los hombres y los hacen enemigos. La razón (la ciencia, la inteligencia, los libros) les permite entenderse y pactar. Así que la solución a los problemas diarios de la vida estará más en quienes practican y ejecutan la ciencia y la medicina.

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Hace casi cuatro siglos salió a las calles de Amsterdam, la ciudad-puerto más cosmopolita de Europa, esta suerte de libelo anónimo que animó, no importa que estuviera en latín, cierta anarquía pacífica contra el poder. Luego se supo que lo había escrito Baruch Spinoza, que otros prefieren llamar Benedicto Espinosa por cuanto su lengua materna era esta – el castellano – ya que toda su familia había salido expulsada, por ser judíos, de España y Portugal. Pero tampoco Baruch toleró la sinagoga judía siempre en busca del pensamiento libre y racional. De ahí su «Ética demostrada según el orden geométrico».

 

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