Comunidades enteras mantienen una cercana e histórica relación con los ríos y ciénagas en su condición de variabilidad y dinamismo. Los han comprendido, utilizado y habitado en tiempos de sequía e inundación. Adaptándose a ellos en sus distintos momentos, con resiliencia y reinvención. Sus vidas, sus patrones, sus historias e imaginarios se han creado y moldeado conforme a los humedales, primordiales en sus modelos de producción y sobre todo en la construcción de su identidad cultural.
En mi natal Lorica, distingo a los pescadores quienes con sus características atarrayas aprovechan las subiendas de bocachico, a principio de año.
Una riqueza y bienestar provisional que les posibilita la autonomía económica y abundancia tan eufórica como efímera. Para el cuarto mes, empieza la reinvención, una vez finalizada la subienda, aparecen los sistemas de producción agrícolas y otras labores de «rebusque», relevantes en el sustento de familias que dependen de esa permanente adaptación anfibia «en ambos mundos».
Igualmente, los areneros, sujetos a las variantes e impredecibles situaciones del agua, realizan un arduo trabajo grupal arrancando la existencia en la orilla del Sinú, sacando arena para subsistir, alimentar y educar a sus hijos. Sumergidos bajo el agua y a su vez sumergidos en una fuerte y cíclica realidad, si bien se ganan la vida, también se enfrentan a las exigencias del cuerpo, enfermedades e incluso la muerte.
Y como ellos, incontables oficios del Río, que aparecen y se reconfiguran en relación con la espacialidad y la temporalidad. Lavanderas, planchoneros, artesanos… La gente palpable, cotidiana, resiliente. Anfibios, Amphibios, Amphi (ambos), Bios (VIDA).
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