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Probablemente pocos novelistas enfrentaron épocas tan politizadas como la que vivió SANDOR MÁRAI (1900-1989). Se suicidó a los 89 años en San Diego después de haberse templado en el exilio, en la demencia, en la desgracia y en la pobreza. Márai nació en la ciudad de Kosav, antes de que el Imperio austrohúngaro quedara despedazado después de la primera Guerra Mundial. Su lengua materna fue el húngaro (idioma en el que escribió sus libros) pero al mismo tiempo el alemán, dada la vasta influencia que ejercía Alemania en la Europa del este, como podemos comprobarlo en el checoslovaco Kafka. Algunos alemanes exageraron esa influencia y, de pronto, apareció el nazismo: Márai, de hecho, fue uno de los primeros en condenar a Hitler. También de los primeros en condenar el comunismo: los marxistas, como Georg Lukács, lo acusaron salvajemente de ser un maldito burgués que sólo quería conseguir fama con sus libros. Su primera novela, Confesiones de un burgués (1940), no podía sino generar esas opiniones entre los que analizan las obras literarias por «compromisos políticos» más que por la sensibilidad o sinceridad del escritor.

Salió de su país en 1948, sin regresar jamás. Como escribía en húngaro (una de las lenguas, como el vasco, más raras del mundo) pocas probabilidades tenía de encontrar editores; a ratos accedió a escribir en alemán y hasta residió en Frankfurt. Pero sus novelas realmente se popularizaron al ser publicadas en  inglés y en español, poco después de su muerte. En adelante, Márai  es uno de los escritores más leídos de los últimos años. El editor y escritor italiano Roberto Calasso lo venera. Varios de sus libros no dejan de exhibirse en vitrinas de librerías del mundo, mientras que en bibliotecas públicas sus títulos aparecen prestados, demasiados consultados por la gente. 

Las razones no son sólo por sus agallas contra el nazismo y el comunismo y el exilio – excusas extraliterarias – sino por el contenido intrínseco de sus novelas. Los lectores quedamos sorprendidos al encontrarnos con un realismo visceral pero claro, diáfano, nítido, como si pudiéramos tocar las cosas que nos describe: hoteles, sanatorios, interiores de cuartos; aun el paisaje de campiñas y valles y bosques parece interior por tanta sutiliza en el detalle – ya se sabe: son nuestros estados de ánimo los que colorean el paisaje. El propio Márai se pregunta si no es el servicio al detalle lo máximo que existe. «El mundo ignora lo que cuesta este servicio». Sus personajes, por otra parte, son de psicologías desconocidas y extrañas por las mismas situaciones que afrontan, pero con los que nos sentimos identificados por vínculos que desconocemos.

 

                                                              

Hablemos, por ahora, de su novela La Hermana. Sé que muchos lectores modernos demandan acción y velocidad y thriller. Sin embargo, en La Hermana basta una breve acción para que el autor se ensanche hacia profundas reflexiones sobre la condición humana. Es decir, una mínima acción denota una gran reflexión como en Dostoievski, o Thomas Mann. El argumento no importa tanto como el detalle de cada conversación, el contenido de cada cavilación. Novela introvertida. El telón de fondo es la guerra en Europa, sin necesidad de que se mencionen batallas o retumben cañonazos. Basta una leve mención. La acción sucede en un hotel al norte de Italia. Arranca con un hombre de unos cuarenta o cincuenta años, padre de familia y esposo ejemplar, que decide citarse con su amante en y encerrarse en una habitación. Hacen el amor. Es tanta la pasión y el frenesí que la muerte – o el suicidio – está al voltear la hoja. Afuera, la guerra no cesa. Y el narrador reflexiona lo siguiente:
«Porqué esperar, pensé, porqué creer que grandes pueblos puedan entenderse, convivir en paz en las distintas regiones de la tierra, cuando todas las personas son víctimas desesperadas y causales de pasiones ciegas e impulsos irracionales»

Márai se centra en el individuo. Pero los demás hombres pelean por «pueblos», «países», «banderas», cuando en verdad pelean con su propia pasión desbordada. Márai se pregunta Márai: ¿qué  pasión  sexual o amorosa tan fuerte llevó a ese pobre hombre que ahora yace inmóvil – «con la quietud natural y decorosa de los enfermos» – a salir de la calidez de su hogar hacia el frío de lo desconocido? Lo mismo podríamos preguntarnos de los soldados, de los sicarios, de la gente enloquecida por un político, de los periodistas abrumados por una frase, de los comentarios delirantes, frenéticos de tantos lectores.

«Entre el hombre y la naturaleza puede haber vínculos que aún desconocemos».

¿Qué tal si los hombres (en su acepción masculina) fuéramos víctimas de la voluntad salvaje que emana del sistema nervioso de las mujeres: madres, hermanas, tías, amigas, novias…? La misma pregunta, cambiando el género, a lo mejor aplicaría para las mujeres; pero no soy Tiresias para pasar de un sexo a otro y comprobarlo. 
Bueno: lo cierto es que tal es una de las profundas reflexiones arrojadas por esta novela. Lo deja a uno sin palabras. Lo mismo dijo Carmen Fernández Etreros en el blog La tormenta en un vaso:  Sándor Márai se me escapa entre los dedos. Se me escapa esa manera de escribir tan lúcida y profunda. Su serenidad, su extremada sensibilidad y su manera de conectar con las preocupaciones primordiales del ser humano me desborda, como supongo que le ocurrirá al lector que se acerque a esta novela. La hermana, escrita en 1946.

 

La hermana, Sándor Marai

Trad. Mára Szij y Miguel González. Salamandra, Barcelona, 2007. 253 pp. 
  

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