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Es usual decir que somos seres históricos constituidos en el tiempo, de ahí parte la necesidad de pensar el pasado social compartido, como un espacio con significaciones que nos ayude a esclarecer por qué somos lo que somos, y nos permita reconocer con cuáles impulsos e ideales nos describimos para osar construir el futuro.
Estamos establecidos en el tiempo mediante el leguaje, tres términos que interactúan entre sí, tiempo-ser-lenguaje. Y es precisamente como seres lingüísticos que creamos el mundo en que vivimos. En este sentido, hacemos parte de un entramado en relación con un pasado del cual somos deudores, y por otro lado, responsables de un futuro que nos obliga a dejar una mejor sociedad a quienes han de venir en los tiempos que no serán los nuestros.
Ese pasado, en consecuencia, es un recurso imprescindible para saber quienes somos socialmente, ahí juega el papel de los historiadores, permitiéndonos reconocer el pasado nuestro, en el sentido del conocimiento de la Historia, de lo que ha acaecido y nos ha formado como sociedad colombiana. Somos lo que somos en función del lineamiento histórico que hemos recolectado, tanto en la relación con el otro, entendiéndonos como quienes participamos en una historia compartida, como en la del rumbo personal de cada uno.
Sin embargo, esta característica tan esclarecedora, es menospreciada por la mayoría de la gente, como si tuviéramos la tendencia a denegar y desconocer la Historia. Incluso quienes deciden usarla la convierten en una historia de curiosidades, una historia inerme, una cristalización de piezas sueltas que no encausan a algo concreto. Solo un pequeño fragmento de la sociedad tiende a darle valor e importancia en el ejercicio de reconocer el mundo que habitamos.
Por esta razón, para que podamos responder la pregunta que titula esta reflexión, primero debemos entender la Historia como aquella que nos permite en la evaluación del pasado, considerar lo que es necesario preservar y traer hasta hoy como una fuerza activa a favor del presente que estamos construyendo y lo que debemos sanar y olvidar. La Historia se hace sublime cuando dialoga desde los interrogantes urgentes del presente, con un pasado que puede decirnos cómo encontrar un camino que explique a lo que hemos llegado hoy, cómo entender nuestros aciertos y desaciertos como sociedad, y qué podemos hacer para enmendar, mejorar y cambiar. Lo anterior no se consigue a través de un pasado histórico comprendido desde el resentimiento, la venganza, la injusticia, la melancolía o la erudición, sino desde un pasado que haga resaltar la primacía del presente, un pasado que signifique nuestra identidad, lo que hemos sido, lo que somos y lo que no.